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Zoé Valdés

Oscuridad versus la France del pensamiento (I)

Los sucesivos gobiernos de Francia parecen vivir de espaldas a una realidad: este país no puede albergar más desprecio y odio

Protestas en París por la reforma de las pensiones, FranciaEFE

La Francia del pensamiento, la de las «luces», por sus ideas, ha capitulado frente a un país en tinieblas. Queda una resistencia ubicada, como siempre, en el campo, pero en las grandes ciudades bulle hoy más que nunca el eterno fantasma revolucionario de la violencia antes que la calma y la paz como modo de vida.

En el 2005 me tocó cubrir para una publicación en España los disturbios callejeros y el atropello y destrozos que se impusieron tras la muerte de dos jóvenes suburbanos al ser perseguidos por la Policía, quienes al esconderse en el interior de un controlador eléctrico lleno de cables, algunos pelados, murieron electrocutados.

Todo comenzó el jueves 27 de octubre del 2005 cerca de París, pero los sucesos se extendieron rápidamente al resto de Francia y a otras ciudades de Europa tras los comentarios incendiarios de la clase política a la prensa, notablemente los del entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy.

Los disturbios concentrados en el incendio de coches se caracterizaron también por violentos enfrentamientos entre cientos de jóvenes y la Policía francesa. Los incidentes, como he dicho y subrayo, comenzaron tras la muerte de estos dos jóvenes musulmanes de origen africano mientras escapaban de la Policía en Clichy-sous-Bois, una comuna relativamente pobre en una banlieue («suburbio») del este de París, cuyas familias reciben ayudas económicas por parte de la administración. Yo estuve allí para escribir la crónica, pero mi visión era otra a la que sostengo en la actualidad.

Los sucesivos gobiernos de Francia parecen vivir de espaldas a una realidad: este país no puede albergar más desprecio y odio. Eso es lo primero; lo segundo, estamos ante nuevas generaciones compuestas por hijos de inmigrantes, nacidos en Francia, o sea, franceses, que en la mayoría de los casos, en lugar de beneficiarse de las ayudas que reciben para progresar en el sentido necesario a los requeridos por una sociedad civilizada, el respeto, la ley y el orden, dedican buena parte del tiempo a obedecer a los caïds, o jefes de pandillas, cuya única obsesión es convertirse en bandoleros con gran poder de intimidación, mediante el tráfico de drogas, el robo, la corrupción o la violencia.

¿Son todos esos jóvenes así? Desde luego que no, pero ante la evidencia de que en ciertos ambientes resulta más fácil, y más rápido, obtener un coche de lujo, un reloj caro de marca, y una cierta posición, en la que la espectacularidad cuenta por mucho, antes que estudiando y esperando el turno del éxito laboral y social, pues prefieren desviarse por la primera opción. No intento justificar, sólo constato una realidad, vista y observada en las más de tres décadas vividas en este país.

Frente a esta ineludible realidad, ¿qué tenemos? Pues claro que existen filósofos como Michel Onfray, extremadamente crítico, y muy preciso, o como el propio Éric Zemmour, demonizado ahora desde que decidió dar el paso hacia la política conservadora creando su propio partido, Reconquête, con el que se presentó a las pasadas elecciones presidenciales obteniendo una posición bastante baja con relación a sus expectativas, y políticos de altura, aunque esto último cada vez con menor frecuencia, algo que se nota a simple vista.

Y, por otro lado, desgraciadamente los que más atraen a las clases populares, los representantes de una ultraizquierda populista que destrozó a la franja socialista, absorbiéndola en la llamada NUPES (Nueva Unión Popular Ecológica y Social), cuya máxima figura es el ultracomunista Jean-Luc Mélenchon, un bárbaro, en el sentido criminal de la palabra, quien con varias causas policiales en el tintero, no ha cesado durante años de instigar a la juventud a revelarse de forma violenta contra el sistema.

No, no se trata únicamente de un antisistema al uso, Mélenchon ha confesado en el pasado que su sueño era convertirse en el Fidel Castro y en el Hugo Chávez de Francia, o sea, en un tirano y un dictador, no ha engañado a nadie; y aunque desde hace unos meses disfruta de una suculenta jubilación de diputado de casi ocho mil euros mensuales, gusta de proclamar en sus inflamados discursos que él se encuentra «en retiro, pero no jubilado», de ahí sus continuos emplazamientos a hacer la revolución, y al desorden pandillero, desde los medios de comunicación estatales y otros, a los que por otra parte al parecer les fascina el controvertido personaje, debido justamente a sus más que numerosas salidas de tono, a sus furiosas proclamas convocando a la agresión, incluso física, al ensañamiento, a la violación sistemática de las leyes republicanas.

Tras el accidente en el que un policía disparó a Nahel, un joven de 17 años, que había infringido la ley, no sólo en ese momento, sino en numerosas ocasiones anteriores al fatídico martes del 27 de junio pasado, origen de los recientes disturbios en Francia, muchísimo más preocupantes que los ocurridos en el 2005, no fue solamente un grupo de personas de Nanterre, donde ocurrieron los hechos, con su irresponsable madre mostrándose cual jubilosa líder de una comitiva exacerbada por impulsos reivindicativos, sino que los que más alentaron y reclamaron venganza y crueldad fueron los militantes de la ultra izquierda con Mélenchon de cabecilla, y también entre ellos el recién condenado por maltrato y agresiones conyugales contra su mujer, el diputado comunista Adrien Quatennens, que desde sus cuentas de Twitter han inoculado muchísima más presión y han instigado prácticamente a conducir a los jóvenes, musulmanes en gran cuantía, a una guerra civil. Los ciudadanos respetuosos de la ley nos preguntamos ¿por qué las autoridades siguen permitiendo a semejantes maleantes como líderes?

(Continuará...)