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Jana Beris
Jana Beris

El kibutz de la paz convertido en infierno

Demasiada gente fue asesinada, herida, está hoy de duelo. Nadie en los kibutzim de la zona puede decir hoy «yo no conozco a ninguna víctima»

Actualizada 16:44

La vista de gaza desde el Otef

La vista de gaza desde Otéf AzaJana Berris

La gente de la zona adyacente a Gaza solía reír: «Esto es 10 % infierno y 90 % paraíso». Me lo dijeron en distintas oportunidades con distintos matices y ciertas variaciones, no pocos pobladores de las comunidades civiles de lo que en hebreo se llama «Otéf Aza», algo así como la zona que «envuelve» a la franja palestina. Simplemente, por su ubicación. Infierno cuando caen cohetes y paraíso cuando los dejan vivir tranquilos. Pero el 7 de octubre, fue absoluto, infierno total, mucho más que lo que habrían podido concebir.

Es que esta vez, no fue «solamente» el impacto de cohetes lanzados desde Gaza, el nerviosismo y angustia que despiertan las alarmas cuando suenan indicando que hay un cohete en camino y la población sabe que tiene solamente 15 segundos para entrar al refugio.

Esta vez fue indescriptible. Asesinato de familias enteras, atrocidades inconcebibles, bebés decapitados y niños atados y luego quemados. Mujeres violadas y asesinadas. A tal punto fue terrorífico, que un padre que se enteró que a su hija de ocho años, secuestrada, la habían matado, se alegró, porque no podía soportar el pensamiento de lo que habría sufrido en manos de los terroristas de Hamás.

Nada puede chocar más con este horror, que el paisaje idílico de «Otéf Aza», el carácter positivo y trabajador de su gente, el aspecto de sus campos, los ideales que los llevaron a vivir en esa zona del sur de Israel. Son numerosas las comunidades agrícolas colectivas –kibutzim– y pueblos de otra índole, e inclusive una ciudad, Sderot.

Es la zona en la parte occidental del Neguev, que tras los logros de esta gente en hacerlo florecer, allí ya no merece ser incluido en la categoría de desierto.

Aproximadamente 30.000 habitantes se hallan en la única ciudad del «Otéf», Sderot , a pocos kilómetros frente a Gaza. Además, hay 59 poblados de diferente carácter. Los más cercanos a la frontera, se hallan entre cientos de metros y siete kilómetros de Gaza. Muchos de ellos son kibutzim (plural de kibutz), en cada uno de los cuales hay en general varios cientos de miembros, además de inquilinos y voluntarios.

Fueron siempre punto ejemplares de trabajo y apuesta por el progreso, por una vida creativa, en familia, en una de las zonas de paisajes más hermosos del país. Hasta que al caer el primer cohete disparado desde Gaza en Sderot a comienzos del 2001, todos esos poblados lentamente pasaron a ser también símbolo de dolor. De niños que deben correr a los refugios para salvarse.

Refugios por todos lados en el kibutz de Nir Itzjak

Refugios por todos lados en el kibutz de Nir ItzjakJana Berris

Para nosotros, uno de los símbolos más especiales de la zona, siempre fueron los kibutzim, donde tenemos amigos personales, muchos de ellos de origen sudamericano, especialmente Uruguay y Argentina, pero los hay de diversas latitudes.

Pablo Leffler, agricultor en el kibutz Ein Hashlosha, que parece nunca perder la compostura, nos contó en diversas ocasiones sobre el trabajo en el campo, cultivando cacahuetes y patatas, sabiendo que al otro lado de la frontera, a tan solo 2,4 kilómetros de su casa, lo observan a él y sus compañeros para decidir cuándo es mejor abrir fuego. Así fue asesinado, años atrás, Ramón Mosquera, un voluntario no judío de Ecuador, en cuya memoria hay hasta hoy un monumento en Ein Hashloshá.

El terrorismo siempre busca qué otras ventanas negras abrir

Una vez, su hijo notó algo raro en la tierra. Avisó al Ejército. Era la boca de un túnel por el que los terroristas planeaban irrumpir al kibutz a perpetrar atentados. La amenaza de los túneles fue neutralizada, pero como quedó claro hace una semana, el terrorismo siempre busca qué otras ventanas negras abrir.

Y Ruben Friedmann, que el sábado pasado iba a celebrar 43 años de casados con Estela, con sus dos hijos y sus nietos, pero tuvo que cambiar de planes y encerrarse en el refugio.

Y Janet Cwaigenbaum en el kibutz Nir Itzjak, de esas heroínas de la vida diaria, que lidia con la seguridad y el amor a la familia con firmeza, sin perder nunca su calor humano. Y tantos, tantos más.

Y Jaim Jelin, que durante años fue la voz y rostro del consejo regional Eshkol, siempre empujando hacia adelante, destacando por qué la zona no se vacía a pesar de las amenazas, Jaim que esta semana lloró por televisión. Su hermoso y exitoso kibutz Beeri fue uno de los peores escenarios del horror.

Jaim Jelin junto a un refugio en su kibutz de Beeri

Jaim Jelin junto a un refugio en su kibutz de BeeriJana Berris

El kibutz siempre fue un símbolo de Israel. El mayor individualismo en la sociedad israelí, como en tantas otras partes del mundo, así como temas económicos, influyeron en sus parámetros originales y el modelo cambió. Muchos de ellos privatizaron algunos de los aspectos de su vida que durante décadas habían sido absolutamente socialistas e igualitarios, se comenzó a recibir sueldos diferenciales según el trabajo y creció el espacio particular de cada uno, socavando en parte el colectivismo. A pesar de ello, la solidaridad mutua y el abrazo comunitario siguió siendo una característica del kibutz.

Lo sentíamos siempre en cada visita a Ein Hashlosha y Nir Itzjak, donde tengo amigos personales muy queridos. Pero no sólo allí y no sólo en el sur.

Es tan fuerte el sentimiento comunitario, muy especialmente en una zona bajo peligro de ataques vecinos, que después de la dura guerra del 2014 contra Hamás, tras un empuje de familias que se fueron de Eshkol, parte de «Otéf Aza», comenzó a revertirse la situación y numerosas familias jóvenes con niños pequeños estaban en lista de espera para instalarse en la zona.

Recordamos una visita a la escuela del consejo regional Eshkol, la cantidad de autobuses que esperaban a la salida , cada uno con el nombre del poblado al que volvían los niños tras su jornada de estudios. Todo ordenado, todo destinado a dar a cada uno la certeza que no está solo. Todo con techos especiales protegidos para los momentos en que suene la alarma. Y estructuras protectoras dispersas por doquier para cuando jugaban en el patio. Las mismas estructuras se ven en las carreteras, junto a paradas de autobuses, para que cualquiera que esté a la intemperie se pueda resguardar si la alarma lo sorprende fuera de su casa.

Trabajando en los campos con el cuidado del Ejército

Trabajando en los campos con el cuidado del EjércitoJana Berris

Y siempre nos admiramos del amor de la gente por esa tierra, su tierra, por la convicción de que a pesar de todos los problemas, están en un paraíso, que a veces se convierte en infierno pero que es suyo.

Ahora es otra cosa. Demasiada gente fue asesinada, herida, está hoy de duelo. Nadie en los kibutzim de la zona puede decir hoy «yo no conozco a ninguna víctima». Todos conocen a alguien que está secuestrado o muerto. El gran desafío será devolver la confianza para poder decidir que siguen viviendo allí. Es su hogar, siempre lo fue. Pero ahora, hay mucho que reconstruir, hedor a quemado que hacer desaparecer y horror que borrar.

Conocemos el espíritu de esa gente. Pueden. Pero será un desafío gigantesco. El pueblo, todo, los tendrá que ayudar.

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