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AnálisisZoé Valdés

Un deslucido Día D

La teatralidad de Emmanuel Macron resulta cansona por lo profusa y exagerada. Es como si anhelara que en cada partícula de su rostro pudiera leerse: «La derecha no puede ganar el 9J»

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, junto a un veterano durante la ceremonia del Día DAFP

Por primera vez enormes, variadas y proliferadas han sido las críticas contra la ceremonia del Día D, Desembarco por Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, en Francia.

Para empezar algo sumamente cuestionado, la ausencia de Rusia, porque no hay que olvidar que 20 millones de rusos perdieron su vida en la lucha por la libertad en Europa, pese al tratado pactado entre Hitler y Stalin esas vidas fueron decisivas para encaminar a Europa hacia la libertad. Al mismo tiempo, de ninguna forma se podía permitir la presencia de Vladimir Putin, invasor de Ucrania, que ha convertido a los rusos, mediante una guerra cruenta, en los nuevos nazis.

El tema requiere cuidado, porque si bien este argumento no deja de ser cierto, también es verdad que una celebración histórica semejante requiere de rigor histórico, y no puede permitirse improvisaciones novedosas. Pienso que una excelente manera de representar al pueblo ruso hubiera sido mediante la invitación de una personalidad rusa, proveniente de las letras, de las ciencias, del conocimiento histórico; la que, viviendo fuera de Rusia, habría podido sauver la face del presidente Emmanuel Macron, cosa difícil a estas alturas.

Segunda crítica bastante extendida: ¿por qué invitar al presidente ucraniano Volodimir Zelenski, dado que la posición de Ucrania y de los ucranianos durante la guerra dio bastante que desear, puesto que en su gran mayoría se colocaron del lado incorrecto, del lado nazi. No ha habido respuesta de parte del Gobierno organizador acerca de esta decisión. Pongamos que Zelenski fue invitado como símbolo de lo que es ya el umbral de una Tercera Guerra Mundial, con la invasión de Ucrania por Rusia y las continuas amenazas de los líderes rusos encabezados por Putin a países como Polonia, Reino Unido, y la propia Francia, además de los sucesivos y sospechosos asesinatos de opositores y hombres de negocios rusos.

Pero, incluso así, Zelenski debió de haber sido advertido: tomar un lugar discreto y no tan preponderante; luego, es hora de que se le informe al ucraniano que su vestimenta de combate no es más admisible en actos protocolares y en reuniones internacionales, del mismo modo la de su mujer.

La tercera de las críticas se refiere a la inevitable presencia del presidente estadounidense junto a su esposa, con sus continuos desvaríos de hombre completamente perdido dentro de su cabeza y con una evidente descoordinación entre su estructura motriz y su sistema digestivo. Algunos manifiestan que la cara de Macron frente a los efluvios emanados de las entretelas del pantalón de Biden dio a entender que algo grave ocurría y, en efecto, sin ton ni son el presidente norteamericano partió raudo y veloz de la escena tironeado como es habitual por Jill, su mujer. Ridículo total.

La teatralidad de Macron resulta cansona por lo profusa y exagerada

Ninguna de las críticas anteriores supera a la principal, que es el esperpento histriónico de Macron en cada ceremonia oficial, lo tildan ya de caudillo hispanoamericano o de excéntrico con ínfulas. La teatralidad resulta cansona por lo profusa y exagerada. Es como si anhelara que en cada partícula de su rostro pudiera leerse: «La derecha no puede ganar el 9J». Porque, es cierto, y aunque también nada se podía hacer en contra, que el presidente usó el heroísmo de los ancianos allí presentes con fines electorales. El que no lo haya visto es porque está ciego. Es más, creo que incluso hasta los no videntes reales recuperarían la visión frente a las cabezonadas macroniles, que los franceses llaman macronadas.

Si bien Nicolás Sarkozy fue tratado injustamente como el presidente bling-bling, lo que no era cierto, porque Sarkozy fue el último de los presidentes franceses en reunirse con la flor y la nata del pensamiento libre francés y europeo, Emmanuel Macron inició su presidencia y ha continuado los mandatos a golpe de figuras como Rihanna y espectáculos visuales y musicales a cuál más pueril y mediocre.

Conservaba las esperanzas de que con el joven Gabriel Attal como primer ministro eso cambiara perceptiblemente, pero en breve tiempo las he perdido. La presidencia de Macron no cuenta con aquel equipo de sabios que nombró Sarkozy con la intención de recibir consejos de todo tipo, más bien el número de brutos ha crecido bastante en el entorno del presidente-actor.

Pese a lo aquí contado, una vez más el Día D contó con lo que todavía es el valor de Francia y de Europa, con los veteranos. Ancianos que con 17 y 18 años liberaron a Europa del nazismo, y todavía cuando hoy a los sobrevivientes se les pregunta, responden con una sencilla frase: «Sólo cumplía con mi deber».