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Un convoy que transporta al rey Mohammed VI de MarruecosAFP

Norte de África

Por qué Mohamed VI quiere acercarse ahora a Argelia

Los logros geoestratégicos de Marruecos –Sáhara Occidental, Israel…– han sido contrarrestados por una ofensiva diplomática de Argel que empieza a dar sus frutos

Mohamed VI ha aprovechado, por tercer año consecutivo, su tradicional Discurso del Trono para abogar por una normalización de las relaciones con Argelia. Inauguró la trilogía en julio de 2021, tres semanas antes de la ruptura de relaciones diplomáticas, acelerada, entre otros motivos, por una visita a Rabat de Yair Lapid, a la sazón ministro israelí de Asuntos Exteriores, que aprovechó su presencia para certificar el alineamiento total del Estado hebreo para con las posiciones de Marruecos en el conflicto del Sáhara Occidental, definitivamente plasmado en la carta enviada el pasado 17 de julio por Benjamin Netanyahu a Mohamed VI.

En esos momentos de inicio de década, el Reino alauita ostentaba una cómoda posición gracias a no solo a su acercamiento a Israel –la apertura recíproca de embajadas se produjo a finales de 2020 y fue celebrada con un jugoso contrato armamentístico–, sino también por el fortalecimiento de sus vínculos con Estados Unidos que, por obra y gracia de Donald Trump, también reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, y con consecuencias de mayor calado que el gesto israelí. Solo faltaba, para completar el círculo, que España hiciese lo propio: Pedro Sánchez satisfizo la pretensión marroquí em la primavera de 2022.

La excepcional racha diplomática de Rabat no podía quedar sin respuesta por parte de Argel. Bajo la batuta de Abdelmadjid Tebboune –que ha apostado por un poder fuerte tras la zozobra de los últimos años de Abdelaziz Buteflika–, la otra gran potencia del Magreb ha contrarrestado a Marruecos en los últimos tres años. No sin alcanzar cierta dosis de eficacia.

De entrada, ha consolido su vieja alianza con Rusia, iniciada en los tiempos de la Unión Soviética y que ha solemnizado con una visita de Estado hace mes y medio, y ha emprendido viajes por países nítidamente enfrentados con el Occidente democrático, como China y Turquía, además de desplazarse a Qatar, rival del resto de las monarquías del Golfo Pérsico, firmes aliadas de Estados Unidos, Israel y Marruecos. En cada etapa firmó acuerdos de cooperación estratégica y económica.

Mas esta radicalización de posturas en el plano estrictamente diplomático ha ido acompañada de movimientos muy sutiles cuando se ha tratado de hacer uso del arma energética: sin ir más lejos, un palo ha sido para España –por su viraje en el asunto del Sáhara Occidental– y una zanahoria se la ha llevado la Italia de Giorgia Meloni, el país europeo más beneficiado en fechas recientes por la generosidad argelina.

Como escribía la semana pasada Benoît Delmas, gran conocedor del Magreb, en Le Point, «mientras que la realpolitik ha vuelto a ser una necesidad para los países privados de materias primas y dependientes de la buena voluntad de uno u otro proveedor, para Argel existe el deseo de estar en la vanguardia de la guerra fría que se libra, de ser una de sus capitales, en posición avanzada en el continente europeo».

Los resultados empiezan a llegar. Pese a las dificultades económicas estructurales de su economía, Argelia puede presumir de una balanza comercial saneada, con un superávit de 3.500 millones de dólares entre enero y abril de 2023, representando los hidrocarburos el 93 % de las exportaciones.

En Rabat son conscientes tanto de estas cifras como de la recuperación del terreno diplomático perdido efectuada por Argel. En el plano militar, varias agencias de inteligencia detectaron movimientos masivos del Ejército argelino a principios de junio en la frontera con Marruecos. Ni Rabat ni Argel desean un conflicto abierto. Pero por si acaso, Tebboune exhibe músculo. El Rey de Marruecos apuesta ahora por el apaciguamiento.