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Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez Garat
511 días de guerra en Ucrania

Por qué es tan importante el puente de Crimea

Las circunstancias en las que la destrucción del puente de Kerch podría ser decisiva para la marcha de la guerra están, hoy por hoy, muy lejos de materializarse. ¿Por qué entonces este nuevo ataque?

Actualizada 07:11

Vladimir Putin en el puente de Crimea en una imagen de archivo

Vladimir Putin en el puente de Crimea en una imagen de archivo

Hace apenas un siglo, muchos padres de familia españoles creían tener derecho a corregir a sus hijos más díscolos azotándolos con el cinturón. Diríase que la Madre Rusia se arroga el mismo trasnochado derecho: el de castigar a una desobediente Ucrania que, sin permiso de quien se considera su progenitora, quiere acercarse a las tierras prohibidas de Occidente, a todas luces más prósperas y, desde luego, también más libres que las regidas por el Kremlin.

Ese hipotético derecho por el que Rusia parece apostar explica algo tan difícil de comprender desde fuera como el empeño en calificar la invasión de Ucrania como una «operación militar especial». Oficialmente, al menos para los rusos, no se trata de una guerra. ¿Cómo iba a serlo entre madre e hija?

PUENTE CRIMEA Infografia

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Las palabras que escogemos para definir los hechos tienen consecuencias. Porque no es una guerra, Putin encuentra cada día nuevas dificultades para movilizar el potencial bélico de Rusia. Porque no es una guerra, el Kremlin exige al mundo, cada vez con menos convicción, que tolere una disimetría según la cual, y no se trata más que de un ejemplo reciente, el empleo de las bombas de racimo rusas es una exigencia de las operaciones –recordemos que ellos dicen que no atacan blancos civiles– y la entrega de las mismas armas a Ucrania es un crimen de guerra. De la misma forma, los puentes ucranianos pueden ser destruidos por su innegable valor militar, pero el ataque a los puentes rusos es, por definición, un acto terrorista.

Desafortunadamente para Rusia –y también para los EE.UU. en momentos todavía cercanos en el tiempo– han pasado los tiempos en los que se podía castigar así a los hijos, y aún más a las colonias. El niño azotado no solo se protege de los golpes, algo que cualquier padre de hace un siglo entendería, sino que, si tiene edad suficiente, se revuelve e intenta devolverlos. Ese es el caso de Ucrania, que no se limita a defenderse en su territorio sino que, para indignación de Putin y los suyos, ataca el puente de Crimea sin respetar los límites definidos por Rusia para su «operación militar especial».

El segundo ataque al puente de Crimea

Como ocurrió con el primero, poco se sabe con certeza sobre el segundo ataque al puente de Crimea. En octubre del año pasado, los explosivos llegaron por carretera. Desde entonces, los controles de los vehículos que atraviesan el puente se han hecho tan intensivos que era necesario encontrar una nueva vía, y Ucrania parece haberla encontrado en la mar.

Fuentes rusas y ucranianas –estas últimas no oficiales– aseguran que fueron dos vehículos de superficie no tripulados los que causaron los daños que hemos visto en las pocas fotografías publicadas, que afectan únicamente a los carriles para la circulación de vehículos y no al ferrocarril. Según las primeras estimaciones, el tráfico por carretera tardará varias semanas en reanudarse, al menos en una dirección.

Las implicaciones logísticas

Si la guerra de Ucrania fuera una contienda normal entre estados, habría que asumir que el puente ha sido atacado por legítimas razones logísticas. Se trata de una de las dos vías por las que discurre el tráfico militar entre Rusia y la ocupada Crimea, discurriendo la otra por el territorio conquistado por las tropas de Putin en las regiones de Jersón y Zaporiyia, más difícil de atravesar.

La importancia de esta vía, sorprendentemente saturada de turistas rusos que siguen pasando sus vacaciones en la península ocupada –recordemos que Crimea está fuera del área de la operación especial y, por lo tanto, para Rusia no es zona de guerra– es, hoy por hoy, solo relativa desde el punto de vista militar.

El puente de Kerch no fue inaugurado hasta 2018. Hasta entonces, la comunicación entre Rusia y Crimea estaba asegurada por un potente servicio de ferris, capaz de servir durante años a las necesidades de la península ocupada sin apoyo alguno por carretera. Nada impide que, de ser necesario, se emplee este medio de transporte para sostener las operaciones militares desde Crimea y, si llegara el caso, en la propia Crimea.

Aunque es cierto que los ferris se convertirían en vulnerables si Ucrania consigue abrirse camino hasta el mar de Azov, y aún más si la llegada de aviones occidentales llega a equilibrar la batalla aérea sobre los cielos de Ucrania, nunca lo serían tanto como el propio puente de Kerch, que, en esas condiciones, se volvería tan difícil de defender como lo fue en su día el de Antonovsky, sobre el Dniéper.

Las implicaciones políticas

En cualquier caso, las circunstancias en las que la destrucción del puente de Kerch podría ser decisiva para la marcha de la guerra están, hoy por hoy, muy lejos de materializarse. ¿Por qué entonces este nuevo ataque? Quizá la verdadera razón esté en demostrar a los perplejos rusos que ni Ucrania se va a resignar a recibir los azotes sin defenderse, ni Putin es la figura paterna que, cinturón en mano, devolverá el orden e impondrá disciplina en lo que en su día fue la Unión Soviética.

Todavía no hay quien critique públicamente al dictador ruso, quizá porque las ventanas de Moscú siguen abiertas para quien se atreva a hacerlo

Los expertos en el espacio informativo ruso –en el que la prensa solo sirve de correa de transmisión de las directrices del Kremlin y el verdadero debate político y militar se produce en los canales de Telegram– aseguran que, si el ataque al puente tenía como motivo transmitir la rebeldía de Ucrania y la incompetencia de Putin, ambos mensajes ha llegado alto y claro a sus destinatarios. Todavía no hay quien critique públicamente al dictador ruso, quizá porque las ventanas de Moscú siguen abiertas para quien se atreva a hacerlo. Pero sí se despachan a gusto con el Ministerio de Defensa, por el que Putin ha apostado fuerte durante la rebelión del desaparecido Prigozhin.

Como cabría esperar, a raíz del ataque, Putin ha vuelto a asegurar que la «operación militar especial» conseguirá todos sus objetivos y ha amenazado con represalias. Sin embargo, hace ya meses que el criminal ruso ha dejado de dar miedo. ¿Cuáles pueden ser esas represalias? ¿Va a movilizar a más reservistas? No parece cuando ni siquiera ha previsto algo tan básico como el relevo de los ya movilizados, propiciando las quejas de algunos generales rápidamente destituidos.

¿Intensificará Putin los ataques a las ciudades ucranianas? Es posible. Después de todo, es lo que ha hecho hasta ahora después de cada traspiés en el campo de batalla. Con los bombardeos de castigo sobre los civiles, mal disimulados como ataques a objetivos militares a menudo inexistentes, contentará a algunos de los halcones cuyo apoyo necesita para mantenerse en el poder ahora que el suelo empieza a moverse bajo sus pies. Pero es pan para hoy, hambre para mañana. Putin pone toda su esperanza de victoria en ser capaz de aguantar más tiempo que su enemigo, pero no hay mejor forma de espolear a ese enemigo –y al Occidente que le apoya– que llevar la muerte a sus ciudades.

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