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Andrea PoliduraMarjayoun, Líbano
Jorge Ruiz

La vida de los soldados españoles en Líbano: «Aquí todos los días son lunes»​

La misión de la ONU en el país mediterráneo cuenta con la participación de un gran contingente español y El Debate ha podido ver, de primera mano, cómo trabajan los efectivos allí desplegados

Madrid, Madrid Actualizada 19:05

«Si te han explicado los problemas del Líbano y los has entendido a la primera, es que no te lo han explicado bien», repetía el teniente coronel Andrés López Suárez. Razón no le falta. El Líbano es un crisol de religiones; están reconocidas hasta 18 confesiones religiosas diferentes, 12 cristianas, cinco musulmanas y una pequeña comunidad judía.

La religión, en este país mediterráneo, trasciende mucho más allá de lo espiritual hasta convertirse en una seña de identidad. El propio Gobierno libanés está dividido y repartido por confesiones. El presidente de la República debe ser un cristiano maronita; el primer ministro, un musulmán suní, mientras que el presidente de la Asamblea Nacional debe ser musulmán chií.

Una repartición que, en la mayoría de las ocasiones, provoca un bloqueo político. Además de la inestabilidad interna, el Líbano está, técnicamente, en guerra con Israel. El sur del país es uno de los puntos calientes de la región y es en esta zona donde actúa la Fuerza Interina de Naciones Unidas en el Líbano (UNIFIL), integrada por un destacamento del Ejército de Tierra español y liderada, además, por el general español Aroldo Lázaro Saénz.

El Debate estuvo con ellos, en la base española de Marjayoun, días previos a la escalada de tensión en la región, para ver desde dentro cómo es la vida de los soldados españoles desplegados en el Líbano.

El sur del Líbano, la línea de fuego

El río Litani actúa como una frontera natural, una vez lo dejas atrás, comienza el terreno de actuación de UNIFIL. Los característicos coches blancos con las letras UN (United Nations), pintadas en negro, hacen una parada técnica tras pasar el control de las Fuerzas Armadas Libanesas (LAF) para colocar, a vista de todos, la bandera azul. A partir de este punto, los coches blancos patrullan el sur del Líbano, sin descanso, para contribuir a la seguridad y estabilidad de la zona. Dentro de la misión de la ONU, destaca el contingente español, compuesto por 650 militares. La mayor parte pasa los seis meses que dura el despliegue en la base Miguel de Cervantes, situada a unos 100 kilómetros de la capital, Beirut.

Mapa que muestra la blue line y el emplazamiento de la base española en el sur del LíbanoÁngel Ruiz

Unas figuras de Don Quijote y Sancho Panza son las encargadas de dar la bienvenida a todo aquel que entra a la base, en honor al dramaturgo español. Un cartel que dice «14 días sin accidentes de tráfico» da cuenta de la conducción temeraria de los libaneses. La base tiene un diámetro de unos tres kilómetros y está dividida en dos áreas: «la zona de vida» y «la zona de trabajo».

Los soldados cuentan con dos gimnasios, una cantina, un comedor, lavandería y una pequeña tienda, que se conoce por el nombre de PX y vende lo esencial: pasta de dientes, gel de ducha, champú… A pesar de que puede parecer que tienen de todo, muchos de los soldados no llegan a salir de la base durante los seis meses que dura la misión.

Monumento a los caídos en la base española de Miguel de CervantesJorge Ruiz

«Aquí todos los días son lunes», coincidían muchos de los militares. Pocos se podían imaginar que, apenas días después, el sur del Líbano sería, y es, escenario del fuego cruzado entre Hezbolá –milicia chií libanesa– e Israel, tras el ataque perpetrado por el grupo terrorista Hamás contra territorio israelí. Las alarmas, que avisan de que se activa el plan de emergencia y hay que dirigirse al búnker, sonarían en la base Miguel de Cervantes, pero esta vez no sería un simulacro, como el ejercicio de la semana anterior.

Los últimos acontecimientos en Oriente Medio han vuelto a poner el foco en esta región. Al Líbano, la guerra entre Hamás e Israel también le ha salpicado, y es ahora cuando la misión de Naciones Unidas adquiere más protagonismo que nunca, representando un papel clave para que el conflicto no escale. Desde UNIFIL han confesado que, «a pesar de algunos días muy difíciles», están haciendo «todo lo posible para garantizar que no se produzca una escalada».

A esto, añaden que «las fuerzas de mantenimiento de la paz permanecen en sus puestos y en sus tareas. Hemos incrementado las patrullas y las operaciones para ayudar a detectar el lanzamiento de cohetes mediante nuestras capacidades de radar. Nuestras actividades están coordinadas con las Fuerzas Armadas Libanesas, y muchas se llevan a cabo junto con ellas».

Las patrullas están formadas, siempre, por dos vehículos, de seis personas y un tiradorJorge Ruiz

«Nuestro principal objetivo es ayudar a evitar el conflicto entre Líbano e Israel, y cualquier acontecimiento que lo acerque es motivo de preocupación. Nuestra atención se centra en mantener la seguridad y la estabilidad en la zona», aseguran desde la Misión de Naciones Unidas. Una tarea en la que los soldados españoles contribuyen activamente.

En el interior de una patrulla

Los militares españoles acarrean una gran responsabilidad en el mantenimiento de la estabilidad en el sur del Líbano. España mantiene dos posiciones a escasos metros de la blue line –línea de demarcación establecida por la ONU en el año 2000– que separa Israel del país mediterráneo. En estas pequeñas bases, en la línea de fuego, los soldados desplegados llevan a cabo patrullas diarias por los puntos más calientes de la zona. Estas patrullas están formadas, siempre, por dos vehículos, de seis personas y un tirador.

En un LMV Lince, los militares españoles van recorriendo los pueblos de los alrededores. El vehículo cruza la carretera Sierra Delta 1, la única carretera que controla UNIFIL, y que cuenta con dos checkpoints. El camino pasa por el pueblo de Ghajar, partido por la mitad por la blue line, pero ocupado en su totalidad por Israel. El capitán Molina, encargado de la posición española cercana a la línea de demarcación, explicaba, antes de los últimos acontecimientos, que «los libaneses se acercaban a estas zonas, echaban unas fotos a Israel y se tomaban un zumo», mientras señalaba un pequeño puesto ambulante.

La carretera Sierra Delta 1, la única carretera que controla UNIFIL, y el pueblo de GhajarJorge Ruiz

El objetivo principal de las patrullas es dar a la población local una sensación de presencia y seguridad, además de monitorizar permanentemente la situación en la blue line y, en caso de que algo ocurra, como estamos viendo estos últimos días, también se encargan de desescalar la situación.

La tensión puede explotar por cualquier motivo, nos cuentan los soldados, desde los ataques de la semana pasada que han acabado afectando al Líbano hasta el cruce de unas cabras o unos bañistas que cruzan al otro lado del río y pasan la línea de demarcación. Por ello, los militares patrullan día y noche, a coche y a pie. Los locales ya los conocen y saludan al paso de los vehículos. Los niños salen y corren detrás de los distintivos coches blancos, muchos pidiendo agua.

El sur del Líbano es una de las regiones más pobres del país y, tras la guerra en la vecina Siria, acoge a un gran número de refugiados. La zona está plagada de campos de refugiados, lo que añade aún más tensión a la zona. «No podemos darles nada, porque si no se tiran a los vehículos», explica el capitán Molina.

Unos niños de uno de los campos de refugiados juegan con unos neumáticosJorge Ruiz

Durante el recorrido, los diferentes pueblos y aldeas se van sucediendo uno detrás de otro, mientras los militares de la misión de UNIFIL recorren tanto el corredor cristiano como el musulmán y rodean el inconfundible muro, levantado por Israel, para marcar de manera clara la división del territorio –la conocida T-Wall–. La tensión es algo más evidente cuando entran en localidades de mayoría chií, bastión de Hezbolá. «En estas zonas es mejor pasar desapercibidos, nada de cámaras ni fotografías», comentan.

Una vez finalizado el recorrido, no puede faltar la parada en el monumento levantado en honor a los caídos. «La paz tiene un coste», lamentan. En la carretera que sale de la base española de Miguel de Cervantes, una placa rinde homenaje a los seis paracaidistas fallecidos en un atentado terrorista en 2007. Tampoco cae en el olvido, el cabo Francisco Javier Soria Toledo, que murió en 2015 alcanzado por el impacto de un proyectil israelí, mientras cumplía su labor de vigilancia en la posición española, cercana a la blue line.

Placa homenaje al cabo Francisco Javier Soria ToledoJorge Ruiz

Ahora más que nunca, la misión de la UNIFIL, con especial mención al contingente español, realiza una gran labor en una de las zonas más calientes de la región y que, por desgracia, ha vuelto a ser noticia tras los últimos ataques de Hamás contra Israel, que ha abierto un nuevo capítulo bélico en el enquistado conflicto palestino-israelí.