Carlos III apuesta por la estabilidad y la continuidad en su primer año de reinado
Es consciente de que las dificultades por las que atraviesa el Reino Unido exigen una Corona apaciguadora y estrictamente neutral
Liz Truss, la fugaz primera ministra del Reino Unido entre septiembre y octubre del pasado año –44 días duró su estancia en el número 10 de Downing Street– tuvo tiempo para persuadir a Carlos III de no asistir a última la Cumbre del Clima celebrada en la localidad egipcia de Sharm el Sheij. En su lugar, impulsó los preparativos de cara a una reunión con activistas y expertos en Londres en la que participaría el Rey, pero en la que ella misma tenía la palabra. Al final, esta última tarea incumbió a Rishi Sunak, sucesor de Truss en la jefatura del Gobierno.
Una medida prudente y realista para mantener al nuevo monarca al margen de una eventual polémica, pero sin privarle de presenciar un evento dedicado a uno de sus temas de predilección. Fue una manera de darse cuenta de que asumir la Corona es muy distinto a ser su heredero. Atrás han quedado sus apasionadas advertencias sobre los riesgos que entrañaba el cambio climático –insistía de modo especial sobre la deforestación– o sus críticas los daños causados por la arquitectura moderna en las grandes urbes.
Carlos III ha entendido –y lo dio a entender en un documental emitido por la BBC hace cinco años– que lo que era posible como Príncipe de Gales ya no lo es como Rey: la función suprema está asociada a una inmutable neutralidad en la escena política e ideológica. Aun así, dejó sutilmente filtrar su descontento en relación con la deportación de inmigrantes ilegales a Ruanda –pactada con el país africano por el Gobierno de Boris Johnson antes de ser anulada por la Justicia– y sus dos primeros nombramientos en la Orden de la Jarretera rezuman cierta nostalgia europeísta: los agraciados fueron la antigua responsable de la Política Exterior y de Seguridad de la UE, Catherine Ashton, y el excomisario europeo, Chris Patten.
Más allá de estas excepciones, el comportamiento institucional de Carlos III ha sido impecable: mantiene buenas relaciones con todos los actores de la vida política. Incluso Humza Yusaf, el muy independentista gobernante de Escocia, no le deslegitima, a diferencia de lo que hacen sus equivalentes en España con Felipe VI. Es más: según The Daily Telegraph, el nuevo monarca ha participado en más actos públicos en su primer año en el Trono que su madre en su mismo periodo inicial. Aunque con una diferencia en relación con los viajes.
Mientras Isabel II no viajó al extranjero antes de haber pisado toda la Commonwealth –fueron seis meses de gira ininterrumpida entre noviembre de 1953 y mayo de 1954–, su hijo ya ha honrado a Alemania con una visita de Estado en marzo y se dispone a hacer lo propio con Francia en los próximos días. Este otoño iniciará un «royal tour» en algunos territorios de la Commonwealth. Será una oportunidad propicia para medir el alcance real del sentimiento republicano en países como Australia o Nueva Zelanda.
En Gran Bretaña, apenas supera el 15 % de las personas frecuentemente encuestadas, pese a la agitación permanente que libra Graham Smith, principal activista de la causa, desde hace un año. Sin embargo, de una reciente encuesta publicada por YouGov se desprende que, si bien el 59 % de los británicos se muestra satisfecho con la prestación de Carlos III en sus primeros 365 días en el Trono de San Eduardo, la aprobación es menor entre las jóvenes generaciones.
Es la razón por la que el plan estratégico diseñado en el Palacio de Buckingham implica, entre otras cosas, la proyección constante de los Príncipes de Gales –y cada vez más de sus tres hijos–, más populares que los Reyes Carlos y Camilla. El monarca, que el 14 de noviembre cumplirá 75 años, sabe que su reinado será corto. Por eso pide a sus equipos, encabezados por su secretario privado, Sir Clive Alderton, que piensen largo.
Estabilidad, por cierto, no significa inmovilismo: el nuevo Rey ha impulsado toques modernizadores que se han palpado en su Coronación y también en una drástica reducción de gastos en el funcionamiento de la Casa Real. Más cínica ha sido, por ejemplo, la supresión aparente de las damas de honor de la Reina. Aparente, porque han sido sustituidas por unas señoras que ejercen las mismas funciones con un nombre algo menos pomposo. Salvo estos detalles criticables, la figura de Carlos III es, de momento, la figura más adecuada para un país que atraviesa una fase complicada y frágil tanto en plano político como económico y social. Sabe como apaciguar. Y desde mucho antes de las 15:10 horas del 8 de septiembre de 2022, momento exacto del fallecimiento de Isabel II.