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Aquilino Cayuela
Aquilino Cayuela

Los peligros de la desglobalización y la ruptura de la interdependencia

La globalización se ha fracturado. Para los más pesimistas es un miembro amputado que aun creen notar el conjunto de las naciones, la economía y el comercio mundial

Actualizada 04:30

El presidente ruso, Vladimir Putin, se reúne con el presidente chino, Xi Jinping, en el Kremlin de Moscú

El presidente ruso, Vladimir Putin con el presidente chino, Xi JinpingAFP

En los treinta años posteriores a la Guerra Fría, los países occidentales creían y esperaban que la disolución de la Unión Soviética inauguraría una nueva era de paz y relaciones benignas entre democracias y autocracias.

El entonces senador estadounidense Barack Obama defendía en 2006, que la «competición entre grandes potencias» era una forma anticuada de entender las relaciones internacionales.

Argumentaba que «las naciones más poderosas del mundo (…) están ampliamente comprometidas con un conjunto común de normas internacionales que rigen el comercio, la política económica y la resolución legal y diplomática de disputas».

Pero la globalización se ha fracturado. Para los más pesimistas es un miembro amputado que aun creen notar el conjunto de las naciones, la economía y el comercio mundial, pero Occidente considera cada vez más, y de forma comprensible, que la interdependencia no es un factor estabilizador en sus relaciones con China y Rusia, sino una vulnerabilidad potencial.

Los últimos tres años han demostrado de forma concluyente los peligros de una dependencia excesiva.

Riesgos de la dependencia

Ningún país puede dudar ya de los riesgos de depender demasiado de otros para obtener productos vitales, especialmente de un competidor estratégico.

La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto la falta generalizada de medicamentos y equipamientos sanitarios esenciales.

Estados Unidos y Europa padecieron durante la epidemia el preocupante grado de dominio de China en la producción de equipos básicos de protección.

El conflicto de Ucrania ha puesto en evidencia la preocupante dependencia de Europa del gas y petróleo rusos

El conflicto de Ucrania ha puesto en evidencia la preocupante dependencia de Europa con respecto a Rusia respecto al gas y el petróleo.

Propició el giro de Alemania y otros países para salir de esa subordinación y buscar esos recursos básicos en otras fuentes.

Para Occidente, disolver lazos comerciales de larga recorrido llevará mucho tiempo. Incluso con el enfrentamiento a Rusia, los miembros del G-7 decidieron no imponer una prohibición casi total de las exportaciones a Rusia.

Y aunque la Unión Europea ya no importa directamente petróleo de Moscú, el bloque lo hace indirectamente comprando suministros con descuento a países que se han negado a sancionar a Rusia, entre ellos China, India y Turquía.

Es muy costoso acelerar su transición hacia energías limpias y combustibles fósiles que no procedan de Rusia.

Hay menos consenso sobre cómo gestionar las relaciones con China. Washington considera a Pekín, en términos de la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022, como «el único competidor con la intención de remodelar el orden internacional» y cada vez más le consideran su amenaza inminente, es decir, «con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo».

China, un socio de cooperación

Pero la visión desde Bruselas es menos asertiva y en un documento de marzo de 2019, la Comisión Europea definía a China como «un socio de cooperación» y «un socio negociador», al mismo tiempo que la calificaba de «competidor económico y rival sistémico». Aún hoy se mantiene se discurso en la Unión Europea.

Todos están de acuerdo en que es urgente reducir la interdependencia con China en áreas centrales de tecnología punta.

Es este un imperativo tanto económico como de seguridad. La preocupación se centra actualmente en la informática, pero es probable que con el tiempo abarque otros ámbitos, como la bioinformática y las energías limpias.

Desde el punto de vista del adversario, la creciente cohesión occidental constituye un serio desafío para China y Rusia

Desde el punto de vista del adversario, la creciente cohesión occidental constituye un serio desafío para China y Rusia.

Tras su invasión de Ucrania, Moscú incurrió en las sanciones más amplias que se han impuesto a una gran potencia económica desde la Segunda Guerra Mundial.

Las sanciones han limitado la influencia de Moscú sobre la Unión Europea: en 2021, Rusia suministraba el 45 % del gas y el 27 % del petróleo del bloque, pero en el primer trimestre de 2023, esas cifras se habían reducido al 17 % y al 3 %, respectivamente.

Con el tiempo, las sanciones también erosionarán la base industrial de defensa de Rusia al limitar la capacidad del país para adquirir semiconductores.

China, por su parte, ha dañado su prestigio en Occidente por su diplomacia asertiva en el Indo Pacífico, su presión a Taiwán y su negativa a condenar la agresión rusa en Ucrania.

Sin embargo, el peso global de Occidente en la economía mundial está disminuyendo. En 1993, los seis países occidentales miembros del G-7 representaban el 50 % del producto mundial bruto. Hoy, esa cifra es del 40 %.

Rusia está estrechando sus relaciones con China, Irán y Arabia Saudí

De otro lado, la desvinculación de Occidente respecto a Rusia, dicen que avanza a buen ritmo, pero, con todo, el régimen de Moscú no es para nada un paria mundial.

Está estrechando sus relaciones con China, Irán y Arabia Saudí. Mantiene importantes vínculos energéticos y un rentable comercio de armas con India.

En el mundo en desarrollo, Rusia ha ganado adeptos con su falsa afirmación de que la subida de los precios de los alimentos y la energía se debe a las sanciones occidentales y no a su propia agresión.

El producto interior bruto de China es más de nueve veces mayor que el de Rusia, y se prevé que contribuya en un 22,6 % al crecimiento mundial en los próximos cinco años. Además, es el mayor socio comercial de más de 120 países.

China y Rusia ven ahora la competencia estratégica en términos existenciales y, por tanto, no cederán fácilmente a la presión económica occidental.

El reto a medio plazo para Occidente implica gestionar los riesgos derivados, no tanto de las anteriores dependencias, como del distanciamiento y la ruptura.

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