Ebrahim Raisí, el juez de línea dura detrás de la mayor matanza de Irán
Uno de los jueces responsables de las ejecuciones políticas de 1988 que acabaron con la vida de 30.000 prisioneros deja a la República de Irán muy posicionada en el tablero internacional
Ebrahim Raisí nació el 14 de diciembre de 1960 en la ciudad de peregrinación de Mashhad, al oeste de Irán, y era una una de las figura más polarizadoras de la política iraní. Su ascenso al poder estuvo marcado por una combinación de fervor religioso, decisiones judiciales controvertidas y una firme lealtad al régimen teocrático del país.
Raisí creció en una familia religiosa y comenzó su educación en seminarios islámicos desde muy joven. A los 15 años, se trasladó a la ciudad sagrada de Qom, un centro vital para la educación religiosa chií, donde estudió bajo la tutela de importantes clérigos. Su formación en jurisprudencia islámica y su dedicación al estudio de la ley islámica sentaron las bases para su carrera en el poder judicial.
Raisí creció en una familia religiosa y comenzó su educación en seminarios islámicos de muy joven
La carrera de Raisí en el poder judicial comenzó a los 20 años cuando fue nombrado fiscal en Karaj. Su ascenso fue rápido y, en 1985, se convirtió en el fiscal adjunto de Teherán. Sin embargo, su papel en las ejecuciones masivas de presos políticos en 1988, un momento conocido como las 'ejecuciones de 1988', fue objeto de duras críticas internacionales que tildaron el suceso de «un acto de violencia sin precedentes en la historia iraní: sin precedentes en forma, contenido e intensidad». Raisí fue uno de los cuatro jueces en un comité que supervisó estas ejecuciones, que, según organizaciones de derechos humanos, acabaron en la muerte de 30.000 presos políticos.
Ascenso judicial
A pesar de las críticas internacionales, Raisí continuó ascendiendo en el sistema judicial iraní. En 2004, fue nombrado primer subdirector del Poder Judicial, y en 2014 se convirtió en Fiscal General de Irán. Su reputación como un conservador duro y su cercanía al líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, le aseguraron puestos clave dentro del gobierno.
En 2021, Ebrahim Raisí se presentó como candidato en las elecciones presidenciales de Irán y ganó con un margen importante, aunque la participación fue la más baja en la historia la República Islámica. Su victoria fue vista como una consolidación del poder conservador en Irán, especialmente después de la descalificación de muchos candidatos reformistas y moderados por el Consejo de Guardianes.
Desde su toma de posesión, Raisí tuvo que enfrentarse a importantes desafíos. En el ámbito económico, Irán sigue luchando con una inflación galopante, un desempleo alto y una economía afectada por las sanciones internacionales, especialmente las impuestas por Estados Unidos. A nivel internacional, Raisí tuvo que manejar las complejas negociaciones para revivir el acuerdo nuclear de 2015, del cual Estados Unidos se retiró en 2018 bajo la Administración de Donald Trump.
Raisí se presentó como un defensor de la justicia y la lucha contra la corrupción
Raisí se presentó como un defensor de la justicia y la lucha contra la corrupción. Su administración prometió reformas económicas para mejorar las condiciones de vida de los iraníes, aunque muchos críticos argumentan que sus políticas han sido insuficientes para abordar las profundas crisis económicas del país.
Programa nuclear
En política exterior, Raisí insistió en que Irán no cediera a las presiones occidentales y que continuaría su programa nuclear para fines pacíficos. Buscó fortalecer las relaciones con países vecinos y aliados tradicionales como Rusia y China, en un intento por contrarrestar el aislamiento internacional. Con Vladimir Putin se reunió el pasado 16 de abril para tratar la guerra en Oriente Próximo después de que Irán fuese atacada por Israel en represalia a un bombardeo previo de Irán.
También busco influir en Hispanoamérica donde acudió para reunirse con los dictadores de Nicaragua, Daniel Ortega y Rosario Murillo, un movimiento «desestabilizador» para la Administración Biden.
Sus seguidores lo veían como un hombre de principios, dedicado a la revolución islámica y a la mejora de la justicia social. Sin embargo, los críticos, tanto dentro como fuera de Irán, lo trataban como un símbolo de represión y autoritarismo, señalando su historial de derechos humanos y su falta de experiencia en gestión económica.