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Campamento de refugiados de Ausserd, en el TindufAndrea Polidura

La vida en los campos de refugiados saharauis sigue pese al volantazo español: «La legítima defensa es la autodeterminación»

Dos años después de que el Gobierno de Pedro Sánchez reconociera la soberanía marroquí del Sáhara Occidental, los saharauis siguen defendiendo su derecho a decidir sobre su propio futuro

Los campamentos de refugiados del Tinduf no encajan en la descripción exacta de un asentamiento de personas desplazadas. No se vislumbran mares de tiendas de campaña de diversas organizaciones humanitarias, sino que, en su lugar, se erigen construcciones de adobe, tiendas, bibliotecas, escuelas, hospitales e instituciones gubernamentales. La vida en los campamentos de refugiados continúa, a pesar del volantazo en política exterior del Gobierno de Pedro Sánchez que, hace dos años, reconoció la soberanía marroquí del Sáhara Occidental, rompiendo con décadas de consenso nacional en política exterior.

La decisión supuso un cambio histórico en la postura española con respecto a esta región, siendo España la potencia administradora de lo que en su momento fue su provincia número 53. Dos años después de lo que los saharauis consideran como la «segunda traición» de un Ejecutivo español, –la primera corresponde a la firma de los Acuerdos Tripartitos de Madrid en 1975, cediendo la administración del territorio a Marruecos– la vida en los campamentos del Tinduf continúa sin apenas cambios. En ocasiones, llega a resultar, incluso, monótona.

La jornada comienza muy temprano, la llamada al rezo a primera hora marca el inicio del día. Las temperaturas ya empiezan a alcanzar máximas, que continuarán en aumento hasta el mes de septiembre. Los jóvenes afortunados que tienen un oficio –en los campamentos hay muy pocas oportunidades profesionales– se dirigen a sus puestos de trabajo, mientras que las matriarcas de la familia cuidan a las cabras y preparan la comida. Los niños ponen rumbo al colegio, donde dan clases de castellano, matemáticas, ciencias naturales y árabe.

A partir de la una de la tarde, la actividad se detiene por completo. La vida en el exterior se hace imposible de soportar por las altas temperaturas. Las familias se reúnen alrededor de la mesa para comer y compartir unos cuantos vasos de té. Pero, en toda esta rutina, sobrevuela siempre un lema, una filosofía: resistir. Los saharauis representan, en cada acción, la lucha contra la invasión del país vecino. Cuando van a trabajar, dan de comer a los animales o tratan de crear huertas, en una tierra tan hostil como el desierto del Sáhara.

Campamento de refugiados de Esmara, TindufAndrea Polidura

Han hecho suyo un territorio en el que no quieren quedarse y sueñan con el momento de retornar al Sáhara Occidental, controlado por Marruecos. «La legítima defensa consiste en el derecho a la autodeterminación», ha asegurado el encargado de Asuntos Diplomáticos del Frente Polisario, Mohamed Salem Salek, en un encuentro con periodistas, al margen del festival del cine FiSahara 2024, que se celebra durante esta semana en la wilaya de Ausserd. El también exministro de Relaciones Exteriores aprovechó la rueda de prensa para denunciar que, después del volantazo español, ningún miembro del Ejecutivo se ha puesto en contacto con el Frente. Asimismo, Salem Salek recordó que España sigue teniendo «responsabilidad moral y jurídica» sobre el territorio.

Desde el 2020, el Frente Polisario y Marruecos se encuentran oficialmente en guerra, tras la ruptura del alto el fuego de 1991. Un conflicto asimétrico entre dos enemigos que cuentan con apoyos y armamento dispar. Mientras que el reino alauí cuenta con la última tecnología de Israel o Estados Unidos, el Polisario hace uso del material militar de la extinta Unión Soviética y de Argelia. Según las autoridades saharauis, más de 200 combatientes habrían muerto en estos dos últimos años por drones marroquíes. Al ser preguntado por unas fuerzas tan desiguales, el encargado de Asuntos Diplomáticos del Polisario evita responder y asegura que «las armas no arreglan los conflictos» e insiste en que la verdadera solución es que los saharauis puedan decidir su futuro.

Zarga Abdalahe Abdi (34 años), filóloga y periodista, subraya esta idea y asevera que son los saharauis quienes tienen que decidir sobre su futuro. «Creo en el derecho internacional, Pedro Sánchez puede decir lo que quiera, eso no afecta a nuestra determinación de conseguir el referéndum». Sin embargo, la periodista señala que la decisión del Ejecutivo español beneficia al «aparato de propaganda del régimen de Marruecos».

Un huerto como enseña de resistencia

Mientras la política y la diplomacia avanzan por sus respectivos cauces, los saharauis fieles a su lema «Resistir es vencer», demuestran su fortaleza a través de proyectos como la creación de huertos en medio del desierto. En la wilaya de Esmara sorprende ver cómo brotan tallos verdes. Algunas familias han empezado a plantar tomates, zanahorias, patatas, melones o sandías. La época de la siembra llega su fin, con el advenimiento del calor extremo. Aunque, todavía, se pueden percibir los restos de unos huertos que pretender contribuir a mejorar la dieta de los refugiados, que consiste, principalmente, en carne de pollo o camello e hidratos.

Mohamed Sleiman Labat, artista saharauiAndrea Polidura

Mohamed Sleiman Labat, 38 años, artista saharaui y referente en su comunidad, recibe a El Debate en su estudio de arte en Esmara, recién aterrizado de Estocolmo donde, actualmente, expone sus obras. Sleiman Labat ha sido el precursor de estos huertos y defiende la necesidad de que su pueblo sea «independiente» y no dependa de ayuda externa, sobre todo, en el ámbito alimentario. En esta misma línea se ha pronunciado, Taleb Brahim, ingeniero agrónomo, que resalta que su pueblo siempre ha estado «buscando soluciones». Los saharauis cuando fueron desterrados, explica, se formaron en el ámbito de la agricultura. Recientemente, las familias son cada vez más conscientes de la importancia de una alimentación rica en frutas y verduras y se ha llegado a elaborar un banco de semillas, para llegar a conseguir granos adaptados a las condiciones climáticas extremas del Sáhara.

Mohamed Salim, en su huerto en EsmaraAndrea Polidura

Mohammed Salim, 23 años, sigue los pasos de Sleiman Labat y muestra con orgullo su pequeño-gran jardín, que cuenta hasta con un estanque de peces. El joven explica a este periódico que «la experiencia es muy diferente cuando eres testigo directo del proceso de cultivo de tu propio tomate». Ali dejó los estudios para ayudar a su familia, que asegura le apoya en este nuevo proyecto, «no como sus amigos», afirma mientras se le escapa una risa nerviosa. «Tenemos muchos desafíos como el calor, la arena, pero también en lo cultural», señala. Ali ayuda a todo aquel que quiera seguir su ejemplo y trata de romper esas barreras culturas con mucha pedagogía, explicando la importancia de introducir frutas y verduras a la dieta. Las huertas en los campamentos de refugiados del Tinduf responden, nuevamente, a esa filosofía de «Resistir es vencer» inherente del pueblo saharaui.