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Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

¿Es necesario entrar en Gaza?

Si el combate urbano es siempre muy complicado, la Franja de Gaza es uno de esos escenarios endiablados donde nadie querría verse implicado

Soldados israelíes sentados en un tanque MerkavaAFP

Un día de estos –no sé cuándo exactamente y, salvo que los preparativos estén casi listos y la fecha sea ya muy próxima, dudo que lo sepa con certeza el propio Benjamin Netanyahu– el Ejército de Israel entrará en la Franja de Gaza. El momento elegido dependerá del progreso de las operaciones de preparación del campo de batalla que, entre otros objetivos, perseguirán el desalojo de cuantos civiles palestinos quieran o puedan desplazarse hacia zonas más seguras, la eliminación de los puntos fuertes de la resistencia de Hamás que puedan destruirse desde el aire y la recopilación de la inteligencia táctica que necesitan los militares israelíes para conocer el terreno que van a pisar cuando reciban la orden de cruzar el muro.

¿Por qué tanto tiempo de preparación? No hay misterio alguno. La operación «Espada de hierro» no tiene nada de fácil. Si el combate urbano es siempre muy complicado, la Franja de Gaza es uno de esos escenarios endiablados donde nadie querría verse implicado. Las calles, más estrechas en el centro antiguo, se prestan a la emboscada, a las barricadas –deliberadas o producto casual de la acumulación de escombros de los edificios destruidos– a los explosivos improvisados, las minas y las trampas cazabobos.

Gaza es uno de esos escenarios endiablados donde nadie querría verse implicado

En estas condiciones, los soldados israelíes combatirán casi siempre a pie, casa por casa, y bajo el fuego de francotiradores y terroristas sin uniforme, indistinguibles de los civiles que hayan preferido no abandonar sus domicilios. La enorme ventaja tecnológica del Ejército israelí se verá reducida en los enfrentamientos a corta distancia, y su superioridad de fuego contará poco ante las normas del Derecho Internacional Humanitario que no solo prohíben los ataques a objetivos civiles, sino también los objetivos militares «cuando sea de prever que causarán incidentalmente muertos y heridos entre la población civil que serían excesivos en relación con la ventaja militar concreta y directa prevista».

Los túneles de Gaza

Por si esto fuera poco, en Gaza hay una extensa red de túneles de varios cientos de kilómetros de longitud. Parte de esa red, que nació para el contrabando, fue ampliada por Hamás para crear vías de infiltración en suelo israelí y llevar el terror más allá del muro. Pero no es ahí donde está el problema. Las mejoras en las barreras subterráneas construidas por Israel y la instalación de sensores acústicos y sísmicos a partir de 2017 han obligado a Hamás a buscar otras vías sobre la superficie, como las empleadas con tanto éxito el pasado 7 de octubre.

El metro de Gaza es la arteria vital de Hamás

La parte crítica de la red de túneles es lo que se suele llamar el «Metro de Gaza». Excavado a profundidades entre 20 y 40 metros y con muchas de sus entradas ocultas en zonas residenciales, escuelas o mezquitas, el metro es la arteria vital de Hamás. Allí se ocultan, protegidos con sus cuerpos por los sufridos civiles que viven en superficie –extremo que desde luego niega la organización terrorista– los centros de mando, cuarteles y polvorines de las brigadas de Ezzeldin Al-Qassam.

¿Hay que creer la negativa de Hamás? No hace mucho que la UNWRA, la Agencia de la ONU que vela por los refugiados palestinos, hizo pública una rotunda declaración de condena cuando encontró que uno de los túneles pasaba justo por debajo de sus instalaciones. No sería razonable pensar que es el único.

Si es difícil combatir en un entorno urbano, los túneles son un escenario todavía peor. Construidos por Hamás, que los conoce y los ha protegido con minas y explosivos que pueden detonarse a distancia al paso de los soldados israelíes, entrar en ellos es un riesgo difícil de asumir. La lógica militar aconseja que se destruyan desde fuera, pero ahí abajo, en algún lugar indeterminado, están los rehenes. Y arriba, vulnerables en sus cimientos, habrá hospitales, iglesias y escuelas. Estoy seguro de que, ante dilemas así en los que tendrán que decidir sobre el terreno, muchos oficiales israelíes consideraran, quizá por una sola vez en sus vidas, que no cobran lo suficiente.

Una campaña larga y cruenta

Desde Tel Aviv se anuncia una campaña larga, difícil y cruenta. Si es así, ¿por qué necesita su Ejército entrar en Gaza? El objetivo militar de Israel en esta guerra legítima de autodefensa no es el pueblo palestino, sino Hamás. No es posible destruir la organización terrorista desde el aire. Por eso, en el nivel estratégico, el Gobierno israelí parece haber decidido que es preciso tomar la ciudad de Gaza; algo que, por cierto, no contraviene el Derecho Internacional Humanitario.

Hay condiciones, claro. No puede Israel atacar objetivos civiles ni indiscriminados, y debe permitir la salida a los civiles que lo deseen –como de hecho está haciendo– y facilitar su vuelta cuando finalicen las operaciones. Desde muchos países árabes, y también desde algunos medios europeos, ya hay quien le acusa preventivamente de no querer hacerlo. Pero no se puede condenar a nadie basándose en especulaciones sobre sus intenciones futuras, ni siquiera cuando constan precedentes en su contra.

También tiene Israel como objetivo rescatar con vida a los rehenes, pero sabe que tiene pocas posibilidades de lograrlo. Hamás no dudará –no lo ha hecho nunca– en asesinarlos si ve cercano su rescate, y cualquier negociación, a estas alturas, significaría premiar el terrorismo. No cedió España cuando la ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco y no entiendo bien por qué ahora, desde nuestro país, hay quien exige a Tel Aviv que lo haga.

Los límites del Derecho Internacional Humanitario

Cuando entren en Gaza, los comandantes israelíes se enfrentarán una y otra vez a situaciones en las que tendrán que valorar qué riesgos deben aceptar sus tropas para reducir al mínimo los daños a los civiles y a los bienes de carácter civil. ¿Cómo entender las provisiones del Derecho Internacional Humanitario que he transcrito textualmente algunos párrafos más arriba?

Muchos españoles de mi generación recordarán la película Dos mulas y una mujer. En el México de 1860, Clint Eastwood y Shirley MacLane unían esfuerzos para volar un puente por donde circulaba un tren francés cargado de municiones. Todos celebramos que lo consiguieran, sin preocuparnos mucho del hecho de que el maquinista del tren sería probablemente un civil mejicano, quizá rehén de la fuerza de ocupación.

¿Y si tratara de un tren de pasajeros en uno de cuyos vagones viajaran algunos soldados franceses para reincorporarse a sus unidades? En esas condiciones, la mayoría pensaríamos que no se cumplen las condiciones que exigen los convenios de Ginebra.

¿Cabe entonces fijar una proporcionalidad numérica? El problema nunca es tan sencillo. La mayoría de las veces las operaciones bélicas no tienen como objetivo principal matar soldados. Ya que hablamos de trenes, acompáñeme el lector a las semanas previas al desembarco aliado en Normandía en junio de 1944 –el conocido como día más largo– que supuso el comienzo del fin del Tercer Reich.

Desde su centro de mando en el sur de Inglaterra, el general Eisenhower tenía que resolver el principal problema de toda operación anfibia: acumular, partiendo de cero, más fuerzas en la cabeza de playa de las que el enemigo pueda movilizar para oponerse al desembarco.

Por una parte, el Estado Mayor de Eisenhower tenía que planear con extremo detalle cómo trasladar en cada jornada posterior al desembarco las divisiones adicionales que serían precisas para ampliar la cabeza de playa, con sus vehículos y su apoyo logístico. Pero esto era solo la mitad de la tarea. Además, era necesario frenar al enemigo. Con este fin, Eisenhower ordenó una campaña aérea de bombardeo sobre los ferrocarriles franceses que, con las imprecisas armas de la época, causó muchísimas víctimas civiles en la Francia ocupada. ¿Crimen de guerra o precio justificado para la derrota de Hitler? Personalmente, no tengo dudas.

Acerquémonos ahora a las condiciones de la Franja de Gaza. ¿Qué habría pasado si Hitler hubiera ordenado que cada tren militar llevara algunos niños franceses para protegerse de los bombardeos? No existían entonces los convenios de Ginebra pero, si pudieran aplicarse retrospectivamente, Hitler solo habría conseguido incrementar su larga cuenta de crímenes de guerra.

La guerra en la opinión pública

Así pues, en cada ocasión en que intervengan civiles –y serán muchas, porque eso es lo que quiere Hamás– cada comandante israelí tendrá que sopesar si sus acciones están justificadas, no solo por la comparación de posibles bajas en uno y otro lado, sino por la necesidad de destruir la organización terrorista que acaba de asesinar a 1.400 israelíes.

Por si esto fuera poco, cada comandante tendrá entre sus órdenes la de velar por la imagen de Israel, de la que depende el apoyo de los gobiernos –no hay muchos en el mundo– donde la opinión pública cuenta. Es cierto que, en un entorno particularmente rico en prejuicios, son muchos ciudadanos los que van a condenar a Israel ocurra lo que ocurra –sorprende que desde que se sabe que no fue una bomba israelí la que destruyó el hospital Al-Ahli, el asunto haya desparecido de la mayoría de los medios; no así de El Debate– y algunos menos los que, desde la perspectiva opuesta, aplaudirían el empleo de armas nucleares para borrar Gaza de la paz de la tierra.

Pero los demás, los que no nos debemos a más causa que nuestra propia visión de la paz, no necesitamos dejarnos arrastrar hacia uno u otro extremo. Podemos lamentar la declaración Balfour de 1917 como deploramos la Primera Guerra Mundial en cuyo contexto se produjo, sin que aprobemos el intento de dar marcha atrás a la historia, ya sea recreando al-Ándalus o haciendo desaparecer Israel o Ucrania, ambos Estados miembros de la ONU. Podemos permitirnos el lujo de aplaudir el derecho de Israel a su propia defensa sin dejar de apoyar una solución política al conflicto que implique cesiones imprescindibles por ambos lados, en cumplimiento de las resoluciones firmes de Naciones Unidas. Podemos pedir proporcionalidad a Israel y, si llegaran a constatarse, condenar los abusos de su Ejército en la Franja de Gaza. Esa es, precisamente, la gran ventaja de la libertad a la que, por oscuras razones, renuncian quienes desde posiciones políticas extremas prefieren cerrar los ojos a la compleja realidad.