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John Profumo ex secretario de Estado de Defensa y Boris Johnson ex primer ministro británicoAFP

Reino Unido

La honrosa dimisión de John Profumo frente a la salida por la puerta trasera de Boris Johnson

Hace exactamente 60 años, el ex secretario de Estado de Defensa dimitió tras haber ocultado la verdad al Parlamento; un antecedente, ignorado por Johnson

Mentir ante la Cámara de los Comunes se paga con la dimisión: es lo que ocurrió a John Profumo hace 60 años. En marzo de 1963 afirmó ante la cámara baja del Parlamento que no había mantenido «relaciones inapropiadas» con la call girl Christine Keeler, a su vez amante de Yevgueni Ivanov, a la sazón agregado naval soviético en Londres, mientras era secretario de Estado de Defensa del Gobierno encabezado por Harold Macmillan.

Tres meses después, el 5 de junio, ante las crecientes evidencias, Profumo admitió que había mentido a los Comunes: sí había mantenido una relación, además adúltera, con Keeler. Profumo, en consecuencia, renunció, y para siempre, a su escaño parlamentario.

El exsecretario de Estado de Guerra británico John Profumo y su esposa Valerie Hobson en el momento en que estaba en el centro de un escándalo sexual y de espionaje de la Guerra Fría que le costó su carrera políticaAFP

De la investigación posterior se desprendió que el Ivanov no había accedido a información militar reservada que Keeler hubiera podido conseguir de Profumo a través de confidencias de almohada. Entre otras razones, porque cuando conoció a Profumo, la relación con Ivanov empezó a enfriarse.

Reino Unido, que atesora, probablemente, la cultura política de mayor calidad del planeta, no permite la mentira

Mas el Reino Unido, que atesora, probablemente, la cultura política -y especialmente parlamentaria- de mayor calidad del planeta, no permite la mentira en sede oficial. Una mentalidad plasmada en el Erskine May, el código ético y de buena praxis de la Cámara de los Comunes, elaborado 1844 y actualizado en numerosas ocasiones desde entonces.

En el apartado 15.27 de la versión en vigor se lee lo siguiente, en clara alusión al caso Profumo: «Los Comunes pueden tratar como desacato la realización de una declaración deliberadamente engañosa. En 1963, la Cámara resolvió que al hacer una declaración personal que contenía palabras que más tarde admitió que no eran ciertas, un antiguo diputado había sido culpable de un grave desacato».

Y añade, para que quede bien clara la última reforma: «En 2006, la Comisión de Normas y Privilegios llegó a la conclusión de que un ministro que había dado inadvertidamente una respuesta inexacta sobre los hechos en una declaración oral ante un comité selecto no había cometido desacato, pero debería haberse asegurado de que se corrigiera la transcripción. El Comité recomendó que se disculpara ante la Cámara por el error».

El ex primer ministro británico, Boris JohnsonStefan Rousseau / AFP

Por lo tanto, era imposible que Boris Johnson, hombre culto y gran conocedor de la larga historia política del Reino Unido, ignorase estas disposiciones cuando intervino ante la Cámara en relación con las fiestas ilegales celebradas en Downing Street mientras su Gobierno imponía un duro confinamiento al resto de los británicos. «Sin embargo», escribe el periodista Peter Oborne en The Assault on Truth (Asalto a la verdad), «el Erskine May y los demás códigos de conducta ministeriales son ignorados. Los ministros (incluido el primero de entre ellos) mienten y hacen trampa con impunidad».

El libro, publicado en 2021 cuando ya había aflorado el escándalo protagonizado por Johnson, se ha convertido en un éxito de ventas en el Reino Unido. Su contenido trasciende las peripecias de Johnson y abarca las grades mentiras políticas de las últimas décadas, como las acaecidas durante el decenio de Tony Blair.

El ensayo, junto con otras iniciativas, ha tenido impacto. Por eso, la predecesora de Johnson, Theresa May, se ha mostrado tan implacable para con él. Es en este contexto que hay que entender la publicación, el pasado 15 de junio, del informe oficial que se ha llevado por delante a Johnson.

La comisión concluyó que Johnson había «engañado repetidamente a la Cámara sobre un asunto de la máxima importancia para la Cámara y el público». Más claro, el agua.

Otra de las vertientes es la diferencia en las actitudes de Profumo y Johnson tras la renuncia al escaño. El primero, sin que nada le obligase a ello, también abandonó el Consejo Privado, el órgano que formalmente gobierna el Reino Unido y al que pertenecen, con carácter vitalicio, la élite política, administrativa y religiosa del país, y dedicó el resto de su vida –43 años, hasta su muerte en 2006– a los más necesitados a través de la obra benéfica Toynbee Hall, en cuya sede, sita en Londres, fregaba platos como uno más al tiempo que usaba sus contactos para recaudar fondos, siempre dentro de la discreción.

Un comportamiento que fue recompensado por la concesión de la Encomienda de la Orden del Imperio Británico. La rehabilitación pública se produjo en 1995 cuando Margaret Thatcher, con motivo de la cena que organizó para celebrar sus 70 años, le sentó a la derecha de Isabel II. En cambio, no prosperó la campaña para reintegrarle en el Consejo Privado. Ni siquiera valieron su notable hoja de servicios durante la Segunda Guerra Mundial, ni el hecho de que, antes de ir al frente, votase a favor de la dimisión de Neville Chamberlain -el que había pactado con Adolf Hitler en Munich-, facilitando, así, la llegada al poder de Winston Churchill.

A Johnson, por su parte, no le ha tocado vivir, por evidentes razones generacionales, periodos así de turbulentos. Tal vez -y la culpa no es, en absoluto, únicamente suya- eso explique cierta relajación ética en todo el arco parlamentario británico desde hace ya años. En todo caso, quien fuera primer ministro entre 2019 y 2022, ha sido la primera «víctima» de la fuerte recuperación de la ética en la vida política.

Baste decir que ningún peso pesado del Partido Conservador ha salido en su defensa. Incluso su antecesora en el cargo, Theresa May, ha sido una de las que más duramente ha cargado contra él. Ajuste de viejas cuentas, sin lugar a duda. Pero es indiscutible que ha sabido captar el sentido del viento y las expectativas de la opinión pública. Johnson, a diferencia de Profumo, no ha manifestado la más mínima voluntad de abandonar la escena pública. Antes, al contrario.