Ucrania: nuevas ofensivas del Kremlin en el dominio de la información
Putin es cada vez más consciente de la dura realidad: si quiere ganar algún día esta guerra necesita minar la voluntad de las naciones de Occidente, casi todas firmes en el apoyo al pueblo agredido
Mientras se suceden las ofensivas rusas de invierno y primavera con resultados no mucho mejores que los de la contraofensiva ucraniana del verano anterior, se recrudece la guerra de desgaste en el dominio de la información.
Bien entrado el tercer año de la invasión, la realidad se impone sobre el terreno. El frente apenas se mueve, Rusia se muestra cada vez más vulnerable y Putin ya sabe que no puede cumplir su promesa de destruir los Patriot norteamericanos desplegados en Ucrania. Tiempo han tenido sus militares para hacerlo y ahí están, todavía demasiado escasos, pero creciendo en número poco a poco. Me enorgullece que España también haya querido contribuir con algunos de sus escasos misiles a la defensa de las ciudades amenazadas. ¿Qué mejor empleo se puede dar a nuestras armas que el de salvar vidas de civiles y, además, contribuir a la disuasión de quienes eligen ser nuestros enemigos?
Las renovadas amenazas de Putin –cuya retórica es siempre proporcional a sus fracasos en el frente– sugieren que, a pesar del aislamiento que siempre afecta a los dictadores, cada vez es más consciente de la dura realidad: si quiere ganar algún día esta guerra necesita minar la voluntad de las naciones de Occidente, casi todas firmes en el apoyo al pueblo agredido.
Como ocurre en el frente, el dictador, que tampoco en el ámbito de la información tiene cartas ganadoras en su mano, pone toda su confianza en la gota que, con el tiempo, horada la roca. Una gota que en los campos de batalla de Ucrania se paga con sangre de sus soldados y en las calles de las capitales occidentales con las esperanzas de los prorrusos y el descrédito de los rusoplanistas.
No es difícil sentir cierta compasión por un pueblo eternamente sometido, que se deshizo de los zares para enredarse en las redes del comunismo y se liberó de este para caer en las garras de un aspirante a zar
Como el resultado de la guerra también depende de nosotros, no podemos dejar que ese gota a gota diluya nuestra voluntad. No podemos ceder la iniciativa del relato al Kremlin. Y vaya por delante que no tengo nada contra quienes sienten simpatía por la causa rusa. Prorrusos y rusoplanistas no son la misma cosa. Reconozco que, en los seres humanos, muchas veces los sentimientos dominan a la razón. Uno podría tomar partido por Rusia por tener ascendientes rusos en su genealogía, admirar a Chejov o Tchaikovsky o añorar a Stalin o a Catalina la Grande. No es difícil, además, sentir cierta compasión por un pueblo eternamente sometido, que se deshizo de los zares para enredarse en las redes del comunismo y se liberó de este para caer en las garras de un aspirante a zar.
Cuando uno hace el ejercicio de voluntad de creerse todas las falsedades de la propaganda lo que entrega es su libertad
Comprendo también que, llevado de esa simpatía, uno pueda creerse algunas de las mentiras propagadas por el Kremlin y entender las razones que llevan a Putin a inventarse las demás. ¿O es que no mienten también los líderes occidentales? Hay, sin embargo, límites hasta donde puede llevarnos el sentimiento. Cuando uno hace el ejercicio de voluntad de creerse todas las falsedades de la propaganda, incluso las que son abiertamente contradictorias entre sí, lo que entrega es su libertad. Se abandona al sonido de la flauta de Hamelin y sigue al Kremlin a donde quiera llevarle. Y eso es precisamente lo que caracteriza a los rusoplanistas.
La legitimidad de Zelenski
Pocos ejemplos mejores de rusoplanismo que los de quienes, bajo el dictado de Putin, denuncian estos días la ilegitimidad del presidente Zelenski. Por si el lector no estuviera informado, el mandato del presidente ucraniano expiró el pasado 20 de mayo. Sin embargo, ante la imposibilidad de celebrar elecciones libres bajo la ley marcial promulgada para defenderse de la invasión rusa, se mantiene en el poder a la espera de mejores tiempos.
Si está justificado o no, es algo que deben decidir los ucranianos. Las circunstancias que vive el país, con un 20 % de su territorio ocupado por los rusos y con muchos millones de ciudadanos exiliados en otros países europeos o deportados al interior de Rusia, se explican por sí mismas. Sin embargo a Putin, sorprendentemente inquieto por el cumplimiento de la Constitución del país que ha invadido, que bombardea todos los días y en el que organiza guerras civiles y referéndums separatistas sin despeinarse, eso de posponer las elecciones le parece que está mal. Es lo que tiene ser un demócrata convencido.
La mayoría de los prorrusos las contemplarán con la misma simpatía con que los seguidores del Barsa escuchan las explicaciones del club sobre el «caso Negreira»
Las alegaciones del Kremlin son, como siempre, confusas, contradictorias y, con frecuencia, disparatadas. La mayoría de los prorrusos las contemplarán con la misma simpatía con que los seguidores del Barsa escuchan las explicaciones del club sobre el «caso Negreira». Pero solo los rusoplanistas fingirán creer que no había intención alguna de mejorar el trato que daban los árbitros al club. Solo los rusoplanistas pueden sostener que Zelenski, el presidente de un país en guerra, debería entregar el poder al parlamento o cancelar la caprichosa ley marcial que ha promulgado –total, por una operación especial de nada– para convocar nuevas elecciones. Eso sí, sin convocar a los habitantes de Jersón, Zaporiyia, el Donbás o Crimea, que eso ahora es territorio ruso. ¿Es eso lo que dice la Constitución de Ucrania?
Los ataques en suelo ruso
He dicho que las denuncias del Kremlin sobre la falta de legitimidad de Zelenski son disparatadas –a la vista está– pero también contradictorias. ¿Dónde está la contradicción? Para mostrársela, permita el lector que cambie de escenario y le lleve a otro de los frentes informativos que, a falta de noticias relevantes del campo de batalla, ocupa estos días las páginas de las crónicas de la invasión.
Si el debate sobre la legitimidad de Zelenski no tiene mucho recorrido, todavía suena más ridícula la polémica sobre los ataques a objetivos militares en suelo ruso o en su espacio aéreo. No todos los países somos iguales y, a la vista del arsenal nuclear que tiene Putin, puede entenderse como razonable que algunos países occidentales no permitan que se empleen sus misiles de largo alcance para el ataque a objetivos militares tras las fronteras de Rusia.
Sin embargo, devolver el fuego artillero o derribar los aviones que lanzan sus bombas desde más allá de la frontera no es atacar suelo ruso sino, simplemente, legítima defensa, inmediata y proporcionada. Si Putin no quiere que se dispare a sus militares en su propio territorio lo tiene muy fácil. Basta que les ordene entrar en Ucrania antes de combatir.
La postura del Kremlin –y, por supuesto, la de los rusoplanistas que le siguen– sobre este asunto es tan infantil como la de mis nietos que, cuando juegan a los monstruos conmigo y estoy a punto de alcanzarles, se suben a un sillón y dicen la palabra mágica que les saca del apuro: ¡Casa! ¿Dije igual de infantil? ¡Mucho más! Mis nietos no pretenden tener derecho a dispararme desde el sillón.
A pesar de que saben que a nadie se le puede negar la legítima defensa, Putin y sus colegas se quejan, se escandalizan, amenazan y, como siempre, prometen una venganza bárbara y completa que no tienen intención de llevar a cabo. ¿Por qué lo hacen? Porque todavía conservan la esperanza de dividir, con ayuda de la habitual corte de rusoplanistas –los fanáticos de verdad y los mercenarios que simulan serlo– a la opinión pública occidental. Sin mucho éxito, la verdad, quizá porque ya estemos curados de espanto.
¿Y los ataques en suelo ucraniano?
Yo, personalmente, entiendo las protestas del dictador. Estoy seguro de que él jamás usaría drones iraníes ni munición coreana en suelo ucraniano. Y, contra lo que han podido ver nuestros ojos, nunca utilizó el territorio de Bielorrusia –que eso sí sería casus belli– para atacar Kiev.
¿Qué sí lo ha hecho? Bueno, quizás sea porque Ucrania en realidad no existe. Esa debe ser la verdadera explicación. Emplear armamento extranjero contra el territorio ruso equivale a una declaración de guerra porque Rusia sí existe. Si no existiera –como le ocurre a Ucrania– sería cómo declarar la guerra a nadie. Eso debe ser lo que, para Putin, diferencia a Irán y Corea del Norte de los países occidentales.
Sin embargo, hay algo que no termino de entender. Si Ucrania no existe, ¿por qué a Putin –y a los rusoplanistas– les importa tanto su Constitución?