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José María Ballester Esquivias
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Netanyahu mantiene firmemente el control del Gobierno de Israel y del partido

La crisis de la reforma judicial potencia su liderazgo, pese al ascenso inexorable de su ministro de Justicia, Yariv Levin

Actualizada 04:30

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu

El primer ministro de Israel, Benjamin NetanyahuAFP

64 votos a favor y 0 en contra. Ese fue el resultado oficial de la votación de la primera parte de la controvertida reforma judicial impulsada desde hace meses por el Gobierno de Benjamin Netanyahu: en un hecho sin precedentes, por lo menos desde hace décadas, fue boicoteada por la oposición al completo.

Decenas de miles de manifestantes salieron espontáneamente a la calle para expresar su indignación, sobre todo en Tel Aviv y Jerusalén. Bloqueando las circunvalaciones de estas dos grandes ciudades, se enfrentaron durante horas con las fuerzas y cuerpos de seguridad, que no escatimaron en medios ni esfuerzos para restablecer el orden: desde cañones de agua hasta policías a caballo, sin olvidar porras, palizas y las inevitables detenciones.

Una exhibición de fuerza que no disuade a los opositores a la reforma de seguir con sus movilizaciones. Lo demuestra la convocatoria de huelga iniciada por la asociación nacional de médicos, y secundada por numerosos reservistas dispuestos a cumplir su amenaza de no llevar el uniforme. Una lista de iniciativas que no es exhaustiva.

Sin embargo, la magnitud de las protestas encierra el regocijo que impera en el seno de la coalición gubernamental y de su principal partido, el Likud, cuyo líder es Netanyahu.

Nada más conocerse el resultado de la votación, varios diputados se abalanzaron sobre el vicepresidente del Gobierno y ministro de Justicia, Yariv Levin, para abrumarle de selfies y plasmar «este momento histórico». Acaparó todo el protagonismo, entre otras cosas porque Netanyahu ya había abandonado el hemiciclo.

El ministro de Justicia de Israel, Yariv Levin

El ministro de Justicia de Israel, Yariv LevinAFP

Así las cosas, Levin tiene la intención de seguir adelante. De entrada, sus palabras: la victoria parlamentaria es «el primer paso de un proceso histórico destinado a corregir el sistema judicial y restaurar los poderes de los que el Gobierno y la Knéset han estado privados durante años». Dicho de otra forma –y aunque haya pedido a la oposición que aproveche el largo receso parlamentario que comienza a finales de julio para alcanzar un compromiso–, está determinado a lograr la aprobación de los demás aspectos de su reforma judicial.

Levin, el hombre que, según varios comentaristas, mueve todos los hilos, incluidos los que activan a un debilitado Netanyahu dentro de un Likud en el que se han impuesto los partidarios de la línea dura que amenazan constantemente con desestabilizar la coalición si el primer ministro optara por ceder a los cantos de sirena del compromiso.

Si bien tampoco es seguro que el incombustible Netanyahu se haya convertido en marioneta de los halcones de su partido. La victoria del lunes también es suya. Y puede que por partida doble. En primer lugar, porque no faltó ningún voto en el momento decisivo, en contra de los rumores persistentes. Sigue siendo la autoridad suprema dentro del partido y de la coalición.

Asimismo, consiguió satisfacer a sus bases, que no querían en ningún caso la suspensión de la reforma. Si cedía, algunos militantes ya habían hecho saber que dejarían de votar al partido en las próximas elecciones. Por lo tanto, Netanyahu, que ha gobernado el Estado hebreo más tiempo que cualquiera de sus antecesores en el cargo, incluido David Ben Gurión, está sin temores respecto de su liderazgo. Sin ir más lejos, durante su breve hospitalización, fue Levin quien le sustituyó al frente de su Gobierno y volvió disciplinadamente a su sitio una vez finalizada la baja del jefe. Netanyahu está donde quiere estar. Cosa distinta es la honda fractura que su empecinamiento está causando en la sociedad israelí.

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