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José María Ballester Esquivias

Por qué se inflaman las banlieues francesas

Las barriadas de las grandes ciudades se mantuvieron, por ejemplo, al margen de la protesta contra las pensiones; pero no perdonan cuando la víctima forma parte de los suyos

El despliegue policial en Francia no ha evitado otra noche de caosEFE

En Nanterre han tenido que estallar los primeros disturbios graves desde aquellos de 2005, cuya principal consecuencia fue potenciar la candidatura presidencial de Nicolas Sarkozy, a la sazón ministro del Interior.

Nanterre, en cuya masificada universidad prendió, aquel 22 de marzo de 1968, la mecha de un movimiento estudiantil que desembocaría en una crisis cultural y sociológica de alcance planetario; Nanterre, capital pobre de una provincia, los Altos del Sena, en cuyo territorio también se ubica Neuilly-sur-Seine, municipio más rico de Francia –con la excepción de París–, con una renta per cápita de 112.594 euros, según cifras de 2020, y donde se encuentran por ejemplo, las oficinas centrales de Chanel, pilar de la industria del lujo.

El deterioro paulatino

Nanterre, sobre todo, que albergó hasta 1971 la principal barriada de chabolas y demás tugurios de toda Francia, sustituida desde entonces por altos edificios de mala calidad construidos a toda prisa entre los sesenta y setenta, en los que la convivencia entre familias de culturas muy distintas se deteriora paulatinamente. Ese es el ambiente, en Nanterre y en el resto de país, que abre la puerta a sucesos trágicos como la muerte del joven Nahel por el disparo accidental de un policía, suceso que ha inflamado a buena parte de Francia, tras extenderse como un reguero de pólvora.

No es la primera vez, pero nunca antes las redes sociales habían jugado un papel tan decisivo en la configuración de unos disturbios que, al cabo de cuatro días ya han generado consecuencias devastadoras: la primera ministra, Élisabeth Borne, admite, algo a regañadientes, que la imposición del estado de emergencia en ciertas zonas en una de las posibilidades contempladas, mientras que el ministro del Interior, el omnipresente Gérald Darmanin, ya ha ordenado, con carácter inmediato, a los prefectos (delegados del Gobierno) que prohíban la circulación de tranvías y autobuses en toda Francia.

Sirva como botón de muestra de la tensión que impera las agresiones sufridas por dos policías de Marsella cuando circulaban de paisano durante su tiempo libre: a uno los agresores –eran una veintena– le han reventado la mandíbula; su compañero ha sido acuchillado. Ambos fueron reconocidos mientras volvían de una fiesta privada.

No resultan extraños los tiros de mortero como medio de protesta

En cambio, no resultan extraños los tiros de mortero como medio de protesta: sin ir más lejos, en los últimos dos años se han registrado incidentes de este tipo en varias zonas de Francia. Por ejemplo, y significativamente, en Hautepierre, uno de los barrios «calientes» de Estrasburgo, la ciudad francesa más frecuentada, después de París, por las élites políticas y mediáticas, debido a su condición de sede de varias instituciones europeas.

Ramificaciones

Antes semejante escenario, cabe preguntarse por qué las banlieues no han protagonizado disturbios tan violentos, masivos y con capacidad de abarcar a todo el territorio nacional. Sin ir más lejos, poco se vio a los jóvenes de las banlieues durante la crisis de los «Chalecos amarillos» o más recientemente, en las protestas contra la reforma de las pensiones.

El asunto tiene multitud de ramificaciones. Mas una parte de la respuesta podría encontrarse en la curiosa forma de mantener el orden en lugares en los que la autoridad del Estado se nota cada vez menos: en parte lo mantienen –el islamismo es una fuerza dominante en las banlieues– los imanes a través de una tupida red de mezquitas; otra parte corresponde a la economía paralela, en la que el narcotráfico juega un papel primordial; sin olvidar a los responsables de asociaciones culturales y deportivas, fuertemente subvencionadas por el erario. Esto último ejemplifica el «pan para hoy y hambre para mañana», que ha caracterizado a la práctica totalidad de los Gobiernos galos desde 1970.