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José María Ballester Esquivias

Gabriel Attal, el advenimiento del «bebé Macron»

Sin haber cumplido los 35 años accede al palacio de Matignon, desde donde deberá detener el desgaste del jefe del Estado

Gabriel Attal, el nuevo primer ministro de FranciaEFE

Se llaman Stéphane Séjourné, Sibeth Ndiaye, Cédric O, Benjamin Griveaux, Stanislas Guérini y… Gabriel Attal. Se les llama los «mormones» o «bebés Macron» y son la pandilla de jóvenes, urbanitas y saturados de diplomas, que llevaron en volandas al actual presidente desde el Ministerio de Economía hasta el Elíseo. Fueron el embrión de lo que hoy es el partido presidencial Renaissance o Renacimiento junto con los veteranos senadores Gérard Collomb –fallecido hace dos meses– y François Patriat.

De este núcleo fundador del macronismo, solo quedan el pie Guérini, un ministro irrelevante, Séjourné –eurodiputado y confidente político del jefe del Estado– y Attal. Los dos últimos forman, además, una pareja unida por un «pacto civil de solidaridad», figura jurídica que precedió al matrimonio homosexual.

Una pareja en la que los papeles están perfectamente distribuidos: a Séjourné la reflexión estratégica, a Attal el brillo público como «maestro» de la comunicación que es. Principalmente, la suya propia. Sin ir más lejos, la opinión pública pudo admirar su destreza al tomar la delantera para anunciar él mismo su homosexualidad, mientras la habladuría se extendía por los mentideros parisinos.

El artífice del rumor fue, probablemente, el abogado hispanofrancés Juan Branco, compañero de Attal en la Escuela Alsaciana –uno de los criaderos del pijerío progre de la capital–, hoy activista de la izquierda radical: la persistente enemistad entre ambos afloró a raíz de una queja de Attal a las autoridades del colegio acerca del contenido de un blog ideado por Branco. Desde entonces, ambos cultivan con gusto sus provechosas e irreconciliables –personales y políticas– diferencias. A Branco, para proyectarse como el enemigo acérrimo del macronismo, a Attal, para dárselas de figura centrada.

Lo es: si bien sus inicios transcurrieron en un gabinete ministerial socialista en, este retoño de la burguesía liberal judía siempre ha asumido a pies juntillas las esencias del relato macroniano de bandazos a la derecha –en economía y en materia de orden público– y a la izquierda en lo tocante, por ejemplo, a la ingeniería social, que el 5 de marzo presentará, ya como primer ministro, un proyecto de revisión de la Carta Magna para hacer del aborto un derecho constitucional. Nada menos.

Esa lealtad inquebrantable al jefe de filas ha sido una de las bazas que han facilitado los ascensos meteóricos de un Attal que no entró en el Gobierno inmediatamente después de la primera elección de Emmanuel Macron: durante año y medio se curtió en labores parlamentarias antes de ser nombrado secretario de Estado de Juventud en 2018, portavoz del Gobierno –de nuevo la comunicación– dos años más tarde, ministro (ya de pleno derecho) de Presupuestos en 2022 y, por fin, de Educación Nacional el pasado mes de julio, para arreglar los desaguisados de su antecesor, el intelectual wokista Pap Ndiaye.

Nunca más de dos años en un ministerio. Aunque no se sabe si por su deseo irrefrenable de alcanzar rápidamente las alturas –de ahí su imagen de jeune homme pressé, joven apresurado– o si es para amoldarse, una vez más, al ritmo trepidante impuesto por un Macron que igual no le hace un favor haciéndole ahora jefe de Gobierno: es también una forma de neutralizarle de cara a la elección presidencial de 2027, pues Attal estará, sí o sí, quemado por su etapa en Matignon. El 16 de marzo, cumplirá 35 años, es el más joven primer ministro de la Francia moderna y contemporánea, pero es la misma edad que tenía Luis XVI cuando estalló la Revolución. Y Francia está hecha un polvorín.