Así se gestó la mayor derrota parlamentaria de Macron
Su ministro del Interior creyó tener bien amarrado el proyecto de ley sobre inmigración, pero el deseo de izquierda y derecha de asestar un castigo político al presidente facilitó la constitución de una coalición de contrarios
De nada servirán las amargas críticas formuladas ayer por Emmanuel Macron: que si el «cinismo de las derechas», que «juegan a lo peor», o que «no hay mayoría de sustitución» a la suya. Pueden ser ciertas. Lo innegable es la derrota parlamentaria y política, probablemente la más dañina desde que gobierna Francia, a cuenta de la aprobación de la moción de rechazo sobre la ley de inmigración, segundo pilar de su agenda legislativa tras la reforma del sistema de pensiones, aprobada a duras penas la pasada primavera.
La moción de rechazo es un mecanismo parlamentario que permite tumbar un proyecto de ley antes de que se debata. Su uso es poco frecuente y sus posibilidades de éxito suelen ser mínimas: en Francia impera, desde 1958, «el parlamentarismo racionalizado», que permite al Gobierno, y a su mayoría, mantener el manejo de los tiempos parlamentarios en ambas cámaras. Pero sin privar a la oposición de sus derechos: la moción de rechazo, junto a la de censura y al ya famoso –incluso fuera de Francia– es uno de ellos.
La moción de rechazo aprobada anteayer empezó a configurarse el 7 de diciembre, día en que fue depositada por el Europa Ecología-Los Verdes que, al igual que el resto de los componentes de la coalición electoral Nupes, dispone de grupo parlamentario propio. Inmediatamente se le sumaron sus aliados políticos. Después vino el apoyo de Los Republicanos. Primera sorpresa: la formación de centro derecha había endurecido en el Senado –donde dispone de una cómoda mayoría absoluta– el texto que el Gobierno había presentado.
El hecho de empezar la tramitación por la cámara alta –lo que implicaba aceptar los retoques de Los Republicanos– era la estratagema de Gérald Darmanin, principal promotor del texto en su calidad de ministro del Interior, para ganarse los favores del centro derecha una vez empezasen los debates en la Asamblea Nacional: aceptó algunas de las modificaciones aportadas por el Senado. Mientras tanto, negociaba algunas suavizaciones con el minoritario, pero correoso, grupo Liot, que tan beligerante se había mostrado durante la reforma de las pensiones.
Darmanin, consciente de que no había nada que esperar por el flanco izquierdo: las diferentes componentes de la Nupes, por una vez unidas, exhibieron su hostilidad al texto desde que se conoció su contenido. De esta manera pensaba, por lo menos, comenzar los debates en la Asamblea Nacional –cuya asperidad daba por descontada– con un mínimo colchón de seguridad. Sus cálculos no eran descabellados: incluso con el apoyo de Los Republicanos a la moción de rechazo, las cuentas le salían al Gobierno. Por un puñado de votos, pero le salían.
También porque Marine Le Pen y sus casi nueve decenas de diputados –88, para ser exactos– no habían mostrado demasiada inclinación a mezclar sus votos con el resto de los partidos y configurar, así, una coalición de contrarios. Durante el fin de semana, la presidenta de la Agrupación Nacional multiplicó, con habilidad política, las declaraciones ambiguas en los medios. El lunes, poco antes del inicio de la votación, anunció el apoyo de su grupo a la moción de rechazo. La suerte del texto estaba echada. Y la debilidad parlamentaria de Macron y su Gobierno acentuada.