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Aquilino Cayuela

Desentrañando la Nueva Ruta de la Seda china

Se trata de un proyecto multidisciplinar que pretende influir en las dinámicas de intercambio económico, político y cultural

El presidente de China, Xi Jinping, durante el Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional, en PekínAFP

China representa una amenaza económica mortal para Europa y Occidente. La «nueva ruta de la seda» o «Belt One Road Initiative», BRI, según sus siglas y traducida como Cinturón y Carretera es una estrategia global de desarrollos de infraestructuras adoptada por el gobierno chino desde 2013 para invertir en más de 150 países y organizaciones internacionales. Han sido 155 países los que figuran como firmantes de la BRI que incluyen casi el 75 % de la población mundial.

Esta «ruta de la seda» supone una pieza central de la política exterior del líder chino Xi Jinping para que la República Popular asuma un mayor papel de liderazgo en los asuntos globales de acuerdo con su creciente poder y estatus.

China ha prestado más de un billón de dólares a más de 100 países a través de este programa, lo que supone un gasto mucho mayor que el de Occidente en el mundo en desarrollo y aviva la preocupación por la expansión del poder y la influencia de Pekín.

Occidente se ha dado cuenta que se necesita menos teoría y más análisis político

Pero tras la guerra de Ucrania, el nuevo alineamiento global y el crecimiento de la influencia China en el «sur global» Estados Unidos y la Unión Europea han buscado el endurecimiento de los controles sobre el comercio y la inversión chinos. Occidente se ha dado cuenta que se necesita menos teoría y más análisis político y actuar con decisión para maximizar su crecimiento económico.

Desde la llegada de Xi Jinping al poder, China ha promovido la Nueva Ruta de la Seda como principal iniciativa o eje vertebrador de su política exterior. El proyecto, sin lugar a duda, es el más ambicioso del gigante asiático desde la proclamación de la República Popular.

Las infraestructuras constituyen la piedra angular de la pretendida interconectividad global, la iniciativa no se fundamenta solo en objetivos infraestructurales. Se trata de un proyecto multidisciplinar que pretende influir, asimismo, en las dinámicas de intercambio económico, político y cultural.

En este sentido, el gigante asiático ambiciona mejorar la circulación monetaria, favorecer la comunicación política y el comercio sin trabas. En su agenda de política exterior se incluye también la finalidad de utilizar la Nueva Ruta de la Seda para mejorar las relaciones entre los pueblos con intercambios culturales y académicos.

Pero los préstamos chinos a través de la BRI han establecido una diplomacia de trampa y de la deuda. Occidente se aleja de la iniciativa y los países en desarrollo como Sri Lanka, Pakistán y Kenia han contraído deudas imposibles de pagar, de acuerdo con esto, no sólo de Sri Lanka, sino también de Argentina, Kenia, Malasia, Montenegro, Pakistán, Tanzania y muchos otros.

El problema para Occidente no es solo que China ha adquirido puertos y otras propiedades estratégicas en los países en desarrollo, sino que estos países se han endeudado peligrosamente hasta el punto de que se ven forzados a recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) y a otras instituciones financieras respaldadas por Occidente para que les ayudaran a salir del atolladero.

En la «trampa–deuda» está la renuencia de China a perdonar la deuda y su extremo secreto sobre cuánto dinero ha prestado y en qué condiciones. También los prestatarios deben depositar efectivo en cuentas de depósito en garantía ocultas que sitúa a China al frente recibir el pago

Tan solo en 2022, Pekín invirtió alrededor de unos 67.000 millones de dólares en planes vinculados a esta iniciativa. El mayor volumen de esta inversión se ha situado en el continente asiático. Las principales regiones donde el gigante ha invertido han sido Asia Oriental (26 %), Asia Occidental (21 %), África Subsahariana (21 %), Oriente Medio (14 %), Europa (8 %), Sudamérica (7 %) y América del Norte (1 %).

La disrupción de la pandemia, continuada por la guerra de Ucrania y seguida por las posiciones chinas, al respecto, y su creciente asertividad en el Indo Pacífico, más, la grave crisis iniciada ahora en Oriente Próximo, han aumentado la preocupación de Estados Unidos y Europa, respecto a esta ambiciosa iniciativa global de China.

Tengamos en cuenta que solo en la Unión Europea, las empresas chinas que operan desde Hong Kong cuentan con importantes participaciones en puertos claves como un 24,9 % de la empresa que opera la terminal de contenedores de Hamburgo, en la terminal multimodal interior en Duisburgo, en Alemania. En España tienen importantes participaciones que les permiten controlar las mayores terminales de los puertos de Valencia, Bilbao y Barcelona.

Asimismo, en Italia, en el puerto de Vado Ligure. En Francia, en terminales como Montoir, Dunkerque, Le Havre y Fos. Y cuentan con inversiones en puertos cruciales de Países Bajos, Bélgica, Grecia, Suecia, Malta y Polonia. También han entrado en Portugal.

Por eso el pasado septiembre, EE.UU. y la UE anunciaron dos megaproyectos de infraestructuras para rivalizar con esta Nueva Ruta de la Seda china, anunciando la puesta en marcha de dos megaproyectos: un «corredor económico India-Oriente Próximo-Europa» y un «corredor trans africano», ambos proyectos enmarcados dentro de la «Asociación para las Infraestructuras y la Inversión Globales» puesta en marcha solo hace dos años.

Este es el estado de la cuestión y uno de los grandes caballos de batalla entra la hegemonía de Estados Unidos y la China de Xi Jinping.