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Juan Carlos Girauta

Una salida humanitaria

Las acciones militares hoy en marcha tienen un coste en vidas de la población civil que son consecuencia directa de las perversas características de la organización terrorista agresora

Civiles palestinos esperan su turno para acceder a ayuda humanitaria en GazaAFP

Ante la guerra Israel-Hamás, la comunidad internacional parece atrapada en una percepción cerrada de la realidad. Esquemas mentales estancos aquejan a aquellos de los que, en principio, cabe esperar buena fe: EE.UU., Europa, y también algunos países árabes que empezaban a explorar con éxito las ventajas del entendimiento entre Estados con grandes acumulaciones de capital –fruto del monocultivo petrolífero– y el pequeño Estado de los innovadores por antonomasia. Capital más tecnología puntera, en un entorno de paz y estabilidad, es igual a la promesa de un futuro mejor para todos. Algo que Irán, el gran agente de desestabilización, no está dispuesto a tolerar. Por supuesto, la cerrazón, la incapacidad de pensar fuera de las premisas habituales, está siendo aprovechada por los enemigos de Israel. De este modo, la buena fe deja de producir efectos virtuosos y pasa a retroalimentar la retórica antiisraelí. Veamos por qué sucede esto, y comprobemos que existen soluciones viables, aunque unos no las vean y otros no las quieran ver.

Casi sin excepción, los análisis de los medios occidentales parten de premisas que aparecen como invariables, sin que necesariamente lo sean. Como respuesta al pogromo del 7-O, Israel viene realizando incursiones en la franja a fin de acabar con Hamás.

La incapacidad de pensar fuera de las premisas habituales, está siendo aprovechada por los enemigos de Israel

Son incursiones y no una ocupación porque no existe ninguna voluntad de ocupar Gaza: como es sabido, para adaptarse al criterio palestino de una nación étnicamente homogénea (criterio que Israel no sigue para sí, pues más del 21 % de la población israelí es árabe), todos los judíos se retiraron de la franja hace dieciocho años, siendo muchos de ellos expulsados a la fuerza por el propio Ejército israelí.

Las acciones militares hoy en marcha tienen un coste en vidas de la población civil que son consecuencia directa de las perversas características de la organización terrorista agresora: su extenso sistema de túneles, sus arsenales, sus centros operativos están deliberadamente entreverados o superpuestos con zonas residenciales, hospitales y escuelas. Los esfuerzos de Israel por minimizar los daños sobre la población civil –que son indiscutibles y carecen de parangón en ningún otro ejército del mundo– no pueden, en tales circunstancias, evitar costes humanos. Si soldados israelíes mueren todos los días en las incontables trampas de los terroristas es, precisamente, porque Israel protege más a la población palestina que Hamás, algunos de cuyos miembros han reconocido que se valen de niños palestinos para transportar explosivos, ante el sonoro silencio de organizaciones como UNICEF, Cruz Roja o Save The Children.

Si soldados israelíes mueren todos los días en las incontables trampas de los terroristas es, precisamente, porque Israel protege más a la población palestina que Hamás

El Ejército israelí advierte por diversas vías de los ataques antes de que se produzcan. ¿Qué otro ejército hace tal cosa? Por cierto, UNRWA carece de cualquier legitimidad en sus denuncias una vez se ha constatado que había túneles de Hamás bajo todas las escuelas que la agencia de la ONU gestionaba en Gaza. Todas sin excepción. Si Israel no tratara de proteger a la población civil palestina más que Hamás y sus hipócritas colaboradores (profesionales de la industria de la solidaridad), la guerra habría acabado el 8 de octubre y las bajas civiles palestinas se contarían por cientos de miles.

La comunidad internacional insiste en la necesidad de un alto el fuego. Cuando se ha declarado una tregua ha sido para liberar rehenes. Por el testimonio de algunas de las mujeres liberadas sabemos que han sido (y las que quedan siguen siendo) reiteradamente violadas. También fueron violadas (hasta romperles la pelvis antes de asesinarlas) víctimas femeninas del pogromo. Las evidencias son claras, lo que hace particularmente repugnante que algunas mujeres occidentales, activistas de izquierdas, hayan negado las atrocidades, hayan dudado de ellas o, increíblemente, las hayan contextualizado para rebajar su importancia. Es el caso de Nuria Alabao en La violación como propaganda de guerra en Israel, ctxt, 4 de diciembre de 2023.

Hay que subrayar que la organización terrorista acaba de rechazar la oferta de una tregua humanitaria de una semana a cambio de liberar a 49 de los rehenes secuestrados. En cualquier caso, las propias restricciones (deliberadas) del terreno hacen que la exigencia –hipócrita o desinformada– de alto el fuego no vaya a cesar nunca, de modo que, en boca de la mayoría de actores internacionales (Pedro Sánchez es un claro ejemplo), «alto el fuego» equivale en realidad a la exigencia de que Israel renuncie a su principal objetivo: acabar de una vez por todas con la amenaza de un enemigo despiadado, uno que sí busca ocasionar el mayor daño posible a la población israelí (sin importarle la propia, utilizada por sistema como escudos humanos).

Las propias restricciones del terreno hacen que la exigencia de alto el fuego no vaya a cesar nunca

Ese enemigo –que enseñó su verdadero rostro el 7-O hasta el punto de grabar sus atrocidades y enorgullecerse de ellas– ostenta tanto la representación institucional de Gaza como la responsabilidad de unos actos «bélicos» que violan todos los principios del derecho de guerra. La razón es que su naturaleza no es bélica sino terrorista, por mucho que la prensa mainstream insista en llamar resistentes o movimiento armado a los agresores. Porque en este conflicto hay agresores y hay agredidos, y los segundos ejercen su derecho de defensa en una tesitura de amenaza existencial cierta.

Esta evidencia choca con la actitud de autoridades políticas (entre ellas ministros españoles) y de organizaciones supuestamente humanitarias que asistieron al pogromo del 7-O sin inmutarse, se abstuvieron de cualquier condena pese a la publicidad de los actos más brutales, y procedieron directamente a acusar al agredido, preventivamente, de falta de proporcionalidad (?) ¡Y de genocidio!

Toda vez que las exigencias de alto el fuego tienen la inercia de trocar la medida en definitiva, no pueden ser atendidas de momento por Israel sin dejar a Hamás la posibilidad de recuperarse. Eso implicaría, como dijimos, renunciar a objetivos irrenunciables de Israel después del 7-O. Al insistir en lo imposible, la comunidad internacional sirve sus apremiantes argumentos en bandeja a aquellos países, instituciones y ONGs que desde el día del pogromo se colocaron del lado de los agresores. Ahí están, para su eterna vergüenza, las palabras de justificación del secretario general de la ONU ante la mayor masacre de judíos desde el Holocausto: «esto no nace de la nada». En cuanto a su argumento preferido, es simplemente falso que Hamás quiera un Estado palestino: Hamás, como Irán, quiere destruir Israel y cometer un genocidio sobre sus nueve millones de habitantes. Está en su Carta Fundacional, está en las declaraciones de sus líderes desde Catar y está en la naturaleza brutal de sus actos del 7-O.

La comunidad internacional sirve sus apremiantes argumentos en bandeja a aquellos países, instituciones y ONGs que desde el día del pogromo se colocaron del lado de los agresores

El aparente círculo vicioso al que ha abocado la actual situación no es tan difícil de romper como parece. ¿Realmente todas las presiones internacionales deben recaer sobre el agredido? ¿Es eso siquiera comprensible? ¿Es aceptable? Si el verdadero objetivo es evitar víctimas civiles, ¿por qué no se presiona a Egipto, vecino no combatiente, para que permita el desplazamiento provisional de la población gazatí, sus hermanos árabes, a una zona por otra parte deshabitada donde los palestinos de la franja dejarían de estar en peligro? ¿Por qué nadie ha presentado formalmente una propuesta de este tipo? El desplazamiento de poblaciones para su protección ha sido corriente en Siria.

Una fila de camiones espera en el paso de Rafah para entrar en GazaEFE

Y no solo cabe aplicar una diplomacia de presión sobre Egipto, aunque esta sea la vía inmediata más fácil. Catar, que posee riquezas inconmensurables, emplea a más de dos millones de trabajadores extranjeros (más que toda la población de Gaza) y tiene la responsabilidad de ser el patrono de Hamás. ¿Qué decir de Jordania? Su reina Louis Vuitton lloriquea por sus «compatriotas» palestinos pero en su país no se acepta ni a un solo desplazado.

De nuevo, hay que deshacerse del esquema de pensamiento cerrado: la comunidad internacional y los analistas dan por supuesto que Egipto no va a aceptar, y no digamos Catar o Jordania. Lo dan por sentado hasta tal punto que ni siquiera lo plantean, cuando en realidad se trata de las mejores opciones. Desde luego, por volver a la más inmediata, Egipto no se moverá si no se le plantea el tema con la suficiente fuerza, con solemnidad multilateral y con incentivos bilaterales, especialmente estadounidenses, aunque no solo. En cuanto al resto de países árabes, algunos inmensamente ricos, ningún palestino pasaría necesidad si realmente lo quisieran. También ellos podrían apoyar la absorción temporal en Egipto, o acogerlos directamente, quizá por cuotas.

Egipto no se moverá si no se le plantea el tema con la suficiente fuerza, con solemnidad multilateral y con incentivos bilaterales

De entre todos los países del Golfo, el caso de Catar merece más atención que ningún otro: ha financiado el terrorismo de Hamás y la construcción de túneles, y alberga a sus líderes, multimillonarios gracias a la apropiación personal de las «ayudas solidarias». La comunidad internacional debería en justicia exigir que Catar detenga a los jefes de Hamás en su territorio antes de que escapen, y entregarlos para que sean juzgados por unos crímenes de lesa humanidad que, tras el pogromo del 7-O ya no son un secreto para nadie.

Las cosas serían muy distintas si lo que se declara coincidiera con la verdad: hay que alejar a la población civil gazatí de los peligros de una guerra que se está librando en un escenario endiabladamente enmarañado. Sin olvidar nunca, insistamos, que Israel no es el agresor sino el agredido que se defiende. Porque si eso se olvida, si se niega a Israel el derecho a defenderse, entonces estamos ante enemigos, declarados o no (por mucho que se llenen la boca de expresiones humanitarias), y no de amigos ni de agentes de buena fe. A estas alturas, nadie va a convencer a Israel, ni a la parte de la opinión pública occidental informada y limpia de antisemitismo, de que Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras, la Cruz Roja o UNRWA son agentes de buena fe. La primera ha sembrado la mentira del appartheid (que sí se da contra los palestinos en Libia o Siria); los segundos han mentido sobre la existencia de túneles bajo los hospitales y sus comunicados parecen redactados por Hamás; la tercera se ha desentendido de la suerte de los rehenes israelíes; la cuarta tiene, entre sus 30.000 empleados, colaboradores activos de Hamás, amén de permitir la promoción del odio antijudío en sus escuelas y consentir, como poco, los túneles en silencio.

Por supuesto, si este es el cariz de las intenciones, si estamos ante la habitual utilización de los civiles gazatíes como escudos humanos y como herramienta de un victimismo vicario ante cuya supuesta fuerza moral los israelíes deberían permitir ataques de exterminio, ignorando inermes la amenaza existencial que representan Hamás y sus promotores, entonces se explica perfectamente que nadie proponga seriamente la solución del desplazamiento provisional de civiles a Egipto.

Pero si media buena fe, esa no solo es una posibilidad llena de ventajas: de hecho, es la única posibilidad que coincide con los deseos declarados de los Estados Unidos o de la Unión Europea, sin ir más lejos. Se presume inabordable el desplazamiento humanitario por una insalvable negativa egipcia a lo que ni siquiera se ha explorado. Pero la verdadera premisa invariable es otra, una en la que la comunidad internacional no repara lo suficiente: Israel no se va a retirar de Gaza sin más. Israel no va a dejar vivo y coleando al movimiento terrorista que perpetró el pogromo del 7 de octubre. De hecho, desde ese día, las discrepancias internas –que eran severas, baste recordar las movilizaciones a cuenta de la reforma judicial– se han diluido en Israel. Aquellos que todavía creían en una salida pacífica del laberinto han dejado de soñar con ella. Israel, Estado democrático y de opinión pública, sabe ya que la pervivencia de Hamás es más que una amenaza: es la certeza de la futura desaparición del hogar nacional de los judíos, y de los judíos mismos. Del río al mar.

Mejor que lo entiendan cuanto antes las cancillerías, Biden y las instituciones internacionales: lo único que se puede dar por absolutamente cierto es que Israel hará lo que debe por muchas presiones que reciba, pues lo prioritario e irrenunciable es sobrevivir como pueblo y como nación. Si la mitad de esas presiones se aplicaran sobre Egipto, si se incentivara su papel facilitador de una gran operación humanitaria que en nada afectaría a los ciudadanos egipcios dada la geografía de la zona, si se explicara al mundo que la forma más rápida y pacífica de asegurar su existencia a Israel es desplazar provisionalmente a la población de Gaza para que regrese a la franja una vez se haya acabado con el entramado de túneles y eliminado el armamento (activos de guerra sucia que existen únicamente para asesinar población civil israelí y, eventualmente, borrar a Israel del mapa); si todo eso se expusiera y se actuara con decisión, el problema terminaría pronto.

El acuerdo podría incluir el regreso a una Gaza con nuevos hospitales y escuelas. Y con garantías de abastecimientos que ya no filtraría Hamás, que ya no podrían ser hurtados a su propio pueblo. Tampoco los enormes recursos que el mundo envía con intención de ayudar y que, sistemáticamente, van a parar a los bolsillos de los líderes terroristas y a sufragar las instalaciones y armas destinadas al único genocidio que se pretende: el de los judíos. Como siempre, por otra parte. Quizá sea ese malvado atavismo el que ha acabado forjando esta cerrada forma de pensar, de la que no se libran ni los declarados amigos de Israel.