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Hermann Tertsch

Pánico y mentira

Bruselas busca con angustia armas electorales contra la ola de fuerzas conservadoras y nacionales. Con mucha trampa

Populares, socialistas y liberales podrían perder su mayoría en las próximas elecciones europeasAFP

Están en pánico. Lo está la actual mayoría en el Parlamento Europeo, ese bipartidismo socialdemócrata de populares y socialistas que, con los Verdes y algún invitado izquierdista más, ha tenido la hegemonía total nunca cuestionada en la historia de la institución.

Lo están en la Comisión Europea y lo están en los gobiernos de los países que siempre han controlado la política de la UE y que se tambalean entre fracasos como son los casos de Alemania y Francia.

En Alemania, los tres partidos del gobierno de Berlín (SPD, Verdes y FDP) apenas suman hoy en los sondeos el 20 %. Y en los tres estados en los que hay elecciones en septiembre podrían desaparecer los tres de los parlamentos. Mientras parece irrefrenable el avance del AfD que en algunos estados ya es primera fuerza y en los demás segunda tras la CDU.

Y en Francia ya hay sondeos que dan la victoria a Marine Le Pen de Rassemblement Nationale (RN) también en la segunda vuelta. Tanto la AfD como RN están en el grupo Identidad y Democracia, que se sitúa a la derecha del ECR, Conservadores y Reformistas Europeos, grupo en el que está VOX, Fratelli d’Italia y el partido Ley y Justicia de Polonia.

A cuatro meses exactos de las elecciones europeas del 9 de junio estos dos grupos ECR e ID son los únicos que crecen mientras pierden escaños todos los demás, PP Europeo, Socialistas, Renew, Verdes y Comunistas. La caída de algunos es dramática. Y el crecimiento de ECR e ID que se augura es espectacular.

Así las cosas, los partidos tradicionales, toda la socialdemocracia en la que hay que incluir al Partido Popular que, como dice Esteban González Pons, «gobierna Europa en coalición con los socialistas y los verdes», buscan desesperadamente formas de hacer frente a unas fuerzas conservadoras que por primera vez en la historia amenazan su hegemonía.

No se esperaban este tsunami conservador y ahora buscan armas para intentar seguir dictándolo todo en la UE, ellos que los firmantes del Pacto Verde, ese disparate de ingeniería social que solo tuvo los votos españoles en contra de Vox.

Ellos están alineados en la defensa de la Agenda2030, «nuestro evangelio» según expresión rotunda de otro eurodiputado y dirigente del Partido Popular español, el exministro José Manuel Margallo.

Los cordones sanitarios sirven contra minorías, pero no contra partidos de gobierno. Y eso de llamar ultraderecha a todos los que están hartos de la política que han hecho los partidos de la mayoría ya no funciona tampoco.

Ni siquiera contra la AfD han surtido efecto las campañas gubernamentales en Alemania que han recurrido a montajes inauditos de supuestos golpes de estado y fantasiosas conspiraciones de planes de deportación, todos grotescos por inverosímiles.

Hasta han convocado manifestaciones gubernamentales «contra la ultraderecha» jaleadas y celebradas por el coro de los medios alemanes que desfilan con su argumentario con disciplina prusiana.

Quieren probar la censura y la Comisión Europea está montando un siniestro argumentario para intentar vetar o amputar las redes que no apliquen los filtros que ellos quieren.

La han tomado con X, la antigua Twitter, en la que Elon Musk tras comprarla entera, abolió la férrea censura izquierdista que regía.

Thierry Breton, el gran cacique de la industria de la telecomunicación francesa y europea, hoy convertido en comisario de Mercado Interior (ya me dirán algunos cómo se digieren semejantes conflictos de intereses de un hombre que regula para todas las grandes compañías de sus amigos, de sus exsocios y empleados) se ha convertido en un Savonarola de la corrección política socialdemócrata que amenaza a todo discrepante.

Ahora quieren convertir en delitos de odio lo que no les gusta. Criticar la inmigración ilegal e incontrolada podrá ser delito de odio como denunciar la evidente y brutal relación entre inmigración ilegal y delincuencia o condenar la política que fomenta operaciones de cambio de sexo entre niños y adolescentes.

Parejo a la difamación, a los cordones sanitarios, a la censura y delito de odio han puesto en marcha otro recurso, por supuesto también tramposo, que pretenden intensificar de cara a las elecciones.

Es su supuestamente bien intencionada «lucha contra el antisemitismo y la islamofobia». La farsa es completa porque se presentan antisemitismo e islamofobia como si existieran por igual y fueran lo mismo que hay que combatir. Lo que es radicalmente falso.

Cierto es que Europa tiene un gravísimo problema de antisemitismo que, para vergüenza de todos, hace de Europa otra vez un continente en el que acechan graves peligros a los judíos por el hecho de serlo.

Pero el antisemitismo europeo tiene hoy claramente dos orígenes. Un antisemitismo lo importamos a diario con fronteras abiertas a la entrada ilegal e incontrolada de millones de odiadores de los judíos. Por cierto, también consumados odiadores de los cristianos, aunque eso lo manifiesten menos en donde no tengan hegemonía. Las persecuciones a los cristianos no se producen en Europa de momento, aunque son numerosas y monstruosas por su balance de muertos por ejemplo en África.

Pero el antisemitismo importado ha perdido ya toda barrera de pudor en Europa y hemos visto en los pasados meses multitudes de inmigrantes musulmanes por las calles de las grandes ciudades pidiendo el exterminio de judíos y la destrucción de Israel.

Después está el moderno antisemitismo de la izquierda, disfrazado de antisionismo pero tan agresivo y fanático como el otro.

Surge del odio incondicional a Israel, está aliado con todos los enemigos del estado judío y se ha generalizado en los partidos de la izquierda.

En el pasado hubo una izquierda democrática tan partidaria de Israel que hasta lo tuvo por referente, hoy esa ya no existe.

De forma inversa en su desarrollo, el antisemitismo de la derecha católica muy extendido en el pasado en las capas populares es hoy marginal, circunscrita a grupos integristas y oscurantistas.

En la izquierda española ese antisemitismo se ha disparado y hay ejemplos sangrantes como los odiadores profesionales de Israel que son Pedro Sánchez, celebrado por los terroristas de Hamás o su ministra Sira Rego que encabeza manifestaciones proterroristas en Madrid, en favor de la desaparición de Israel.

Y aquí está la trampa que la Comisión Europea y toda la menguante y aterrorizada mayoría socialdemócrata quiere lanzar de cara a las elecciones europeas.

Con la falsaria e intelectualmente despreciable equiparación entre el antisemitismo realmente existente y la supuesta islamofobia, quieren estrangular el que es el debate capital de cara a las elecciones junto a la ingeniería social, el Pacto Verde, la falta de democracia y subsidiaridad en la UE y la deriva injerencista y autoritaria: la inmigración y la identidad de las naciones europeas.

La «islamofobia» como problema es un invento precisamente de esa izquierda antisemita para intimidar a los europeos e impedir así sus reacciones y protestas ante la invasión que está sufriendo.

Si el sambenito de «fascista», «ultraderechista» o «nazi» siempre ha servido muy eficazmente a la izquierda para intimidar y callar verdades, la islamofobia es el grito de guerra para impedir que las sociedades europeas reaccionen y tomen medidas y decisiones en defensa de su identidad.

Quieren obligarles a aceptar lo inaceptable con esta invasión. Y quieren desacreditar esta lucha por la seguridad, la legalidad y la civilización occidental. En Europa no hay agresiones de cristianos a musulmanes. Hay noticias cotidianas de delitos y violencia o intimidación contra europeos por inmigrantes llegados del mundo musulmán.

Es un hecho que millones de inmigrantes no han llegado para integrarse sino a una conquista territorial que en algunas regiones europeas está avanzada. Son muchos los líderes musulmanes que ya la dan por hecha y se hace por vía tanto de la natalidad y las fronteras abiertas.

Y si lo dijo Bumedian hace décadas, hoy lo dice Erdogan sobre «sus ejércitos» en Holanda o Alemania y lo dicen en las mezquitas en Oriente Medio como en Londres, París o Bruselas.

Tengamos todos muy claro ante estas trampas de la socialdemocracia en pánico que el rechazo a actitudes invasoras no es odio a ideología ni religión alguna. Es autodefensa de quienes son invadidos y no son defendidos por sus gobernantes que jalean, financian y abren las puertas al invasor.

La lucha de la autodefensa va por tanto dirigida hoy no contra el inmigrante sino contra los falsos defensores de las naciones que son los gobernantes que traicionan sus intereses y practican una política de destrucción consciente de las identidades nacionales. Y eso es lo que se dirime en las elecciones de junio.