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Aquilino Cayuela

Afganistán, dos años en punto muerto

La perspectiva de reincorporación de Afganistán a la comunidad de naciones sigue quedando lejana, algo que no facilita la paz, la estabilidad y la seguridad del país

Una delegación del régimen talibán visita Uzbekistántolonews.com

Se cumplen dos años desde que los talibanes entraron en Kabul y tomaron el control de Afganistán. Hoy el país continúa sumido en un estancamiento político. Los actores regionales y occidentales no se ponen de acuerdo sobre cómo tratar a los talibanes.

Tras la retirada de todas las tropas extranjeras de Afganistán, Occidente sigue librando una guerra cultural y Estados Unidos y sus aliados quieren que los talibanes levanten sus restricciones a los derechos de la mujer, pero los talibanes no aceptan lo que consideran una agenda feminista. Ni están ni se les espera para algo así.

En las conversaciones de paz celebradas en Doha antes de agosto de 2021, los representantes talibanes ofrecieron compartir el poder con facciones afganas opuestas en aras del fin del conflicto. Pero desde que ganaron la guerra, se han reservado el derecho a excluir del gabinete a los políticos que no pertenezcan a los talibanes.

Las sanciones, la congelación de activos y otras restricciones económicas que aíslan a Afganistán han mermado sus posibilidades de recuperarse de una crisis económica que, durante los dos últimos años, Naciones Unidas ha calificado como el mayor desastre humanitario del mundo. La banca, la aviación y otros sectores críticos están paralizados. Más de la mitad de la población del país no puede satisfacer sus necesidades domésticas básicas. Las promesas de ayuda humanitaria han disminuido a medida que los donantes se alejan.

Por el bien de millones de afganos, los actores regionales y los gobiernos e instituciones occidentales deberían esforzarse por establecer relaciones más funcionales con los talibanes, pero parece misión imposible, la perspectiva de reincorporación de Afganistán a la comunidad de naciones sigue quedando lejana, algo que no facilita la paz, la estabilidad y la seguridad del país.

La mayoría de los vecinos de Afganistán deseaban la salida de las tropas extranjeras y se alegraron cuando la retirada estadounidense puso fin a una guerra extraordinariamente mortífera. Pero ahora que las fuerzas estadounidenses ya no combaten a los militantes transnacionales en la región, a los vecinos de Afganistán les preocupa que los talibanes no puedan, o no quieran, llenar el vacío.

Pakistán, que apoyó a los talibanes desde la creación del grupo en la década de 1990, quiere que Kabul adopte medidas enérgicas contra el «Tehreek-e-Taliban Pakistan» (TTP), un grupo yihadista en guerra intermitente con Islamabad desde 2007.

El TTP tiene presencia en Afganistán, a pesar de que los talibanes lo niegan, y los incidentes relacionados con el TTP en Pakistán han aumentado desde mediados de 2021, con el resultado de tres veces más víctimas mortales que en los dos años anteriores a la toma de Kabul por los talibanes.

China, por su parte, quiere que los talibanes les entreguen a los militantes «uigures» asentados en Afganistán, pero los talibanes solo han adoptado una política de reasentamiento llevándoles lejos de la frontera afgano-china. Los países de Asia Central tienen preocupaciones de seguridad similares y reciben respuestas idénticas.

También es muy preocupante para la mayoría de los vecinos, y para los países occidentales, la presencia continuada del Estado Islámico del Gran Jorasán, en Afganistán (ISKP) que es la filial del ISIS en la región. A los países vecinos les sigue preocupando que pueda seguir utilizando Afganistán como base de operaciones y el intercambio de información sigue siendo muy limitado porque los talibanes no han establecido mucha confianza con las agencias de seguridad regionales e internacionales.

Sus vecinos necesitan impedir que inmigrantes ilegales, drogas, armas y yihadistas crucen a su territorio desde Afganistán

Tampoco ayudan a que los equipos de vigilancia de la ONU, que solían visitar Afganistán para investigar y publicar análisis de las amenazas terroristas, puedan entrar en el territorio.

De otra parte, Afganistán tiene estatus de observador en la Organización de Cooperación de Shanghái, fundada por China y Rusia en 2001 y que incluye a todos los vecinos de Afganistán. Los talibanes quieren participar en sus debates sobre seguridad, pero incluso esta organización es reacia a acoger a los talibanes y a las autoridades de Kabul.

Los problemas económicos y de seguridad de Afganistán no pueden ignorarse indefinidamente, sobre todo porque las personas que más sufren la inestabilidad y las privaciones suelen ser la población más vulnerable y entre ella mujeres y los niños. El ámbito internacional no puede quedarse al margen, necesitan respaldo.

Perseguir y apoyar la cooperación regional puede ser una vía larga y tortuosa pero hoy por hoy es el único camino. A principios de año se dio un modesto avance en Doha, cuando el Secretario General de la ONU, António Guterres, convocó una reunión de enviados internacionales a Afganistán.

Los enviados coincidieron en que no se daban las condiciones adecuadas para el reconocimiento de los talibanes, aunque no las detallaron. Pero en sus comentarios públicos, Guterres concluyó que tales reuniones deben continuar, para luchar contra el terrorismo y el narcotráfico y promover la inclusión y los derechos de la mujer, que están bajo mínimos.

Después, el Consejo de Seguridad de la ONU encargó una revisión independiente de todo el compromiso internacional con Afganistán. Ese informe se entregará el próximo noviembre.

Afganistán sigue en punto muerto y sin una vía realista para escapar de las sanciones y ocupar un puesto en las Naciones Unidas. El reconocimiento diplomático formal de los talibanes podría llevar años y siendo objetivos no se ve posible que llegue a producirse.