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Mercadillo de MolenbeekEl Debate

Testigo directo

Molenbeek, la otra cara de la inmigración en pleno corazón de Europa

El barrio bruselense, con una población musulmana del 80 %, ha pasado de ser un «nido de terroristas» a la evidencia del fracaso de una sociedad multicultural

Molenbeek, un barrio en la capital de Bélgica, lleva años intentado quitarse el estigma de ser catalogado como un «nido de terroristas». De este barrio bruselense salieron tres de los autores de los dramáticos atentados de París, en noviembre de 2015.

Ocho años después, el barrio está más vivo que nunca, el mercado de los sábados congrega a cientos de personas que buscan encontrar la mejor oferta en medio de una multitud de puestos que ofrecen desde fruta hasta productos de belleza, pasando por ropa.

La moda está inspirada en la tradición musulmana, el hiyab o los abaya inundan los puestos callejeros. Por el contrario, la ropa de corte occidental es casi imposible de encontrar. Los más parecido –salvando las diferencias– es una pequeña tienda que han bautizado como Zaya, con la misma tipografía que la tienda española más popular, Zara.

Puesto mercadillo de MolenbeekEl Debate

Adentrarse en Molenbeek es como transportarse a cualquier barrio o ciudad del norte de África. El francés y el árabe se entremezclan y el olor a especias te hace viajar a lugares como Marrakech o Tánger. Una vez cruzas el Canal de Charleroi te das de bruces con este barrio, es inconfundible. Unas vallas, custodiadas por la Policía belga, te indican que ya has llegado. Es sábado de mercadillo y la avenida principal está a reventar.

Una marabunta, protagonizada prácticamente por mujeres, compra comida, ojea artículos de belleza y comparte alguna que otra confidencia. La gran mayoría visten acorde con la tradición musulmana, son pocas las que no llevan el velo islámico. Aquellas que no usan el hiyab son, generalmente, chicas jóvenes o adolescentes.

El mercadillo se extiende por varias calles, el calor aprieta y a las mujeres, completamente tapadas, se les cae alguna que otra gota de sudor. Muchas de ellas aprovechan para dar una vuelta con los niños, carrito incluido, lo que imposibilita aún más el movimiento. Avanzar se convierte en misión imposible y el sol no da tregua.

Diez mezquitas y una iglesia

Una vez que consigues salir de la multitud y te adentras por el barrio llama la atención la suciedad como si por allí no pasaran los servicios de limpieza. Matorrales que colonizan las aceras y basura acumulada en las orillas de las calles. El traqueteo de los coches antiguos es un zumbido constante. Las mezquitas se convierten en punto de reunión, solo en Molenbeek hay más de diez. La única iglesia del barrio, la de San Juan Bautista, ubicada en el mismo centro de Molenbeek, está cerrada.

A primera vista parece abandonada, las puertas están completamente cerradas. Un cartel pegado en una de las entradas reza: «Por favor, llámame». La suciedad se acumula en los rincones. Los mendigos aprovechan para resguardarse alrededor de la construcción y unos locales explican que únicamente abre los domingos a mediodía, pero, matizan, «no suele haber mucha gente».

Iglesia de San Juan Bautista, en Molenbeek:El Debate

El patrón de Molenbeek es, irónicamente, san Juan Bautista. Este barrio es el undécimo municipio más poblado de toda Bélgica y uno con las tasas más altas de inmigración, donde la población musulmana roza el 80 %. Para muchos es el claro ejemplo del fracaso de una sociedad multicultural.

El senador honorario belga y antiguo secretario general de Médicos Sin Fronteras, Alain Destexhe, confesó que cuando conduce por este barrio no se siente «como en casa en Bélgica». Unas palabras que fueron también compartidas por el parlamentario socialista flamenco, Conner Rousseau.

En el conjunto de la región de Bruselas, solo una cuarta parte de los belgas son de origen belga, el 35 % son extranjeros y el 39 % lo son de origen, según hizo público el diario francés Le Monde. Molenbeek es un pequeña muestra de la realidad del país europeo.

Se acerca la hora de comer, el calor sigue apretando, una temperatura que se parece más a la de Madrid que a la de Bruselas. Cruzamos el canal y parece que viajamos de nuevo de continente a continente. Un mismo país, una misma ciudad y, sin embargo, dos mundos completamente opuestos.