La izquierda francesa redescubre la virtud de las fronteras
Dos figuras representativas del progresismo abogan por la necesidad de regular con más firmeza el flujo de refugiados y la protección comercial frente a Estados Unidos y China
Jacques Attali es uno de los intelectuales más mediáticos de Francia. Asesor áulico del presidente François Mitterrand durante diez de los catorce años que este último pasó en el Elíseo –los visitantes tenían que cruzar su despacho antes de pasar al del jefe del Estado, lo cual exasperaba a muchos–, primer presidente del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, autor prolífico, desde hace años hacía las veces de «apóstol de la globalización» en todas las televisiones, radios, cabeceras de prensa tradicional o digital dispuestas a ofrecerle sus espacios.
Attali defendía, combinando apasionamiento y racionalidad, las virtudes de la apertura ilimitada de fronteras –personas, bienes y servicios–, abogaba por la inevitable necesidad de superar el Estado-Nación como primer marco político de referencia y hasta fundó una ONG, Positive Planet, centrada en inculcar cultura financiera al común de los mortales. Un sesgo «globalizante» difícilmente igualable. «Monsieur Attali, ¡no somos nómadas intercambiables!», le espetó la ensayista conservadora Eugenie Bastié en un memorable debate televisivo celebrado hace yo ocho años.
Pero hete aquí que en un post publicado en su blog la semana pasada, Attali tomó un giro insospechado en tres tiempos. El primero: «La actual crisis migratoria y la tragedia de Lampedusa deberían recordar a cualquiera que haya olvidado una de las principales deficiencias deliberadas del proyecto europeo: la obstinada negativa de los padres fundadores a definir las fronteras y dotarlas de los medios para hacerlas cumplir».
El segundo: «Cuando se inició la construcción europea, la dependencia de la mayoría de los países del continente respecto a Estados Unidos y el dominio ideológico de los partidos más liberales llevaron a negarse a introducir un arancel exterior común, dejando este gran mercado en expansión abierto a todos los depredadores del otro lado del Atlántico. Además, la competencia interna se convirtió en la regla absoluta, haciendo imposible que las empresas europeas se agruparan para alcanzar el tamaño necesario para resistir a sus depredadores estadounidenses. Por ejemplo, las normas europeas de competencia prohíben a las empresas europeas de telecomunicaciones agruparse, lo que deja a unos cincuenta operadores europeos [indefensos] frente a cinco operadores estadounidenses. Hoy en día, aunque aparecen algunos esbozos de protección para defender nuestros datos digitales, la industria europea sigue estando tremendamente dividida, con el pretexto de la competencia; está más amenazada que nunca de ser destruida por los inversores estadounidenses que vienen a comprar sus buques insignia, y por las empresas chinas que vienen, sin derechos de aduana, a competir deslealmente con sus productos».
La industria europea está más amenazada que nunca de ser destruida
Tercero, a modo de conclusión: «Mientras domine la ideología de la competencia abierta, los europeos no podrán protegerse económica, ecológica, social o militarmente, ni gestionar la llegada de inmigrantes ilegales respetando los derechos humanos. Tampoco podrán afirmar su especificidad ética, ni seguir acogiendo a las víctimas de las dictaduras del mundo».
Ante la polémica desatada, Attali ha puntualizado que su nuevo discurso no obedece a ningún repliegue nacionalista, sino a un mejor entendimiento de lo que debería de ser la Unión Europea. Sin embargo, no deja de ser la sorprendente palabra de quien negoció el Acta Única Europea y el Tratado de Maastricht, dos textos de orientación económica nítidamente liberal, en nombre de Mitterrand.
También sirvió al mismo mandatario Bernard Kouchner. Frente al perfil más tecnocrático de Attali, Kouchner encarna el ideal humanitario en su versión progresista. Fundador de Médicos Sin Fronteras y de Médicos del Mundo, comprometido en innumerables causas a lo largo y ancho del planeta, fue él quien acuñó el derecho de injerencia, que goza hoy de una acepción amplia, y que permite abrir «pasillos humanitarios» en medio de guerras, hambrunas o persecuciones organizadas. Estos antecedentes convencieron a Mitterrand de nombrarle secretario de Estado de Acción Humanitaria en su segundo mandato. La carrera ministerial se prolongó durante el Gobierno socialista de Lionel Jospin e incluso como titular de Exteriores durante los primeros años de la etapa presidencial de Nicolas Sarkozy.
La práctica del poder no afectó a las convicciones de Kouchner: aun en 2018 pedía a Emmanuel Macron que se mostrase «más generoso» en materia de acogida a refugiados. Sin embargo, la semana pasada, entrevistado en la emisora de la comunidad judía, aseveró que «Europa no existirá si el problema de la inmigración se plantea de forma masiva», abogando por una distinción entre solicitantes de asilo e inmigrantes económicos. Dicho de otra forma: hay que dar prioridad a los primeros. Muy lejos, en todo caso, del Kouchner que congregaba a las cámaras de medio mundo en defensa de los «boat-people» vietnamitas o de los somalíes.
La verdad obliga a decir que el instigador del reencuentro de la izquierda con las fronteras fue uno de sus intelectuales más representativos: hace diez años, Régis Debray publicó Elogio de las fronteras, un libro –traducido al español– en el que se puede leer afirmaciones muy políticamente incorrectas para cierta izquierda. «En Francia, todo lo que pesa y cuenta pretende ser 'sin fronteras'. ¿Y si la ausencia de fronteras fuera un engaño, una huida, una cobardía? En todas partes del planeta, y contra viento y marea, se desentierran o renacen nuevas y viejas fronteras. Esa es la realidad. Como buen europeo, elijo celebrar lo que otros deploran: la frontera como vacuna contra la epidemia de muros, remedio contra la indiferencia y salvaguarda de la vida. De ahí este Manifiesto a contracorriente, que sorprende y desencaja, pero que, descifrando nuestro pasado, se atreve a encarar el futuro», escribe quien luchó en Bolivia a las órdenes del Che Guevara y apoyó a la Revolución cubana hasta bien entrados los años ochenta.
Estos argumentos, así como las recientes evoluciones de Attali y Kouchner, podrían asemejarse a una innovación por parte de la izquierda francesa. Podría ser si se evalúa desde la actualidad inmediata. Sin embargo, es más bien un redescubrimiento: en 1792, en la Batalla de Valmy, la Francia republicana y revolucionaria luchó para defender la «integridad de la patria» frente a las tropas de la «Europa reaccionaria» que pretendía restablecer el orden antiguo.