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José María Ballester Esquivias
José María Ballester Esquivias

La foto de Macron boxeando se le vuelve en su contra

El presidente no logra aparecer como un jefe de guerra y no logra convencer a sus aliados

Actualizada 04:30

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, boxeando días después de proponer el envío de soldados a Ucrania

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, boxeando días después de proponer el envío de soldados a UcraniaEFE

Emmanuel Macron no ha innovado al fotografiarse practicando el boxeo: se sabía, desde hace tiempo, de su afición al deporte cuyas reglas fueron definidas por el noveno marqués de Queensberry.

Por si a alguien se le hubiera olvidado, la primera dama de Francia, Brigitte Macron, recordó el pasado noviembre en París Match que su esposo se ponía los guantes dos veces por semana para arrear al saco durante 45 minutos, que la agenda de un presidente de Francia está muy medida.

Por si aún no fuera suficiente, una simple búsqueda en la web permite descubrir, a través de varias instantáneas, cuál es el deporte favorito de Macron.

Mas lo que llama la atención en la imagen publicada por el Elíseo –fue realizada por Soizig de La Moissonière, fotógrafa oficial de la presidencia de la República– es el momento: ¿por qué ahora?

Desde el entorno de Macron se asegura que el objetivo de esta enésima operación de comunicación es potenciar la imagen de Francia como «nación deportiva» cuando faltan apenas cuatro meses para los Juegos Olímpicos de París, que el jefe del Estado pretende convertir, y se le entiende, en lo mejor que puede ofrecer su país, pese a que los fallos organizativos afloran ya por varias vías.

Un relato que no ha convencido a casi nadie a lo largo y ancho del planeta. Pues la realidad parece que va por otro derrotero: el de la geopolítica.

Desde que el pasado 26 de febrero, Macron declarara por todo lo alto el 26 de febrero que «no cabía excluir el envío de tropas» al frente ucraniano –entiéndase, por parte de los países occidentales–, intenta preparar a unas opiniones públicas más bien reacias –empezando por la suya– a semejante hipótesis.

Para alcanzar ese objetivo, qué mejor que imitar la estrategia del rival, Vladimir Putin, presidente de Rusia.

Putin montando a caballo por las llanuras esteparias; Putin nadando a contracorriente por las aguas de ríos caudalosos; Putin conduciendo su todoterreno; Putin domando a un tigre –luego se supo que el verdadero domador estaba a unos centímetros, su rostro bien oculto por su equipo del Kremlin–; Putin exhibiendo músculo; Putin practicando karate.

Y Macron, el boxeo. «Yo no voy a ser menos para aparecer como jefe de guerra», se ha debido decir Macron a sí mismo. Dispone, eso sí, de la baza de la edad –47 años frente a 72– para competir con el autócrata ruso en el ámbito propagandístico, uno de los predilectos del mandamás ruso. Pero de nada más.

En segundo lugar, porque de darse una intervención en Ucrania –habría que ver si la lideraría Francia–, Macron tendría que contar con el apoyo alemán.

Mas el eje francoalemán está deshecho y el canciller Olaf Scholz se niega a dar a Volodimir Zelenski lo mínimo que este último le pide: los misiles Taurus. ¿Aceptaría, en ese escenario, iniciar una aventura en suelo ucraniano? Es solo una de las numerosas preguntas que colean al respecto.

Con todo, el fracaso de Macron con su foto boxeando tienen que ver con la imagen que ha dado. Una vez más, su apuesta demagógica se le ha vuelto en contra.

No tanto por los inmediatos e inevitables berreos de algunas feministas –«proyección de una virilidad desfasada», se ha podido oír estos días– como por su incapacidad de estar a la altura de unas circunstancias de extrema gravedad.

Los verdaderos jefes de guerra, como Franklin Roosevelt, sir Winston Churchill o Charles de Gaulle, a cuyo recuerdo Macron recurre con frecuencia, jamás se hubieran prestado al juego del boxeo. Ni en tiempos de comunicación política elevada al nivel de referencia máxima, como los de ahora.

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