Dime con quién andas: Putin y Kim Jong-un, amigos para siempre
El dictador norcoreano puede alegrarse de que, con dosis iguales de terquedad y paciencia, ha conseguido comenzar el derribo del muro que la comunidad internacional erigió contra él
Recuerdo con cierta nostalgia lo mucho que, cuando era niño, disfrutaba con los programas del Superagente 86 en la televisión en blanco y negro de la época. Un referente para mi generación, Maxwell Smart combatía con las armas de la más absoluta torpeza a la disparatada organización de malvados que tenía el nombre de KAOS.
Quizá sea esa nostalgia la razón de que, al leer las recientes noticias sobre la cumbre que los presidentes de la Federación Rusa y la República Popular Democrática de Corea celebraron en el cosmódromo de Vostochny, sintiera que la lógica preocupación por lo que ambos hombres pueden haber acordado –no será nada bueno– se veía en parte mitigada por el recuerdo de uno de los artilugios más divertidos de la serie.
Mi mente, no siempre disciplinada, se resistía a dejar de evocar una imagen que quisiera compartir con los lectores de mi edad: Putin y Kim Jong-un, dos dictadores obsesionados con su seguridad, encerrados en el icónico «cono de silencio» para poder hablar sin ser oídos y, como siempre ocurría en la serie de televisión, gritándose el uno al otro sin poder escuchar una sola palabra.
Vaya por delante que, sin ánimo de dramatizar en exceso lo ocurrido en el cosmódromo –hasta el lugar elegido recuerda a cualquiera de las invenciones cómicas de KAOS–, la cosa no tiene ninguna gracia.
La guerra en Ucrania
No tiene gracia para Ucrania porque Rusia, que debe de haber visto que sus inmensas existencias de munición para artillería entran en la reserva, podrá encontrar un alivio momentáneo a sus carencias. No es un asunto menor. Son continuas las protestas de sus soldados en el frente por la escasez de municiones, protestas que ya han costado el cese a un destacado militar ruso, el mayor general Ivan Popov, pero no por ser responsable del problema sino por denunciar lo que ocurre. Cosas de la Rusia de Putin.
No es Corea del Norte una potencia industrial, ni su desconfiado líder querrá ver muy reducidos sus arsenales
¿Resolverá así el Ejército ruso sus problemas de munición? Seguramente no. Cabe pensar que lo que pueda ofrecer Kim Jong-un, comparado con lo que Rusia heredó de la URSS, será muy poca cosa. No es Corea del Norte una potencia industrial, ni su desconfiado líder querrá ver muy reducidos sus arsenales. Pero, si se confirma el acuerdo de suministro de munición, lo que reciba Putin será suficiente para matar a algunos centenares de soldados ucranianos y su correspondiente cuota de civiles. Una mala noticia para Ucrania y para el mundo.
Las sanciones a Corea
Tampoco tiene gracia la cosa para la comunidad internacional. Desde 2006, Corea del Norte está sometida a duras sanciones decretadas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a causa de sus programas de desarrollo de armas nucleares y de misiles balísticos.
En el año 2016, con la aprobación del propio Putin –no podría ser de otra manera, ya que Rusia tiene derecho de veto en el Consejo– se aprobó la resolución 2270, que reforzó la prohibición del comercio de armas extendiendo las sanciones a «cualquier artículo, excepto alimentos o medicamentos, si el Estado determina que dicho artículo podría contribuir directamente al desarrollo de las capacidades operacionales de las fuerzas armadas de la RPDC, o a exportaciones que apoyen o mejoren la capacidad operacional de las fuerzas armadas de otro estado miembro fuera de la RPDC».
Rusia no se ha desmarcado de las sanciones. No puede hacerlo, porque sería reconocer que Putin se equivocó al dar su aprobación
Públicamente, Rusia no se ha desmarcado de las sanciones. No puede hacerlo, porque sería reconocer que Putin se equivocó al dar su aprobación. Pero Dmitri Peskov, que ni en astucia ni en comicidad está lejos de Maxwell Smart, ha creído encontrar una hábil postura intermedia.
Moscú, según lo afirmado por el inefable portavoz del Kremlin, se atiene a su posición en Naciones Unidas, pero eso «no puede entorpecer y no entorpecerá el desarrollo de las relaciones entre Rusia y Corea del Norte». Cosas, otra vez, de la Rusia de Putin.
Tres líneas de acción
Tras las, como siempre, clarificadoras palabras de Peskov, hay tres posibles líneas de acción que, en orden de probabilidad, pueden resolver para Rusia el problema de las sanciones. La primera, y la más simple, es recibir la munición y negarlo públicamente. Ya tienen práctica en hacerlo porque esa es la política que, pese a toda evidencia en contra, han seguido desde el primer día con los drones iraníes.
Una segunda línea de acción, que probablemente irá en paralelo con la primera –nunca ha entendido el Kremlin la paradoja del «yo no fui y además fue sin querer»– es la de negar validez a la firma de las sanciones, ya sea por la vía del «tú más» que ya ha empezado a ensayar Lavrov o por la de culpar a los demás de haber sido ellos los que han cambiado la situación que provocó el acuerdo.
Esta última vía es la que ha usado Putin para justificar que Rusia no se sienta obligada a respetar el tratado de garantías sobre las fronteras firmado con Ucrania en 1994. Tiene cierta gracia macabra que Putin haya alegado que la Ucrania con la que firmó el acuerdo dejó de existir tras el Euromaidán, al mismo tiempo que reclama para él el territorio de la Rusia de los zares.
En apoyo de esta segunda línea de acción, un influyente periodista ruso, Fyodor Lukyanov, publica estos días un alegato clarificador: «Desde hace mucho tiempo se plantea la pregunta: ¿por qué acatamos estas sanciones? Todo el sistema de relaciones internacionales se encuentra en un estado de caos total. Por supuesto, las sanciones de la ONU son legítimas. Es difícil negarlo. Votamos a favor de ellas. Pero la situación ha cambiado. ¿Por qué no revocar nuestro voto?». No parece que en la Rusia de Putin quede nadie que respete los papeles firmados, lo cual no dice mucho de las posibilidades de negociar nada con ellos.
Aún le queda a Putin una tercera posibilidad, aunque quizá sirva solo para el consumo de los rusoplanistas. La resolución de la ONU exceptúa de toda prohibición a las actividades destinadas «exclusivamente a fines humanitarios.» Y ¿no es esta, según lo que dice el Kremlin los días impares –en los pares es una guerra defensiva contra la OTAN– una operación especial exclusivamente humanitaria?
La deriva de Rusia
Tampoco para Rusia tiene ninguna gracia verse arrinconada políticamente hacia regímenes tan poco respetables como los de Irán y Corea del Norte. Estos días publica la CNN una encuesta a pie de calle sobre lo que piensan los ciudadanos de Moscú de la visita de Kim Jong-un. Aparentemente, a todos les parece bien. Es difícil saber si responden en modo «evitación de daños» o lo hacen honestamente. No cabe olvidar que un alto porcentaje de un pueblo más cultivado que el ruso —el alemán de mediados del siglo pasado— siguió a Hitler de buena fe. Pero, lo sepan los moscovitas del presente o no, este es objetivamente un capítulo triste de la historia rusa. Y, desde luego, de la historia europea, de la que también son patrimonio los cuentos de Chéjov o la música de Tchaikovski.
Un refrán español dice: «dime con quién andas y te diré quién eres». El presidente Putin, recibido con cierta simpatía en muchas naciones europeas hasta el año 2014, y tratado todavía con respeto en la mayoría de los países del mundo a pesar de la invasión de Crimea, ahora se ve obligado a cultivar las relaciones con la brutal dictadura feudal y hereditaria de Corea del Norte y con el régimen fundamentalista de Irán, mendigando las armas que ni siquiera China –la de la presunta «amistad sin límites»– quiere proporcionarle. Cosas, una vez más, de la Rusia de Putin.
La hora de Kim Yong-un
Si pierde Ucrania, pierde la Rusia que fue europea y un día volverá a serlo, y pierde la comunidad internacional, ¿quién gana con todo esto? Kim Jong-un y su régimen. No es que la ayuda de Rusia sea decisiva en sus programas de obtención de armas nucleares, que ya han dado fruto, o de misiles balísticos, que poco a poco van progresando sin el apoyo oficial de nadie.
La tecnología aeroespacial que ni siquiera Putin niega que se va a transferir –«esa es la razón por la que estamos en un cosmódromo», atribuye al dictador la agencia TASS– facilitará a Kim Yong-un el lanzamiento de satélites militares propios. Será una joya más que el líder coreano podrá lucir en su corona, pagada con el sufrimiento de su oprimido pueblo. Pero no hará su régimen más peligroso.
Kim Yong-un podrá ladrar más alto –como los perros pequeños, ya ladra muy por encima de su tamaño– pero la certeza de que no sobreviviría si provocase un conflicto nuclear ha sido, desde la creación del arma, un poderoso elemento disuasorio. Y todo hace pensar que lo será aún más en el caso de líderes tan egocéntricos como el coreano.
Sin embargo, puede Kim Jong-un alegrarse de que, con dosis iguales de terquedad y paciencia, ha conseguido comenzar el derribo del muro que la comunidad internacional erigió contra él. Y esa es una importante victoria moral que ha celebrado con entusiasmo. No sé si el hombre bebe, pero sus palabras, «El ejército ruso y su pueblo con seguridad obtendrán una gran victoria en su lucha sagrada para castigar al gran mal que reclama la hegemonía y alimenta la ilusión expansionista» suenan en mis oídos a la fase de exaltación de la amistad que suele preceder a la de insultos a la autoridad. Estaremos atentos a lo que venga después.