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José María Ballester Esquivias

Se estanca irremisiblemente el segundo mandato de Emmanuel Macron

Sin candidato para las europeas, ha perdido la iniciativa política y fía su recuperación al proyecto de ley de inmigración y a la constitucionalización del aborto

El presidente francés, Emmanuel MacronAFP

«Los macronistas, europeos muy creyentes, pero poco practicantes», escribía esta semana en Le Figaro Guillaume Tabard –uno de los columnistas mejor informados de París–a modo de metáfora irónica para constatar la incapacidad de Emmanuel Macron y de su partido, Renaissance –el europeísmo está en su ADN–, para encontrar un, o una, cabeza de lista para las elecciones europeas de 2024. Faltan apenas seis meses y en los últimos días han sido tres las personalidades que han rechazado la propuesta.

La más importante de todas ellas ha sido la primera ministra: para Élisabeth Borne, la candidatura podía haber sido una salida digna, pero ella lo entiende como una forma elegante de quitársela de en medio. Lo mismo piensa el titular de Economía, Bruno Le Maire, cuyas ambiciones nacionales son cada vez menos encubiertas. El tercero en decir no ha sido el comisario europeo Thierry Breton, desde siempre reacio a la prueba del sufragio universal. Los tres han dado a conocer su decisión públicamente para evitar una hipotética marcha atrás por presiones «amistosas» procedentes del Elíseo.

La principal víctima de esta cascada de negativas es Emmanuel Macron, que ve, casi se podría decir que, por enésima vez en este año y medio de segundo mandato, cómo su autoridad política queda mermada. La búsqueda del hombre o mujer que acepte encabezar una lista que no solo será derrotada, sino muy probablemente arrasada, se ha convertido en el nuevo quebradero de cabeza del presidente de la República.

Acaece, además, en el peor momento, con unos índices de popularidad –el suyo y el de su Gobierno– que se desmigajan semana a semana. Muchos alegarán como causa el síndrome del segundo mandato, asociado al inevitable debilitamiento del jefe del Estado. Así ha sido con los tres antecesores de Macron que lograron ser reelegidos: Charles De Gaulle, François Mitterrand y Jacques Chirac.

Pero mientras el primero aprovechó sus últimos años en el poder para diseñar una política exterior que volvió a hacer de Francia un país escuchado en la escena internacional y el segundo protagonizó, en compañía de Helmut Kohl, el entonces canciller alemán, un impulso decisivo a la construcción europea, Macron se muestra incapaz de compensar fuera de su país lo que pierde dentro.

Al desmoronamiento de la antaño gran influencia francesa en África, se han sumado en las últimas semanas los bandazos presidenciales sobre el conflicto entre Israel y la banda terrorista Hamás: de un apoyo incondicional al Estado judío al inicio del conflicto, Macron ha pasado a mantener posiciones más ambiguas, sembrando desconcierto no solo en Jerusalén; también en el Quai d’Orsay, su Ministerio de Asuntos Exteriores, una administración con la que las relaciones se han deteriorado notablemente. Todo ello en medio de un inquietante aumento de las agresiones antisemitas en Francia.

La clave está en recuperar la iniciativa política en el plano interno. Para ello, Macron, sin mayoría absoluta en ninguna de las cámaras, ha imaginado una doble jugada maquiavélica: por un lado, apuesta por un proyecto de ley de inmigración –endurecido por el Senado, llegará en los próximos días a la Asamblea Nacional, que tendrá la última palabra– encaminado a ganarse los favores de las derechas, Agrupación Nacional de Marine Le Pen incluida.

Por el otro, para seducir al ala izquierda de Renaissance y calmar a la izquierda radical encarnada por la Nupes, el 13 de diciembre presentará un proyecto de revisión de la Carta Magna para hacer del aborto un «derecho» de rango constitucional. Esto último, lo tiene garantizado. Pero con ambas iniciativas, se juega su mandato.