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Abascal y Meloni durante la cumbre ECR-Eurolat de 2021VOX

Vientos de cambio

Los resultados de Vox no afectan al fortalecimiento de la nueva ola conservadora en Europa

Analistas aseguran que el plan de Meloni de impulsar fuerzas afines por todo el continente está dañado de muerte, pero la realidad es muy diferente

Santiago Abascal estuvo arropado por la primera ministra de Italia Georgia Meloni en uno de los mítines de la pasada campaña electoral en Valencia. La líder de Fratelli d'Italia y presidente revalidada del partido europeo ECR (Conservadores Europeos y Reformistas) es una de las caras más visibles de la nueva ola conservadora que está recorriendo toda Europa.

Su carácter, presencia y determinación como política se unen, en el actual delicado contexto internacional, a su declarado atlantismo y europeísmo. Es una mezcla explosiva si se tiene en cuenta que pintan bastos para aquellos que osen siquiera plasmar una vía de pensamiento alternativa a lo que manda Washington sobre el posicionamiento respecto a Rusia y al choque de trenes que está teniendo lugar en el extrarradio de la Unión Europea.

En la amalgama que supone la nueva derecha, desde católicos hasta paganos, desde liberal-conservadores a estatalistas nacional revolucionarios, la figura de Meloni se ha erigido como «aceptable» por los grandes del bloque de la OTAN. Los tiempos mandan y ahora toca hacer frente común contra Vladimir Putin. La batalla cultural que lleva a cabo el gobierno italiano contra las ideas disolventes progresistas ahora ha pasado a un segundo plano por la premura que impone la guerra y la rápida reconfiguración política del mundo. El timing en política lo es todo. Vini, vidi, vici.

Paso firme

En menos de un año, desde octubre de 2022, Georgia Meloni ha pasado de ser «fascista» y «adoradora de Mussolini» a poner en su sitio a propios y extraños. Gobierna con firmeza un tripartito donde ni políticos experimentados como Matteo Salvini le hacen sombra. Silvio Berlusconi falleció recientemente.

Otros como el liberal progresista Emmanuel Macron han tenido sonados encuentros con ella. Quizás pensó el representante francés que la inexperta Meloni se achantaría ante el despliegue diplomático mostrado por París para frenar a la «extrema derecha». Nada más lejos de la realidad. Macron pidió una taza; Meloni le dio dos. Al hablar el control cuasi colonial que Francia sigue ejerciendo sobre la región francófona africana, la italiana mandó al rincón del silencio a la administración francesa. Públicamente, al menos, no han vuelto a decir nada. El tortazo sonó hasta en la isla caribeña de Guadalupe.

Macron tiene razones para preocuparse. Teme que el buen hacer dentro y fuera del país del Meloni empuje a Marine Le Pen, su gran rival, en suelo galo. Pero no es el único. La fortaleza del progresismo en Europa parece que flaquea. Esto es así, al menos, en la base social. Cada vez más ciudadanos apoyan a partidos abiertamente conservadores contrarios a la inmigración masiva, a la destrucción de la familia, a la imposición de la ideología de género y al maniqueísmo ideológico, entre otros puntos.

Los problemas socioeconómicos derivados de una inexistente integración de la inmigración masiva, la progresiva islamización del continente, la demonización de determinadas formas de pensar en la esfera pública y privada o la paulatina desarticulación de los propios Estados-nación está provocando que una parte de la ciudadanía europea despierte del sueño socialdemócrata del «café para todos» propio de las sociedades del bienestar. No todo son neoderechos y libertades sacadas de la chistera, hay valores eternos que reviven en determinadas circunstancias. Europa se encuentra ahora en ese cruce de caminos.

De oeste a este

Esta ola recorre los cuatro puntos cardinales con sus diferencias y contextos particulares. En el norte de Europa, los representantes políticos de este espectro son particularmente contrarios a la inmigración. Son países escasamente poblados que han recibido una cantidad desorbitada de inmigrantes en términos proporcionales.

En 1975, la socialdemócrata Suecia de Olof Palme se convirtió oficialmente en un estado multicultural. Desde entonces, las violaciones en el país han aumentado un 1.700 %. Algunos todavía se niegan a atar cabos.

En centro Europa, la principal batalla se centra en la familia entendida como unidad fundamental de libertad en el seno de una sociedad compleja como son los Estados-nación. Patria y familia. Esto se une a la batalla por la religión en el este, antiguos países víctimas del comunismo secularizador. Polonia y Hungría son el claro ejemplo de esto. Dios, patria y familia.

El caso de Marine Le Pen difiere por la realidad del país. Con casi un quinto de la población de origen extranjero y abiertamente antioccidental, la batalla contra el caos une a conservadores, feministas clásicas y a la comunidad LGTB en algunos puntos, sabedores estos dos últimos de que sus verdaderos enemigos son los que quieren que las mujeres vayan cubiertas en espacios públicos o acabar con los homosexuales. La política hace extraños compañeros de cama, se suele decir. O quizás no tanto.

Alternative für Deutschland (AfD) en Alemania está creciendo por eso mismo. La invasión de inmigrantes que ha sufrido el país teutón motivada por la excanciller Angela Merkel está generando conflictos tan surrealistas en occidente como son los altercados en piscinas públicas en las cuales las mujeres alemanas sufren acoso y agresiones por ir en bikini. Merkel reconoció en 2010 que el multiculturalismo había fracasado. De aquellos polvos, estos lodos. Wir sin das Volk, gritaban los alemanes en la reunificación tras la caída del Muro. El Volk alemán siempre estuvo ahí y ahora partidos y grupos políticos apelan a él de nuevo ante la demolición controlada del motor económico de Europa.

El caso de Vox es diferente. España es un oasis del progresismo. El régimen del 78 se creó con el fin de encontrar la paz con el cambio de régimen, pero dejó la puerta abierta a la autodestrucción de la nación y es lo que intentan gran parte de las fuerzas parlamentarias desde entonces. Así como otros partidos no tienen el problema de la batalla por la unidad nacional, el partido de Abascal sí tiene que dedicar una gran parte de sus esfuerzos a ese frente. Algo que no tienen los demás países es un imperio como el español a sus espaldas y eso también abre nuevas vías de trabajo.

Los verdes han trabajado desde el primer momento en crear puentes de unión a ambos lados del Atlántico. La Carta de Madrid es un claro ejemplo de ello. Crear redes sociales y políticas en América es una forma de cubrir las espaldas propias y de sus socios en Europa ya que, como se demostró en la última UE-CELAC, la afinidad entre las narcodictaduras y los gobiernos de izquierda y extrema izquierda europeos es total.

¿Otra Europa es posible?

En mayo de 2024 se convocarán elecciones europeas donde en verdad se medirán el pulso las ideologías hegemónicas y las contrahegemónicas. El escenario que desean los conservadores es que los grupos ECR e ID (Identidad y democracia) puedan copar el segundo puesto justo por detrás del EPP (Partido Popular Europeo).

Es muy posible que los socialistas pierdan fuelle y que los conservadores empiecen a marcar el paso en Bruselas. Sea como sea, Hungría y Polonia ocuparán sendas presidencias rotatorias a partir del segundo semestre de 2024 y eso puede significar el giro definitivo de la UE, al menos en el corto plazo. Aun así, es muy difícil que esto ocurra por la propia dinámica interna de la institución. El tiempo lo dirá.