El triunfo del «Putinismo» nos acerca a un gran choque
La Rusia de Putin es un régimen que no ha cejado en su desarrollo militar frente a una Europa bastante gripada en su capacidad de Defensa
El resultado de las elecciones rusas no ha sido sorprendente pero sí nos obligan a tener muy presente la altísima cifra de población y el vastísimo territorio con que cuenta Rusia, su lugar geoestratégico en el mundo y su gran capacidad económica y militar.
La opinión publica occidental ha tratado de minimizar todo esto en los dos último años, por razones obvias, pero Putin ha vencido mayoritariamente, más allá de lo esperado y aunque su autoritarismo es evidente, también es visible el alto índice de aceptación con que cuenta por la población rusa. Era el candidato único y conocemos la escasa calidad democrática de la Federación Rusa. Algunos me dirán, de la descomposición democrática de nuestro país atrapado por un tahúr y secuestrado por una corrupción política que lleva meses violentando los resortes del Estado, para sostener a Sánchez en la Moncloa, en un difícil equilibrio que nos perjudica gravemente a los ciudadanos.
Pero lo cortés no quita la valiente y nuestra decadente situación política no obvia que Putin y su régimen son otra cosa. En Rusia la harina es de otro costal y Putin exhibe un autoritarismo rampante.
Igual que la victoria de Xi Jinping en el pasado otoño, le amplísima victoria de un Putin, les otorga a ambos líderes un suma y sigue de sus plenos poderes para seguir su vuelos bélicos y expansionistas. Todo hace presagiar que nos acercamos, sin remedio, a un gran choque, habida cuenta que Putin o Xi desean pasar a la historia. En el otro lado, tenemos líderes dudosos como Biden, Macron, von der Leyen o, no digamos, Sánchez.
La nueva victoria de Putin no es sorpresa, pero sí un acontecimiento a tener en cuenta en el tablero internacional. En Rusia este régimen, que los medios norteamericanos denominan «Putinismo» y que unos comparan al de un nuevo Stalin combinado con la hegemonía de los grandes zares y que sus admiradores (también los hay en occidente) consideran un restaurador de una peculiar tradición «bizantino – cristiana - soviética», se fortalece.
Ahora tiene más poder, más capacidad de movilizar paulatinamente a la enorme población de su territorio. Es un régimen que no ha cejado en su desarrollo militar frente a una Europa bastante gripada en su capacidad de defensa.
Ahora está muy claro que la guerra de Ucrania ha reforzado la imagen de Putin como defensor de los intereses nacionales de una gran Rusia. La militarización de la sociedad rusa, hasta ahora selectiva, puede dar una paso adelante, lo que no significa que todo el mundo deba apoyar apasionadamente y alistarse en el esfuerzo bélico, pero poco a poco se puede llegar a una alta movilización. Porque Putin ha superado una prueba importante: se ha enfrentado a Occidente, desafiando sus críticas, sus sanciones y su ayuda militar a Ucrania y ha salido indemne.
Por ejemplo, la muerte de Navalni, su último opositor visible, es señal de que el «Putinismo» no se oculta a la vista, ni se enmascara, ni pretende ser democrático ni estar sujeto a influencias externas. Navalni, es ahora un «santo laico» pero más fuera que «dentro» de este nuevo «imperio ruso». Es más, hay muchísimos ciudadanos dentro de Rusia que, aunque comprenden, que Putin es mortal, no alcanzan a concebir un futuro sin él. Las elecciones lo han demostrado ampliamente porque ahora se validan otros seis años bajo el mandato de Putin.
Teniendo en cuenta las vicisitudes de la guerra, los mercados y la política y el cambio multipolar, podemos decir que la profundidad y el alcance del «Putinismo» no es tan sorprendente como lo encuentran muchos analistas y comunicadores en Occidente. Hasta ahora, la guerra ha fortalecido el régimen y si los militares rusos empiezan a lograr, cada vez, más algo parecido a una victoria en Ucrania, el gobierno de Vladimir Putin se hará más fuerte y asertivo dentro y fuera de sus fronteras. Incluso si Putin desapareciese de escena, por salud o enfermedad, los engranajes del Estado y la dirección política permanecería principalmente en los servicios de seguridad y en el ejército.
No se sabe si alguien que no sea Putin será capaz de manejar estos instrumentos en otra dirección, pero con o sin Putin lo previsible es que estos instrumentos se alineen con muchos intereses ya creados y muchos precedentes que apoyan la narrativa de una «Gran Rusia» que se resarce de humillaciones pasadas, tras la disolución de la Unión Soviética. Guste o no Putin está fuerte y es un adversario formidable y temible.
Si revisamos la historia de la Rusia reciente cuando Stalin murió en 1953, tras décadas de tiranía, la batalla por la sucesión fue caótica y sangrienta. Su sucesor, Nikita Jruschov, suplantó a sus rivales e hizo ejecutar al más peligroso de ellos, Lavrentiy Beria. Jruschov fue derrocado más tarde por su propia élite. Le sucedió Leonid Brézhnev, que abrazó el principio del liderazgo colectivo. Lo que sobrevivió al cambio de liderazgo fue el Partido Comunista pilar, por entonces, de la Unión Soviética. También lo hicieron la ideología soviética, el ejército soviético y las numerosas instituciones administrativas que existían dentro del gobierno. La Unión Soviética de los años cincuenta y sesenta no cayó en una guerra civil ni desapareció del mapa. Con la Rusia de hoy tampoco ocurrirá.
Tenemos Putin o, seguro sí, «Putinismo» para un largo periodo.