Los argentinos vuelven a las urnas en unas elecciones primarias en las que está en juego la república
Este domingo Argentina celebra elecciones primarias, abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) en las que los partidos deberán seleccionar sus candidatos para las presidenciales de octubre
Vientos huracanados me empujan por un camino estrecho y sin mucha luz que termina en una urna. En aquella caja, en la que millones de argentinos debemos depositar una inasible boleta repleta de nombres, muchos de los cuales ni siquiera conocemos, ni sabemos como piensan o qué motivo tuvieron para hacerse espacio a codazos en esa lista y, algunos otros que sí conocemos, pero que no nos producen empatía por lo que sabemos de ellos o por lo que imaginamos.
Se que tengo que elegir una de esas ofertas que se exponen, mayoritariamente, con rostros maquillados y una sonrisa seductora y que mi elección se sumará a la del resto y determinará qué ocurrirá con mi querida Argentina en los próximos años.
Con esta Argentina que se debate en lentos estertores agónicos causados por casi un 40 % de pobres que no pueden ver lo que algunos candidatos replican como si describieran un oasis: somos una reserva de energía y agua para el mundo, tenemos los campos fértiles que otros ambicionan, ganados o litio, tenemos recursos humanos capacitados y...
Ese descalce entre lo que podemos ser y lo que somos tiene su raíz en decisiones políticas y muchos argentinos ni siquiera pueden entenderlo; por eso es vital lo que ocurra este domingo electoral.
No es una elección más. Se decide si ganan los que piensan que sólo ellos pueden gobernar (los peronistas/kirchneristas), los que gritan que si pierden las calles se llenarán de sangre y de muertos (Aníbal Fernández, nuestro Ministro Nacional Seguridad), aquellos que (como quien preside el Senado, Cristina), intentan meter a empellones más de 90 jueces antes de que cambien la composición del Congreso, para asegurarse su proyecto político de colonizar la justicia para que, con jueces ideologizados, esa mirada miope impida que vean las pruebas reunidas que los acusan de vaciar las arcas del Estado.
Ante tanta contradicción y viendo desde mi ventana a la riqueza de algunos golpear en el rostro de los niños que piden limosna junto a su madre, sentada sin energía en la puerta del supermercado, sentí que debía salir de mi zona de confort –el comentario sencillo sobre algunos quehaceres judiciales– y contar qué se siente cuando se está mirando en tiempo presente, un montón de promesas en papeletas de papel. Boletas electorales que gritan promesas de futuros soñados: «Vótame, que yo puedo terminar con la más de una década sin crecimiento; con esa inflación altísima que sigue empujando a nuestros niños a la miseria; voy a revertir la crisis educativa que determina, no solo que muchos de nuestros conciudadanos no sepan leer ni escribir, sino que ni siquiera, puedan entender lo que escuchan o transmitir lo que sienten».
La dádiva permanente anula a las personas y las desgana
El paternalismo del Estado presente se olvidó de cuidar que la educación y la salud pública sean de idéntica calidad que la privada, para poder hacer cierta la igualdad de la que habla nuestra Constitución Nacional y posible la movilidad social. La dádiva permanente –que además no es gratuita porque exige que se entregue la voluntad de quien la recibe– anula a las personas y las desgana.
Resulta inimaginable el volumen y la densidad en las políticas que deben implementarse para que se revierta la creencia que se puede vivir exigiendo derechos sin contraprestación. Imposible de describir, aun cuando una rápida mirada de las consecuencias que produce, demuestren que sólo se le entregan migajas de lo que les corresponde con el fin que sigan mendigando para que quien se las da, no pierda su lugar de poder.
La verdadera estafa piramidal es la que idearon entregando ganancias sin esfuerzo hasta que la miseria obnubile los sentidos y los haga colaborar con el deseo del autócrata: permanecer indefinidamente en el poder y consagrar la impunidad para sus crímenes.
Ni cuerpos calcinados y descuartizados silenciaron al puntero preso (Emerenciano Sena, puntero del gobernador del Chaco) aprisionado por los barrotes dibujados por la sospecha de ser autor del crimen. Nada conmueve las conciencias adormecidas por la falta de los signos vitales que les robaron con promesas de que se puede ser titular de muchos derechos sin ninguna obligación.
Resultó necesario que la Corte levante un muro blindado con los principios constitucionales para que recuerden que la alternancia en el poder es de la esencia misma de la democracia.
Ante tanto desatino aparece (a Córdoba: Luis Juez ) un candidato a gobernador por la oposición cuya virtud es ser «ocurrente» y otro a presidente, que es quien dirige una economía con el 130 % de inflación y que, en un año, arrojó a la pobreza más de 2.000.000 de argentinos entre los que hay un gran porcentaje de niños y, pese a ello, con una amplia sonrisa afirma: «Soy el presidente que combatirá la inflación». Pese a que después de un año en su cargo no sólo viene perdiendo esa pelea, sino que parece que si siquiera lo intenta.
No se si da más miedo la indiferencia traducida en ausencia de votantes o el voto resignado
Algo hace ruido en este sendero electoral. No sé si da más miedo la indiferencia traducida en ausencia de votantes o el voto resignado que ni siquiera duda que con las mismas políticas sólo ahondaremos la crisis.
¿Qué diagnóstico merece un país que supo investigar la denominada causa de «los cuadernos» desde la foto de la matriz de corrupción que dibujó un chófer de uno de los funcionarios involucrados y que, tirando de ese ovillo llegó por el camino sembrado de pruebas objetivas y contundentes a la primera magistratura de la Nación, pero que ahora, no sabe qué hacer con tantas evidencias?
La contratación de la obra pública se sigue realizando de la misma manera y los funcionarios procesados y condenados siguen contratando a las mismas empresas involucradas en esa trama. Estos empresarios, que aportaron entonces su relato y pruebas, de que lo escrito por Centeno realmente había ocurrido, hoy pretenden que se anulen sus testimonios y, cómo no habrían de exigirlo si el nombre del indiscutido jefe de esa asociación ilícita descubierta, sigue estando en los frontispicios de todo edificio público, plaza o calle. Todo suena a perversa ironía.
Los spots publicitarios nos prometen un futuro maravilloso que alcanzaremos con sólo votarlos. Su sonrisa complaciente nos dice que la insatisfacción y las fuertes protestas sociales que hoy convierten las calles en un infierno para el que las transita, desaparecerá en cuanto revaliden el título que ostentaron y desde donde generaron las razones de la quejas y el enojo.
No é si subestiman tanto a la gente o están convencidos de que lograron esclavizar sus mentes a fuerza de falta de educación y de la alimentación necesaria. Los problemas coyunturales urgentes serán resueltos, dicen, inmediatamente después de que volvamos a confiar en ellos y los votemos.
¿Cuando se cuenten los votos podremos soñar que se reseteará esa trama envilecida de ejercer el poder? ¿Que dejaremos caer por ese plano declinante al que parece que nos hemos acostumbrado para, que de pronto, con idéntica receta y actores todo cambie?
La democracia –aun raquítica y degradada– vuelve a llamarnos a votar. La república duerme en un rincón del cuarto oscuro, esperando que nos demos cuenta de que quienes pretendieron agredir la división de poderes y la libertad de expresión no serán quienes respaldarán sus valores. Que recuperar la institucionalidad es necesario, pero no es suficiente.
Antes de entrar al aula que tiene extendida en sus mesas toda la oferta electoral, pensemos dónde estamos y a dónde querríamos ir. No es cualquier elección, este domingo decidimos si además de la democracia nos importa la república.