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Putin afianza su poder absoluto en Rusia con unas elecciones a la carta

El eterno presidente ha conseguido casi el 90 % de los votos, en unos comicios sin oposición, y se convierte en el líder más longevo del país

Sin sorpresas, sin sobresaltos. Las elecciones presidenciales de Rusia han transcurrido como se esperaba y el eterno líder Vladimir Putin se perpetúa en el poder hasta, por lo menos, 2030, con un quinto mandato, pero con posibilidades de prorrogarlo hasta 2036. El respaldo para el «Zar» ha sido del 87, 28 % de los votos, mientras que el candidato del Partido Comunista, Nikolái Jaritónov, ha reunido el 4,31 % de los votos, seguido de Vladislav Davankov, Pueblo Nuevo, 3,85 % y, por último, el líder del Partido Liberal Democrático de Rusia, Leonid Slutski, 3,20 %.

La participación ha batido un récord histórico alcanzando el 74 %, según ha confirmado la Comisión Electoral Central de la Federación de Rusia. Un aumento considerable con respecto a las elecciones de 2018, cuando la participación fue del 67 %. «La clave en estos comicios es, sobre todo, la participación», explica a El Debate Nicolás de Pedro, director de investigación y analista senior del Institute for Statecraft de Londres. «El Kremlin quiere y necesita la percepción de un respaldo masivo de la población a su Zar en estos tiempos que presenta como de guerra existencial con Occidente», asegura el experto.

En caso de que complete este mandato, se convertirá en el dirigente ruso en permanecer más tiempo en el poder desde Catalina la Grande, que gobernó durante 34 años, superando ya al dictador soviético Iósif Stalin. Muchos rusos temen que, tras las elecciones, el presidente ordene una nueva movilización militar para reforzar el frente en Ucrania. Rusia cumple así el trámite electoral para legitimar el mandato perpetuo de Putin en unas elecciones a su medida. Medios independientes y organizaciones de derechos humanos han denunciado la falta de garantías democráticas.

El presidente ruso se dirigió a su pueblo, aún sin haberse completado el recuento, pero con la certeza de verse ganador. «Primero de todo, quiero dar las gracias a los ciudadanos rusos. Todos somos un solo equipo. Todos los ciudadanos que acudieron a los colegios electorales y votaron», declaró el mandatario. En el plano militar, aseguró que la prioridad es «alcanzar los objetivos en el marco de la operación militar especial −eufemismo de guerra en Ucrania− y fortalecer las Fuerzas Armadas».

Putin subió al poder, en un golpe de suerte, en la Nochevieja de 1999, cuando el entonces presidente ruso, Boris Yeltsin, anunció su renuncia. Desde entonces se ha aferrado al poder y no ha permitido que brote ni un tallo de oposición o crítica contra su figura. El mandatario ruso solo soltó las riendas del cargo cuando cedió su puesto a Dmitri Medvédev entre 2008 y 2012. Putin pasó a un segundo plano como primer ministro, pero realmente era él quien controlaba todos los hilos.

En 2012, el eterno presidente volvió y ganó las elecciones presidenciales de ese año. La ciudadanía rusa no aceptó de buena gana el regreso de Putin a la primera línea de la política y Rusia experimentó protestas durante y después de la campaña presidencial, enarboladas también por los inicios de la Primavera Árabe. Algunos expertos, que se dejaron llevar por un estado de euforia inicial, llegaron a calificar este fenómeno de «Primavera rusa». Una ilusión que se desinfló rápidamente. El presidente ruso no quería acabar como su gran amigo, el dictador libio Muamar el Gadafi, linchado y asesinado a manos de una turba furiosa.

La violencia y represión contra los manifestantes evitó que el malestar contra una nueva candidatura de Putin se propagara por todo el país. Una táctica a la que ha vuelto a recurrir en estas elecciones presidenciales. Un mes antes de los comicios, el opositor ruso más destacado, Alexéi Navalni, moría en extrañas circunstancias en la remota cárcel del Ártico donde cumplía condena por destapar la corrupción del Kremlin. Desde su encierro, Navalni había anunciado su intención de presentarse a los comicios como candidato. Este desafío a Putin fue su sentencia de muerte. Navalni estuvo tres semanas desaparecido, para reaparecer en un exgulag siberiano, conocido como el «Lobo Polar» por sus duras condiciones.

Ante una pregunta de un medio internacional, durante el discurso de la victoria de Putin, el mandatario, y por primera vez, se dignó a pronunciar el nombre del opositor ruso. Putin sorprendió a los allí presentes con su respuesta y confirmó una información que se reveló una vez fallecido el disidente. Estas noticias apuntaban que el Kremlin habría dado luz verde a un canje de prisioneros, en el que se incluía a Navalni. «Yo dije: estoy de acuerdo. Pero lamentablemente pasó lo que pasó», aseveró el presidente ruso, que calificó su muerte de «triste suceso».

Sin oposición

La muerte del disidente ruso, el 16 de febrero, a un mes de las elecciones en Rusia fue un aviso más para todos aquellos que tuvieran en mente retar a Vladimir Putin. Las autoridades rusas defienden que Navalni murió por causas naturales. Una versión muy distinta es la que sostiene su familia que acusa directamente al presidente ruso de asesinar al disidente con el agente nervioso Novichok, como ya lo había intentado en 2020, pero fracasó. Sin Navalni como candidato, el Kremlin ha permitido a los rusos elegir entre otros tres candidatos títeres, todos bajo la influencia del régimen.

El único rival que podría haber resultado incómodo para el mandatario, el pacifista Boris Nadezhdin, y que consiguió reunir más de 200.000 firmas –un requisito exigido por el Kremlin para presentarse como aspirante presidencial–, fue vetado de la contienda. La justificación fue que el 15 % de estas firmas eran fraudulentas. Nadezhdin se había mostrado muy crítico con el Kremlin y con la guerra en Ucrania. Putin, no siempre fue así, hace 24 años, en el año 2000, llegó a mostrarse favorable a la entrada de Rusia a la OTAN. Fue una vaga ilusión. Poco a poco su discurso contra la Alianza Atlántica y Occidente ha ido subiendo de tono.

La amenaza de Occidente

Putin se presenta como un garante de los valores tradicionales y un baluarte contra la depravación de Occidente. Su obsesión imperialista ha quedado plasmada en múltiples aventuras bélicas. En 2008, Rusia invadió Georgia, en 2014 la península ucraniana de Crimea y lanzó la guerra contra el Donbás, Moldavia teme correr, ahora, la misma suerte. El imperialismo ruso llegó a su máximo exponente con la invasión a gran escala de Ucrania, en febrero de 2022. La brecha que separa a Occidente de Rusia es más grande que nunca e imposible de reconducir.

Varios países europeos ya han alertado sobre la probabilidad más que real de que se produzca un conflicto directo con la Rusia de Putin. La propia ministra de Defensa, Margarita Robles, advirtió, el domingo, de la «amenaza total y absoluta» de una guerra. «Lo más importante empezará hoy», asegura a este periódico Nicolás de Pedro. El experto señala que este lunes «empezaremos a ver su nueva agenda para 2024. Año en el que espera imponerse en Ucrania, redefinir el orden de seguridad europeo y poner las bases para un nuevo equilibrio de poder mundial».

El eterno presidente, que ha moldeado Rusia a su imagen y semejanza, ha sembrado la idea entre la sociedad de que, sin él, el país colapsaría. Orquestó cambios constitucionales, aprobados en 2021, que le permitieron postularse para dos mandatos más, hasta 2036, cuando tendrá 83 años. Para conocer una Rusia sin Putin habrá que esperar otros doce años. Siempre y cuando no se saque de la manga otra artimaña que le permita eliminar toda apariencia de democracia. En palabras del propio portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, la «elección presidencial realmente no es democracia, sino burocracia costosa».