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La primer ministra de Italia, Giorgia Meloni, conversa con el ministro de Transportes, Matteo SalviniAndreas Solaro / AFP

Italia  Las fricciones entre Meloni y Salvini someten a la coalición a una tensión constante

Desde el entorno de la jefa de Gobierno se quita hierro al asunto, sabedores de que la Liga Norte del ministro sufre un declive imparable

Giorgia Meloni puede respirar tranquila: la Cámara de Diputados ha rechazado, por amplias mayorías en cada caso las mociones de censura a sus ministros de Transportes, Matteo Salvini, y Turismo, Daniela Santanchè. Esta última llegó incluso, fiel a sí misma, a permitirse un deje de chulería al no acudir al hemiciclo en el momento de la votación porque «tenía cosas más importantes que hacer». Sin embargo, quien pone constantemente a prueba los nervios de la presidenta del Consejo de Ministros es el titular de Transportes y jefe de la Liga Norte, uno de los pilares de la coalición de Gobierno.

El último subidón de tensión impulsado por Salvini ha sido a cuenta de la Ley de Ciberseguridad, vetando su tramitación parlamentaria por vía de urgencia, como deseaba Meloni. Pero no ha sido, ni mucho menos, el último punto de fricción entre ambos a lo largo de las últimas semanas.

Por ejemplo, Salvini no hizo acto de presencia en el Senado en la importante sesión plenaria del pasado 20 de marzo, en la que Meloni desgranaba su estrategia de cara al Consejo Europeo. El resto de los ministros de peso hizo acto de presencia. Más grave aún, fue la legitimación pública por parte de Salvini –que no termina de deshacerse de sus tradicionales veleidades prorrusas– de la fraudulenta reelección de Vladimir Putin. «El pueblo nunca se equivoca», estimó oportuno afirmar Salvini al día siguiente de la discutible victoria del autócrata ruso.

Unas declaraciones que generaron consternación más allá de las fronteras de Italia, y que fueron realizadas pocos días antes de la visita oficial de Meloni a Estados Unidos, cuyo objetivo era renovar el compromiso atlantista de Italia, como ya hizo al tomar posesión de la jefatura del Gobierno italiano en octubre de 2022. Desde entonces, Salvini ha empezado a dar marcha atrás, no sin disparar: en una entrevista concedida al diario Libero Quotidiano, el ministro de Transportes señaló que «el problema no es el pueblo ruso, el problema es haber desatado una guerra sin sentido de la que el mundo habría prescindido con gusto. Así que está claro que hasta el día anterior todos tenían una determinada opinión sobre Putin; en el momento en que empiezas una guerra estás en el lado equivocado y punto. No hay nada que cancelar, porque no existe nada».

Desde el entorno de la presidenta del Consejo de Ministros se opta por quitar hierro a la multiplicación reciente de estos rifirrafes, que hunden sus raíces en los malos resultados obtenidos por los partidos de la coalición en los comicios regionales recientemente celebrados en Cerdeña y los Abruzos y se enmarcan en la competición interna (de la coalición) de cara a la campaña de las europeas del 9 de junio.

Salvini teme que, aunque no sea un asunto competencia de la Eurocámara, Meloni vuelva a sacar a colación en los mítines el tema de la elección directa del presidente del Consejo de Ministros, innovación a la que la Liga Norte se opone con firmeza. También sabe que su gestión ministerial está dejando mucho que desear: baste recordar la torpeza que exhibió en relación con la huelga de transportes en noviembre de 2023. En el plano demoscópico, las previsiones para Salvini ante la cita del 9 de junio son más bien pesimistas: claro vencedor de las europeas de 2019 –que le proyectaron como referente de la derecha–, en esta ocasión, salvo milagro, no rebasará el 10 % de los votos.

Un declive que no logra detener y del que se ha aprovechado Meloni: como escribe Paolo Macry en su libro La destra italiana (La derecha italiana): «En las elecciones generales de 2013, Hermanos de Italia [el partido de Meloni] no alcanzó el 2 % de los votos, en 2018 apenas superó el 4 %, en 2022 se convirtió en el primer partido italiano, pasando de 600.000 votos a más de siete millones». Un suelo electoral que no ha abandonado en dos años, pese al inevitable desgaste.