De mayo de 1968 a mayo de 2024: Gaza es el nuevo Vietnam en las universidades de EE.UU.
¿Qué une a un progresista y a Irán y sus brazos armados? Ambos comparten una vena nostálgica hacia lo ideológico y lo totalitario
Desde el ataque de Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023, Oriente Medio se ha visto sacudido por protestas masivas.
Los egipcios se han manifestado en solidaridad con los palestinos con gran riesgo personal, y los iraquíes, marroquíes, tunecinos y yemeníes han salido a la calle en gran número.
Mientras tanto, los jordanos han roto las líneas rojas de larga data marchando hacia la embajada israelí, y Arabia Saudí se ha negado a reanudar las conversaciones de normalización con Israel, en parte debido a la profunda furia de su pueblo por las operaciones de Israel en la franja de Gaza.
Pero en el mundo occidental proliferan y aumentan las manifestaciones propalestinas hasta el punto de que parece un retorno a aquellas movilizaciones de 1968, contra la cultura y el establishment del momento y contra la guerra de Vietnam.
«Gaza» es el nuevo «Vietnam» para los progresistas del momento, nuevos ultraizquierdistas que se movilizan en favor de Hamás, es decir, del Irán chií y sus franquicias radicales de «El Partido de Dios» (Hezbolá); la Yihad Islámica de Combatientes bajo su control, en Siria e Irak y los Hutíes del Yemen que, curiosidades de la vida, tienen por costumbre saludarse con el brazo alzado como los antiguos fascistas.
Supongo que es la «simpatía por el diablo» de siempre de neocomunistas y socialistas zombis quienes vacíos de contenido ideológico real se ceban, como siempre, en el descontento, la insatisfacción y el resentimiento, un caldo de cultivo que sus alquimistas-sociólogos expanden como la gripe anual en los campus universitarios desde más allá del 68.
Manifestaciones antisemitas
Actualmente y desde el 17 de abril distintas Universidades norteamericanas como la Universidad de Nueva York y la de Columbia, en este estado; el Emerson College de Boston; la Universidad de Texas en Austin; la Universidad del Sur de California en Los Ángeles; la George Washington en la capital, entre las más importantes, están sufriendo fuertes movilizaciones de marcado carácter antisemita y violento.
Allí los estudiantes judíos son amenazados y acosados y los semestres académicos están cerca de suspenderse en varios de estos centros.
¿Cómo es posible –se preguntarán– que este progresismo neofeminista radical, pro LGTB y todo lo que siga, «generistas» acérrimos, medio ambientalistas, animalistas (y demás «istas» e «ismos» ideológicos posibles) se manifiesten y adhieran a un régimen que en uno o dos días impondrían una rigurosa ley islámica al modo iraní?
¿Qué une a un progresista y a Irán y sus brazos armados? Sin duda, ambos comparten una vena nostálgica hacia lo ideológico y lo totalitario, pero es una alianza que viene de largo. Lo que acontece no es espontáneo, es algo forjado a fuego lento desde largo tiempo. Desde el momento en que las ideas revolucionarias de la izquierda perdieron su justificación, legitimidad y razón de ser.
Cuando los pensadores posmodernos, herederos del post estructuralismo francés profundamente «gauchista», quisieron, tras la caída del socialismo real, dar una salida honrosa a la izquierda intelectual, encontraron un argumento: No hay grandes relatos, grandes explicaciones, grandes narrativas.
En el fondo era lo mismo que decir: «Si a nosotros nos ha salido mal la jugada, y la praxis marxista ha sido un desastre, no puede haber ningún otro intento de explicación sociopolítica de conjunto que valga».
Menos aún reconocer la victoria al capitalismo liberal y burgués. Porque si no la izquierda estaba muerta y solo cabía enterrar su cadáver. Por eso la negación de un «gran relato» se dirigía solo y exclusivamente a el Occidente heredero del cristianismo e hijo de la ilustración.
El Occidente burgués había que relativizarlo. Por eso el palestino Edward W. Said (1935-2003), en obras como Orientalismo (1978) defiende que «a ojos occidentales, Oriente es un mundo de pálida indolencia e intoxicación vaporosa, sin ese vigor y diligencia que consagraban los valores occidentales y por tanto inmune a las causas del éxito material e intelectual».
Según Said «se había retratado Oriente como el ‘otro’, tras un cristal opaco y poco revelador donde el colonialista intruso occidental no descubre nada más que su propio rostro».
Desde ámbitos académicos, como Yale o Harvard, expresó todo el desprecio y el veneno del que era capaz sobre las imágenes que Occidente creó sobre Oriente, sin examinar ninguna de las imágenes orientales sobre Occidente.
La lectura de Said, en las universidades lleva a los estudiantes, primero a despreciar y olvidar la perspectiva occidental que condujo a los orientalistas anteriores y exige un juicio sobre las otras culturas en unos términos que exigen un juicio negativo sobre nuestra propia cultura occidental. Percibes occidente como una cultura etnocéntrica y racista.
Fórmulas como «la emancipación de la otredad» o «el rol liberador de la subalternidad», o «los prejuicios eurocéntricos» son las bases intelectuales del término «islamofobia». Ahora, podemos entender por qué la censura del currículum posmoderno busca el empequeñecimiento de la cultura y tradición occidental.
Añadamos también la pericia de la propaganda palestina ha sabido siempre presentarse como la víctima en una lucha desigual contra el poderoso eje judeo-estadounidense, quinta esencia del capitalismo burgués-liberal y enemigo absoluto al que la izquierda quiere derrocar.