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Antonio Alonso Marcos
Antonio Alonso Marcos

El Partido de la Liberación Islámica en Reino Unido: ilegalizado y… ¿liquidado?

Hizb ut Tahrir cumple un papel fundamental como correa de transmisión, difusora de mensajes de odio que llevan a cometer actos de violencia

Actualizada 04:30

Miembros de Hizb ut Tahrir introdujeron consignas antisemitas en las manifestaciones en Londres a favor de Hamás

Miembros de Hizb ut Tahrir introdujeron consignas antisemitas en las manifestaciones en Londres a favor de HamásAFP

El pasado jueves James Cleverly, el Ministro del Interior del Reino Unido, anunciaba por sorpresa que Hizb ut Tahrir al Islami (el Partido de la Liberación Islámica o HT) sería ilegalizado en ese país por haber aireado «consignas antisemitas y homófobas» en las manifestaciones que han realizado en las últimas semanas en distintas ciudades británicas en apoyo a Hamás y en contra no sólo de los ataques ordenados por Netanyahu sino de la propia existencia del Estado de Israel, llamando incluso a la naciones musulmanas a atacar conjuntamente a dicho Estado.

La gota que colmó el vaso

Hizb ut Tahrir ya estaba en el punto de mira de las autoridades británicas y ya habían intentado ilegalizarlo en dos ocasiones anteriores, siendo la primera tras los atentados de Londres de 7 y 21 de julio de 2005.

Entonces el Gobierno de Tony Blair lo intentó, pero un discurso encendido en la Cámara de los Lores a favor de la libertad de pensamiento y de expresión, pronunciado por la Baronesa Kennedy of The Shaws, lo frenó.

Según ella, no se podía designar a Hizb ut Tahrir al Islami como grupo terrorista por el mero hecho de que defendiera ciertas opiniones; si no había organización y ejecución de actos violentos, o incluso si no se animaba a cometerlos, no se podía ilegalizar dicha asociación.

Para empezar, desde su fundación en 1953 por el jordano de origen palestino Taquiuddin al-Nabhani (Muhammad Taqi al-Din bin Ibrahim bin Mustafa bin Isma'il bin Yusuf al-Nabhani), se llaman a sí mismos «partido», pero en realidad se trataría de un movimiento social, no un grupo que concurre a las elecciones ni nada por el estilo.

Su objetivo es movilizar a la gente, principalmente a los líderes, para tomar el poder y convertir los actuales Estados en naciones islámicas para, posteriormente, unirse formando un único califato bajo la guía de un único califa; y, de ahí, a conquistar el resto del mundo. Obviamente, eso sin violencia no se puede hacer.

No son un grupo político, pero tampoco son un grupo religioso, por más que usen aleyas del Corán para sostener y justificar sus ideas.

No han creado una nueva escuela de pensamiento ni una rama del islam sunnita. Su ideología es fruto de la época de la descolonización del siglo XX y del influjo de los movimientos panislamistas y panarabistas de esa misma época, muy al estilo de los Hermanos Musulmanes en Egipto, con cuyos líderes Al-Nabhani tuvo relación.

Por eso, sus mensajes están llenos de odio contra Occidente, contra Israel y contra los líderes de los países musulmanes (por haberse echado en brazos de potencias infieles).

Ahí HT cumple un papel fundamental como correa de transmisión, difusora de mensajes de odio que llevan a cometer actos de violencia.

El proceso de radicalización por el cual un ciudadano cualquiera se convierte en un peligroso yihadista capaz de matar es un asunto muy estudiado y muchos autores han ofrecido distintos modelos, cada uno fijándose en algún aspecto distinto: el modelo de Wiktorowicz (2009), el de escalera de Moghaddam, el modelo de cuatro pasos de la Policía de Nueva York (2007), el de cuatro pasos de Sageman o el de cuatro pasos de Borum (2003).

La Pirámide de Alonso

En mi tesis doctoral estudié el papel de Hizb ut Tahrir en Asia Central y ofrecí un modelo similar –la pirámide Alonso–, que puede aplicarse a otros grupos, no solo de raíz yihadista.

Cada escalón que se asciende en esta pirámide implica un mayor nivel de violencia, como se verá a continuación.

La base de esta pirámide de población es muy ancha, pues la inmensa mayoría de musulmanes no son violentos, sino que conviven pacíficamente con sus vecinos.

Sin embargo, algunos de ellos entran en este proceso de radicalización, donde cualquier nivel implica haber pasado por el anterior, que les llevará –sólo a unos pocos– a convertirse en terroristas.

Algunos de esos ciudadanos normales empezarán a tomarse más en serio su fe, lo que no es ningún problema desde el punto de vista de la seguridad: si alguien quiere rezar cinco veces al día, ayunar en Ramadán, etcétera, no supone ningún riesgo.

Este primer escalón es el del radicalismo, que simplemente implica «ir a la raíz», «volver a los orígenes», cumplir con los preceptos de tu religión, sin más carga peyorativa.

En el segundo nivel se encontraría el fundamentalismo, donde, siguiendo el modelo de los «fundamentalistas cristianos» americanos de finales del siglo XIX, mezclaron religión y política, quisieron llevar al Congreso de Estados Unidos sus ideas religiosas para hacerlas leyes civiles, transformando su fe religiosa en una mera ideología política, de contienda partidista (abandonando, por tanto, su faceta trascendental, de relación con la divinidad).

Este segundo nivel tampoco implica, per se, un problema de seguridad, pues no implica el uso de la violencia. Al fin y al cabo, en un Parlamento democrático se puede defender, prácticamente, cualquier idea. Basta con confrontarlo ideológicamente y ofrecer argumentos racionales más contundentes y convincentes.

En el tercer y último nivel, el del yihadismo, se encontrarían las personas que habiendo pasado por los dos niveles anteriores se han convencido de que es lícito usar la violencia para imponer al resto de la población sus ideas fundamentalistas.

De estas personas, sólo un pequeño número da el paso a cometer actos terroristas, pero hay que subrayar que si estos pocos, escasos, no se sintieran arropados y respaldados por los anteriores, abandonarían la lucha violenta.

Sin seguidores, no hay «causa» política, sólo delito común. Obviamente, habrá algunos que comentan delitos por otros motivos, pero ya no estarían amparados por esta cobertura ideológica, quedarían «desarmados».

Ilegalizados en más países

Tal como recuerda Counter Extremism Project, un think-tank radicado en Nueva York que estudia el fenómeno del terrorismo, por sus filas pasaron algunos de los terroristas implicados en los atentados de julio de 2005 en Londres, pero también Omar Bakri Muhammad –fundador del grupo terrorista al-Muhajiroun–, Mohammed Emwazi –sanguinario verdugo británico del ISIS, también conocido como «Yihadista John» –, y Abu Musab al-Zarqawi –el fundador de Al-Qaeda en Irak (AQI) –.

El pasado 15 de enero, James Cleverly presentó ante la Cámara de los Comunes el proyecto de orden «para prohibir la organización política islamista sunita internacional Hizb ut-Tahrir en virtud de la Ley contra el terrorismo de 2000».

La proscripción del Reino Unido tipifica como delito pertenecer o promover al grupo, con una condena que puede conllevar hasta 14 años de prisión. Lo raro es que no haya sido ilegalizado antes, es más, que tuviera en Londres su sede central global.

HT ha sido ilegalizado en casi todos los países musulmanes, en Asia Central, en Alemania (2003), y también en China y Rusia.

Precisamente, por ser ilegal en Rusia, pero no en Ucrania, cuando algún miembro de Hizb ut Tahrir ha sido detenido en Crimea, la UE ha levantado su voz para que liberen al acusado; paradojas de la vida, en Alemania es ilegal, pero la UE defiende a los miembros de HT en Crimea.

También encuentra la protección de las autoridades en Australia, Canadá, Estados Unidos (donde organiza un Congreso Anual públicamente).

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo ya se ha pronunciado en algunas ocasiones sobre este tema y ha respaldado la ilegalización en Alemania (caso nº 31098/08, Hizb ut Tahrir y otros vs. Alemania, inadmitido en diciembre de 2012).

En España no es ilegal, pero bien podría serlo en un futuro no muy lejano, pues la Sentencia de la Audiencia Nacional SAN 2373/2022, de junio de 2022, condenó a Jesús Luis, Casimiro y Domingo, quienes «formaban parte de una célula perteneciente al grupo islamista radical Hizb Ut Tahrir al Islami, localizada en la ciudad de Badalona (Barcelona), procuraban la captación y adoctrinamiento de personas en esa y otras localidades cercanas con el fin de que posteriormente, y una vez finalizado el proceso de radicalización en el ideario yihadista» fueran enviados a luchar a Siria.

¿Qué pasará ahora con los miles de personas que se reúnen semanalmente para estudiar los textos de al-Nabhani? ¿Podrán organizar más manifestaciones multitudinarias? Veremos cuál será su reacción, si será violenta o no.

A nadie se le escapa que tratarán de burlar la prohibición y emergerán en forma de organizaciones paralelas, pantalla, o escudo, como se las quiera denominar.

  • Antonio Alonso Marcos es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU.
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