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Edgardo Pinell

Bukele, cuando la voluntad popular acaba con la separación de poderes

Los salvadoreños decidieron democráticamente la reelección inconstitucional de Nayib Bukele y darle plenos poderes sin ninguna oposición. ¿Hasta cuándo durará esta luna de miel?

El presidente salvadoreño Nayib BukeleAFP

El gran dilema de la democracia liberal se ha puesto en evidencia en El Salvador, el pulgarcito de América, como se conoce por su pequeño tamaño en Centroamérica y el continente. A pesar de las acusaciones de ventajismo electoral, la votación abrumadora a favor de Nayib Bukele lo convierte indiscutiblemente en el presidente legítimo y todopoderoso de El Salvador.

Aunque dudosamente legal, por la prohibición de la reelección inmediata establecida en la Constitución Política, esta ruptura constitucional ha sido apoyada por la mayoría del pueblo salvadoreño que decidió tumbarla como parte de un enamoramiento propio de una relación sentimental.

Una relación simple y a la vez compleja, pero bien conocida y dominada por Bukele gracias a su buen olfato como mercadólogo, habilidad que le ha permitido establecer un contrato político y electoral en la que el pueblo ha entregado todos los poderes del Estado al presidente (y su mujer) a cambio de la seguridad y la libertad garantizadas por medidas efectivitas al frente del Gobierno, que sus antecesores no lograron cumplir por incapacidad o por corrupción.

Hace poco más de tres décadas, tras la guerra civil de El Salvador, se instauró un bipartidismo que se alternó democráticamente el poder, pero que fue ineficiente a la hora de resolver los problemas más urgentes del país. La exguerrilla izquierdista reconvertida en el FMLN y su contra parte de derecha convertida en ARENA se creyeron invencibles e insustituibles en un juego de democracia liberal en la que se bloqueaban mutuamente para entorpecer sus respectivos gobiernos para así alcanzarlo en la próxima elección.

Ese infantil juego, que hundió al país en uno de los más inseguros del continente y con prácticamente gobiernos paralelos instaurados por las pandillas en algunos territorios, provocó un hartazgo en el modelo de democracia liberal devaluada en una partidocracia excluyente, arrogante e ineficiente que dio lugar a Nueva Ideas que en realidad representa las ideas de una sola persona, las de Bukele.

El partido Nuevas Ideas nace con Bukele y probablemente morirá con Bukele. Es un producto sofisticado del marketing moderno que, respaldado con soluciones reales en la vida cotidiana de los salvadoreños, le ha dado no solo la presidencia sino la mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa con capacidad de elegir personas fieles al presidente en todos los poderes del Estado incluyendo los jueces, fiscales y magistrados en el tribunal electoral.

¿Es democrático acabar veladamente con el sistema republicano de separación de poderes para «reemplazamos con algo nuevo»? De acuerdo con el vicepresidente de El Salvador, Félix Ulloa, otrora maestro del modelo de democracia liberal en cursos de liderazgo financiados por la cooperación estadounidense, sí lo es.

Ulloa va más allá y ya ha dicho en una entrevista que el pueblo quiere que Bukele sea presidente «de por vida» algo desde luego es más parecido a una monarquía que a una república como lo establece la Constitución de El Salvador.

Sin duda, Bukele es el presidente que la mayoría de los salvadoreños quieren; sin embargo, como advirtió Lord Acton en 1887, con demasiados ejemplos que lo validan, «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente».

En cinco, diez o 15 años, en unas futuras elecciones, si logran aflorar nuevos y fuertes liderazgos opositores y una parte significativa quiere terminar la luna de miel actualmente en curso, será la hora de la verdad para El Salvador. Mientras tanto a disfrutar de las mieles.