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El presidente chino, Xi JinpingAFP

Crónica

¡Feliz aniversario, presidente Xi! (espero que no cumpla muchos más)

El propósito de Xi Jinping y su reformado Partido Comunista es que el «sueño chino» y su «marxismo-leninismo» sean el verdadero fin de la historia

El próximo 14 de marzo se cumple el décimo aniversario de Xi Jinping como presidente de la República Popular China.

Xi es el 7º Presidente de la China comunista instaurada por Mao, pertenece a la etnia Han, y es hijo de uno de los fundadores de la guerrilla comunista, Xi Zhongxun, que llegó a ser viceprimer ministro.

El actual presidente es ingeniero químico, pero se doctoró al mismo tiempo en humanidades, concretamente teoría marxista e ideología, en Pekín.

Xi se ha labrado una carrera política muy sólida: después de ocupar distintos cargos locales fue nombrado Secretario general del Comité Central del Partido Comunista, en 2012, y en poco tiempo accedió a la presidencia de China.

El pasado octubre revalidó su soberanía al frente del gigante asiático y durante esta década el poder ha sabido situar a China a cabeza del orden mundial, en una tensa rivalidad con Estados Unidos y en una, aún más tensa, relación con Japón.

El ascenso de Xi ha significado el regreso de «el Hombre Ideológico», ha puesto fin a esa era de gobiernos pragmáticos y desde los tiempos de Mao se presenta como el líder más fuerte e ideológico de la República Popular.

Xi ha lanzado una nueva versión del nacionalismo marxista que ahora da forma a la presentación y al contenido de su política interior, su economía y su expansión en política exterior de China.

En contra de las opiniones de algunos analistas, Xi no está construyendo castillos teóricos en el aire para racionalizar o justificar decisiones que el Partido Comunista chino (PCCh) toma por razones pragmáticas.

En Xi, es la ideología quien dirige la política habitualmente. Hay un constructo neocomunista muy personal en su gobernanza, local y global.

Xi ha empujado la política hacia la izquierda leninista, la economía hacia la izquierda marxista y la política exterior hacia la derecha nacionalista. Ha reafirmado la influencia y el control que el PCCh ejerce sobre todos los ámbitos de la política pública y la vida privada de los ciudadanos de la República.

Xi ha revitalizado las empresas estatales y ha impuesto nuevas restricciones al sector privado. Al mismo tiempo, ha reactivado el nacionalismo a través de una política exterior cada vez más asertiva, impulsada por la creencia de inspiración marxista de que la historia está irremediablemente del lado de China y que un mundo anclado en el poder chino produciría un orden internacional más justo.

Como todos los marxistas-leninistas, Xi cree firmemente en «el materialismo histórico», que en su sentido clásico supone un enfoque de la historia centrado en la inevitabilidad del progreso a través de la continua lucha de clases.

Cree, asimismo, en «el materialismo dialéctico» que añade un enfoque de la política que se centra en el cambio o superación de los momentos vigentes de la historia cuando fuerzas contradictorias chocan, algo que acaba resolviéndose en una nueva síntesis política.

Pero es importante añadir que es un «leninista», es decir, cree en la revolución, cree que tal progreso histórico y choque dialéctico se puede acelerar, «revolucionar», a través del Partido Comunista.

Cree que es él el conductor y acelerador de estos cambios que, además, han de darse en el orden internacional.

Xi es el nuevo «Gran Timonel», como se denominaba a Mao Zedong en su tiempo, al volante para dirigir los cambios en el curso histórico. También cree tener el pie puesto en el acelerador, para revolucionar la gran marcha de la humanidad.

En sus escritos, publicados, Xi despliega su materialismo histórico para situar la revolución china en la historia mundial.

Traza un contexto en el que el paso de China a una fase más avanzada del «socialismo real» va acompañada necesariamente del declive de los sistemas capitalistas y las democracias occidentales.

Algo que la crisis de la pandemia del COVID 19, la actual crisis en Ucrania y la consiguiente des-globalización y desaceleración económica parecen venir muy en favor de sus propios pronósticos.

El materialismo dialéctico de Xi se presenta como un paso adelante en una contienda cada vez más intensa entre el PCCh y las fuerzas reaccionarias locales, en el interior de China, como las organizaciones no gubernamentales influenciadas por Occidente, el arrogante sector privado y los movimientos religiosos.

Pero la lucha es aún mayor en el exterior donde Estados Unidos y sus aliados frustran la gran revolución, por otra parte, imparable, debido a la irreparable decadencia capitalista occidental.

Estos conceptos pueden parecer trasnochados, pero son realmente los que marcan la política actual de China y los que las élites del PCCh, los funcionarios chinos y los especialistas en relaciones internacionales que asesoran al gobierno Xi, toman en serio.

El marxismo-leninismo sigue siendo la cabecera ideológica de una visión del mundo que sitúa a China en el lado correcto de la historia y retrata a Estados Unidos en agonía a la cabeza del declive capitalista, consumido por sus propias contradicciones políticas internas y destinado a quedarse en el camino.

No olvidemos el propósito original de Xi y su reformado PCCh: El «sueño chino» y su «marxismo-leninismo» serán el verdadero fin de la historia.

¡Feliz aniversario, presidente! Espero que no cumpla muchos más.