Oriente Medio
Netanyahu recibe una invitación envenenada de Emiratos Árabes Unidos para asistir a la COP28
Si el primer ministro de Israel viaja a Dubái tendrá que verse las caras con el presidente sirio, Bachar al Asad, enemigo declarado del Estado judío
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha recibido por fin la ansiada invitación que llevaba esperando años. Emiratos Árabes Unidos (EAU) ha propuesto al mandatario israelí que visite por primera vez el país del Golfo con motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28), que tendrá lugar en Dubái, el próximo mes de noviembre.
La invitación de Emiratos también se extiende al presidente de Israel, Isaac Herzog. Desde que ambos países normalizaron relaciones en el marco de los bautizados Acuerdos de Abraham, por mediación de Estados Unidos, Netanyahu soñaba con ser el primer líder del Estado judío en poner un pie en el país del Golfo.
Pero ironías de la vida, Netanyahu perdió las elecciones y tuvo que ver como su principal rival, Yair Lapid –en calidad e ministro de Asuntos Exteriores israelí– hacía historia y se convertía en el primer alto diplomático en visitar el país árabe, en 2021. A Bibi –apodo por el que se conoce a Netanyahu– se le presenta una nueva oportunidad, ya no será un hito único, pero sigue suponiendo un acontecimiento importante.
Aun así, la invitación de Emiratos al primer ministro de Israel es un regalo envenenado. Si Netanyahu acepta viajar a Dubái para asistir a la COP28, además de codearse con los líderes occidentales y los jeques de EAU, se encontrará con el recién rehabilitado presidente de Siria, Bachar al Asad, enemigo declarado de Israel.
Siria forma parte del conocido «Eje de la Resistencia» contra Israel, junto con Irán y Líbano, este último a través del grupo Hezbolá. Ninguno de ellos reconoce la existencia del Estado judío, pero además mantienen conflictos abiertos. De ahí, que la invitación de Emiratos a Netanyahu tenga una doble lectura.
EAU mantiene los lazos con Israel, pero sin dar la espalda a los cambios que está experimentando Oriente Medio. En 2020, la monarquía del Golfo empujó al resto de países árabes a normalizar las relaciones con el Estado judío, con la firma de los Acuerdos de Abraham, a los que se sumaron Bahréin, Sudán y, posteriormente, Marruecos.
Durante 2021, los acuerdos parecían funcionar, pero la repetición de elecciones en Israel y la formación del Gobierno más escorado a la derecha de su historia, con Netanyahu de nuevo a la cabeza, ha suscitado tiranteces entre ambos países. Más, con las políticas antiárabes que quiere implantar una parte de la coalición del Ejecutivo israelí y los recientes enfrentamientos entre las autoridades del país hebreo y la población palestina.
Paralelamente, Emiratos ha jugado sus cartas en Siria, y en 2018 inició un tímido acercamiento con Damasco al abrir su embajada, tras más de siete años sin relaciones a raíz de la primavera árabe. Durante los últimos años, el país del Golfo ha liderado una ofensiva árabe para que el resto de países vuelvan a aceptar a Bachar al Asad.
El terremoto que sacudió Siria –y Turquía–, el pasado mes de febrero, aceleró los movimientos que ya se estaban gestando entre bambalinas y sirvió como la excusa perfecta para que el resto de países árabes, entre los que se encuentra Arabia Saudí, retomaran relaciones con Damasco. Irán, principal apoyo del presidente sirio, también ha jugado un papel importante en la rehabilitación de Siria, al normalizar relaciones con Riad.
En este nuevo tablero de alianzas, el presidente sirio ha salido reforzado y reconocido como el ganador de la guerra civil. Siria ha vuelto a la Liga Árabe, de la que fue expulsado en 2011, y ha sido invitada también a la COP28, donde Asad se verá las caras con los líderes occidentales y el primer ministro de Israel, quienes se niegan a sacar del ostracismo al régimen sirio.