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Aquilino Cayuela

La India de Narendra Modi: ¿familia o decepción?

A los socios occidentales de Nueva Delhi, les preocupa el camino de Modi hacia una India, nacionalista, autocrática e incapaz de mirar hacia el exterior

El primer ministro de la India, Narendra Modi, durante la cumbre del G20AFP

Desde este 9 de septiembre se celebra la 18ª cumbre anual del G-20, en Nueva Delhi, caracterizada por el lema en sánscrito: «El mundo es una familia».

Sin duda una «familia» rota y con la ausencia de los «familiares» más díscolos: Xi Jinping y Putin. Unas ausencias que entregan a Joe Biden el protagonismo junto con el anfitrión, Narendra Modi, para quien este acontecimiento marca la creciente importancia internacional del país.

Ya el año pasado el primer ministro indio, Narendra Modi, declaró: «Durante nuestra presidencia del G-20, presentaremos las experiencias, aprendizajes y modelos de India como posibles modelos para otros». Hace poco también afirmó que la presidencia de India ayudaría a convertir el mundo en «una familia» mediante «esfuerzos históricos encaminados a un crecimiento inclusivo y holístico».

El mensaje del Gobierno era claro: India se está convirtiendo en una gran potencia con Modi y marcará el comienzo de una era de paz y prosperidad mundiales.

Pero a 1.000 millas de Nueva Delhi, en el estado nororiental de Manipur, la India está atrapada en un conflicto que sugiere que no está en condiciones de servir como líder internacional y menos conformar una «gran familia».

En los últimos meses, la violencia étnica entre la mayor comunidad de Manipur, los meiteis, y su segunda minoría, los kukis, ha matado a cientos de personas y ha dejado a 60.000 sin hogar. Las turbas han incendiado más de 350 iglesias y destrozado más de una docena de templos. Han quemado más de 200 pueblos.

A primera vista, puede parecer que la violencia en Manipur no obstaculizará las ambiciones de Modi en su política exterior. Después de todo, el primer ministro ha viajado recientemente por todo el mundo sin necesidad de hablar del conflicto. En junio, cuando Joe Biden desplegó la alfombra roja para recibir a Modi en Washington no se aludió a esta situación. Tampoco cuando Modi aterrizó en París tres semanas después para reunirse con Emmanuel Macron. Tampoco la cuestión se ha mencionado en las visitas de Modi, este año, a Australia, Egipto, Grecia, Japón, Papúa Nueva Guinea, Sudáfrica y Emiratos Árabes Unidos.

Pero no nos equivoquemos: los sucesos de Manipur amenazan el objetivo y la visión de Modi de una gran India. La violencia del estado ha obligado al gobierno indio a desplegar miles de tropas dentro de Manipur, reduciendo la capacidad del país para proteger sus fronteras con una China cada vez más agresiva.

El conflicto también ha obstaculizado los esfuerzos de India por convertirse en un actor influyente en el sudeste asiático, dificultando la realización de proyectos de infraestructuras regionales y cargando de refugiados a los estados vecinos. Y la violencia podría extenderse a otros grupos separatistas y étnicos para desafiar al gobierno de Nueva Delhi.

India es uno de los países más diversos del mundo

Si estas organizaciones comienzan a rebelarse, las consecuencias serían desastrosas. India es uno de los países más diversos del mundo, con miles de culturas y comunidades diferentes. No puede funcionar si estas poblaciones entran en intenso conflicto.

Hay pocas razones para pensar que las tensiones se aliviarán con Modi, por el contrario, todo hace pensar lo contrario. Además, hay un hecho muy importante es que el proyecto ideológico del primer ministro es la creación de un país nacionalista hindú en el que los hindúes sean los «ciudadanos de primera clase». Modi sigue una agenda excluyente que relegaría a los cientos de millones de indios que no pertenecen a la mayoría hindú del país.

A los aliados y partidarios de Modi les gusta argumentar que el primer ministro está transformando personalmente la India en una nueva superpotencia. Los adjuntos de Modi, por ejemplo, sugieren que el primer ministro se ha ganado un respeto sin parangón como ningún líder indio anterior.

En su entorno se afirma que Modi «irradia la India en muchos sentidos, creando un gran impacto en la comunidad internacional» como señalaba su ministro de Asuntos Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, el pasado mes de junio en algunos titulares.

Para Modi es importante acallar el actual conflicto en Manipur (donde viven sólo tres millones de personas de un total de 1.400 millones de habitantes de la India) y no puede condenar lo que está ocurriendo porque expondría la contradicción entre su proyecto ideológico y su visión de una India fuerte.

Tampoco de cara a la galería internacional puede poner en evidencia las líneas maestras de su política nacionalista hindú.

Pero está claro que el objetivo de Modi es crear una India en la que los hindúes, como los define su partido, lo controlen todo. Especialmente se evidencia en sus campañas anti-musulmanas. Ya en 2019, Modi, llamaba «termitas» a los inmigrantes musulmanes de Bangladesh.

Estados Unidos y sus aliados esperan abiertamente que India se fortalezca y aumente su conflictividad con China, para ponerle freno en la región.

Es el motivo por el que Estados Unidos y, en conjunto la comunidad occidental, han hecho lo posible por evitar criticar a Nueva Delhi, independientemente de los rasgos crecientemente autocráticos del gobierno de Modi.

El punto está en si India puede servir de contrapeso a China cuando ella misma tiene conflictos internos y presiona a otras partes de Asia.

A pesar de las fotos, buenas caras y eslóganes de «hacer del mundo una familia», a los socios occidentales de Nueva Delhi, les preocupa el camino de Modi hacia una India, nacionalista, autocrática e incapaz de mirar hacia el exterior.