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Javier VillamorCorresponsal en Bruselas

Memorias de una revolución húngara

El 23 de octubre se conmemora el aniversario del levantamiento de 1956 contra los soviéticos que supuso un punto y aparte para la URSS

Corresponsal en Bruselas Actualizada 17:33

Tanque soviético destruido en las calles de Budapest durante la Revolución húngara de 1956

El Colegio Universitario Matías Corvinus de Bruselas (MMC Brussels) ha acogido este lunes un encuentro para recordar a sus héroes de la revolución húngara que en 1956 tuvieron el valor de alzarse en armas contra los invasores soviéticos.

El húngaro es un pueblo especial enclavado entre los montes Cárpatos, una región aislada por la orografía. Muchas naciones europeas se basan en aquello que los romanos llamaron ius solis, ius sanguinis (derecho de suelo, derecho de sangre).

En otras palabras, la posesión de un territorio, su defensa, y la transmisión de este durante generaciones -con todo lo que implica a nivel cultural- es aquello que conforma las identidades de los pueblos.

«Muchos enemigos atacan hoy nuestra civilización, pero ninguno entiende la libertad como aquellos que somos herederos de la cultura latina», comentó uno de los ponentes del encuentro.

Esto es algo que para los que se consideran ciudadanos del mundo, o no creen en las fronteras, no tiene mucho sentido. Más bien es algo denostable, arcaico.

Más allá de los sentimientos de cada época, no cabe duda de que lo que confiere es identidad y la noción de ser, de pertenecer a una comunidad con un pasado, un presente y un futuro.

Desde hace décadas, aunque por otras vías, la Unión Europea pretende crear algo semejante, pero sin tomar ninguno de esos dos puntos de anclaje. Hoy, ser europeo es compartir unos valores, nada más.

No todos los pueblos se enfrentan igual a su pasado. Los pueblos occidentales dieron pronto la espalda a su identidad, traicionando las hazañas de sus antepasados, interrumpiendo la transmisión del fuego y hasta condenando la adoración de las cenizas.

Con los orientales, en cambio, ocurre todo lo contrario. Y entre ellos se encuentran los húngaros. Sus gentes llevan en ese territorio desde hace más de 1000 años. Sobre su tierra han pasado varios imperios foráneos y de ninguno guardan buena memoria.

Tres son dignos de destacar por su virulencia: el otomano, el alemán nacional-socialista y el soviético. El primero confirió un carácter nacional que perdura hasta nuestros días; el segundo sirvió para conocer el totalitarismo de cerca y, el tercero, supuso el anhelo de la libertad con mayúsculas.

Una libertad diferente

Una libertad que no se entiende bajo los vectores anglosajones a los que estamos acostumbrados en Occidente. Esto es, a la ausencia de fuerzas externas o condicionantes. Para los húngaros la libertad es la capacidad de elegir su propio camino.

No entender esto es no entender a Hungría y, por lo tanto, no entender el carácter que llevó a su pueblo a levantarse en armas contra el invasor soviético en 1956. No hubo un levantamiento semejante en ningún otro territorio y eso dice mucho por sí solo.

Tamás Iván Kovács, embajador de Hungría en Bélgica, enlaza esa forma de entender la libertad con el carácter húngaro: «somos personas orgullosas y nos atrevemos a comunicar lo que queremos decir».

Quieren seguir discutiendo de todo abiertamente y llamar a las cosas como son, sin doble rasero. El embajador lo asocia a su «ADN» y a su «educación social».

Todo eso marcó a una generación y trascendió décadas después: «lo que provocó el cambio de sistema en 1989 y 1990, fue exactamente la generación de los luchadores por la libertad de 1956» provocando así un cambio y «devolviendo a Hungría a las naciones democráticas a las que siempre perteneció».

Frank Furedi, el director ejecutivo de MCC Brussels, tenía nueve años cuando comenzó todo: «no hacía falta un máster en ciencias políticas para saber que no podríamos vencer a tan formidable enemigo, pero había que intentarlo», aseguró durante su intervención.

Daba igual el resultado -siendo lo más seguro la muerte-, pero había que luchar por lo más preciado que es la libertad. «Si no luchas por tu libertad, nadie lo hará», detalla Furedi como una de las lecciones de entonces que le han acompañado hasta el presente.

Ese anhelo de libertad sigue vigente en el país y en no pocas ocasiones es atacado por ello. A nadie se le escapan las tensiones que existen entre Bruselas y Budapest, en especial porque son de carácter ideológico en su mayoría.

Los húngaros no quieren comulgar de nuevo con ruedas de molino. Su pueblo se ha expresado libremente en numerosas ocasiones vía referéndum y en elecciones generales. Una parte del establishment ha mostrado su preocupación por la futura presidencia de la UE que recae en Budapest durante el segundo semestre de 2024.

Para los propios húngaros es un miedo infundado. «Va a ser un año especial», asegura Kovács, ”Bélgica está completando un ciclo legislativo de la UE, pero Hungría abrirá uno nuevo por lo que será un nuevo comienzo para Europa”.

«Aportaremos toda nuestra experiencia y capacidad durante la presidencia como lo hicimos la última vez, algo que se nos reconoció en su momento, así que no hay necesidad de preocuparse», termina el embajador con una sonrisa.

En un contexto internacional en el que la Unión Europea debe encontrar su propio camino para mantenerse a flote teniendo en cuenta la gran rivalidad entre Estados Unidos y China, que haya todavía europeos que deseen luchar para preservar la libertad en esta pequeña región del mundo será digno de ver en pocos meses.

Los húngaros tuvieron su revolución y saben perfectamente lo que supone luchar para ser dueño de sí mismos. Furedi hizo una analogía al respecto: «la libertad es como una pastilla de jabón, si no la sujetas con todas tus fuerzas siempre encontrará maneras de escaparse de las manos».