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JACOBO ISRAEL GARZÓN

Ciegos y sordos

Hace 22 años, con la caída de las Torres Gemelas, nadie en Occidente se manifestaba a favor del yihadismo mortífero. Hoy, esto ocurre en muchas capitales europeas y americanas

En estos días se han podido ver en distintas ciudades, incluida Madrid, manifestaciones a favor de Hamás, que no de otra forma se pueden denominar a estas concentraciones, en donde no ha habido una sola palabra de conmiseración hacia las víctimas civiles israelíes –hombres y mujeres adultos, ancianos y niños– unos mil trescientos, asesinados sin culpa ni pecado por la barbarie del terrorismo yihadista y antisemita de Hamás, ni hacia los más de doscientos cautivos que aún permanecen en Gaza

Sirve de pretexto a las concentraciones defender a Palestina, confundiéndola con Hamás. Es, ni más ni menos, como confundir al yihadismo con el islam. Afortunadamente, ha habido entre los musulmanes algunas voces preclaras, pocas en verdad, como la del escritor Tahar ben Jellun o la del filósofo Abdennour Binar, contra el silencio de las comunidades musulmanas de Francia y de otros países ante este crimen de Hamás.

En estas manifestaciones se encuentran personas, muchas ligadas a la extrema izquierda, que sostienen tesis a favor de Hamás y piden que la guerra se pare. La guerra se parará si los dirigentes de Hamás se entregan para su enjuiciamiento ante un tribunal penal por crímenes contra la humanidad, con todas sus armas. Todos sabemos que no lo harán.

Recuerdan estas voces de las manifestaciones pro-Hamás a las que sustentaban, tras la destrucción de las Torres Gemelas, que esta matanza había sido un trucaje fotográfico americano.

Hay que comprender, en primer lugar, que el mal existe junto con el bien en todos nosotros, y que los hombres y mujeres de bien ejercitan a lo largo de sus vidas como domeñar al primero y cómo desarrollar sus mejores sentimientos y actos. Pero el tema hoy no es filosófico, sino que el mal se haya enraizado en una parte de nuestra sociedad.

Lo cierto es que lo mismo que los nazis movilizaban grandes masas a su favor, y que los comunistas occidentales nos presentaban al estalinismo como un ideal paraíso social y al régimen de Ceaușescu como una democracia avanzada, hoy hay una base social, todavía minoritaria en Occidente, favorable al yihadismo violento. No solo callan, sino aprueban.

Hace 22 años, con la caída de las Torres Gemelas, nadie en Occidente se manifestaba a favor del yihadismo mortífero. Hoy, esto ocurre en muchas capitales europeas y americanas; lo encubren bajo la bandera palestina, a la que hacen un flaco favor, pues si esta causa no se distancia de Hamás de una forma clara, se convertirá en un acierto la afirmación de Tahar ben Jelloun: «El 7 de octubre, la causa palestina murió, fue asesinada».

Pero no son ellos los únicos ciegos y sordos. También nuestras sociedades, en estos últimos diecinueve años, se ha convertido en una sociedad ciega y sorda ante la cara más peligrosa del mal en nuestros días: el yihadismo violento, antioccidental y antisemita.

Todos sabemos que la democracia tiene sus debilidades, entre ellas permitir expresarse a todas las ideas, excluyendo determinadas expresiones claramente delictivas. Pero eso ni fue ni es suficiente.

Durante muchos años, tantos como los que duró la Guerra Fría, en muchos países existió una regla no escrita: ni los comunistas ni la extrema derecha pro nazi formaban parte de los gobiernos de la nación, y, aunque subsistían en la sociedad, no tenían poder ni se les permitía sobrepasar los límites del interés público o del marco de la ley.

Tras la caída del muro de Berlín, se pensó que podría existir una globalización que pacificara el mundo. Desgraciadamente, fue como el mito del buen salvaje de Rousseau, un mito, una entelequia, un deseo que no conducía a la paz.

Quizás la humanidad solo sabe funcionar con dos polos, que representan dos puntos de vista opuestos. Entre estos polos el hombre se debate, y cada uno debe elegir dónde está.

Yo, que ya soy mayor, prefiero la democracia, la igualdad jurídica de todos los ciudadanos, los derechos iguales –y repito iguales– de hombres y mujeres, la ayuda social a los necesitados y a los que no se pueden valer por sí mismos, y, sobre todo, prefiero estar con los que practican la compasión.

Cada uno de nosotros puede preferir estar entre los delincuentes o los defensores de la ley, a la derecha o a la izquierda, conceptos cada vez menos actuales, y, también estar entre los partidarios de la paz o entre los partidarios del yihadismo violento y antisemita.

Occidente –y con este término me refiero a la Comunidad Europea, los Estados Unidos y los países anglosajones, los países del Extremo Oriente partidarios de la democracia, como son Japón, Corea del Sur y Taiwán, algunos países latinoamericanos y unos pocos asiáticos, entre ellos Israel–, harían bien en intentar controlar las simpatías de parte de su población por el yihadismo.

Yihadismo que es sino la forma moderna que toma la violencia anarquista de gran parte de nuestra historia de antaño, pero sin sus aspiraciones igualitarias: destruyendo las Torres Gemelas, extendiendo la violencia mortífera de los militantes del ISIS o Estado Islámico, manteniendo la férrea legislación antifeminista de Irán, o asesinando a un gran número de civiles en una orgía de sangre como ha hecho el terrorismo de Hamás.

El sistema de cuarentena de los yihadistas en Occidente debe ser similar al que la guerra fría aplicara a los partidarios del comunismo y del nazismo: ningún simpatizante del yihadismo debe formar parte de los gobiernos de sus naciones, y sus manifestaciones deben mantenerse dentro de los límites del interés público y cumpliendo el estricto marco de la ley.

Digo esto desde mi país, España, con la preocupación de que estos simpatizantes del yihadismo antioccidental y antisemita, que han formado parte del último gobierno de la nación, puedan seguir formando parte del próximo.

No debemos ser ciegos y sordos.

  • Jacobo Israel Garzón es escritor y fue presidente de la Comunidad Judía de Madrid y de la Federación de Comunidades Judías de España