El macronismo hace aguas
Los prebostes del macronismo, seguidos por las bases, marcan públicamente distancias con el jefe del Estado para evitar una catástrofe electoral
La instantánea tomada por Soazig de la Moissonnière, fotógrafa de la Presidencia de la República, la noche del 9 de junio, mientras Emmanuel Macron anuncia la disolución de la Asamblea Nacional a las principales autoridades de Francia, vale más que decenas de editoriales y demás análisis sesudos. Las caras largas del primer ministro, Gabriel Attal, de la presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet, así como la silueta gravemente inclinada, de espaldas, del secretario general del Elíseo, Alexis Kohler, plasman la decadencia –aún es pronto para hablar de colapso– de un régimen triunfalmente instalado en 2017.
Ninguno de los presentes se lo esperaba, pero todos –con la excepción, por sus funciones, obviamente, no se ha pronunciado– y otros prebostes del régimen han empezado a marcar públicamente distancias con el jefe del Estado en plena campaña electoral y pese al ligero repunte de las intenciones de voto a favor de la mayoría parlamentaria saliente según se desprende de sendos sondeos publicados en las últimas 72 horas por Le Point y Le Figaro. Quiérase o no, el macronismo empieza a hacer aguas. Solo el jefe de filas mantiene el optimismo.
Particularmente llamativo es el caso de Braun-Pivet. Macron no quería que fuera presidenta de la Asamblea Nacional tras los comicios legislativos de 2022. Hubiera preferido para ocupar el perchoir –nombre por el que se conoce a la presidencia de la Cámara Baja– al hoy ministro de Industria, Roland Lescure. De ahí que su elección fuera interpretada como la primera manifestación de rebeldía hacia Macron.
Desde entonces, han sido dos años de relaciones agridulces entre la primera y la cuarta autoridad del Estado. Hasta el estallido de la ya famosa noche del pasado 9 de junio. Braun-Pivet se quejó de que, a tenor del artículo 12 de la Constitución de 1958, Macron no la consultó previamente –tampoco lo hizo, como también es preceptivo, con presidente del Senado– sobre la disolución. Por eso, en la noche del 9 de junio, la aún presidenta de la Asamblea Nacional pidió, y obtuvo, antes de la reunión trágicamente plasmada por De la Moissonnière, una improvisada audiencia con el inquilino del Elíseo. Aunque solo fuera para respetar las formas.
Desde entonces, Braun-Pivet lucha por su supervivencia política en la provincia de Yvelines –cuya capital es Versalles– donde se enfrenta a una difícil reelección para retener su escaño. Mas esa tesitura no es óbice para seguir apuntando su tirachinas hacia el Elíseo. Sin ir más lejos, apoya en un distrito parisino la candidatura disidente del antiguo portavoz parlamentario Gilles Le Gendre, caído en desgracia ante Macron, frente al candidato oficial de Renacimiento, el partido del presidente. ¿Hubiera tenido semejante osadía hace apenas un año?
Attal, por su parte, lleva su desilusión con algo más de sutileza. Pero en el fondo, sus sentimientos coinciden con los de Braun-Pivet. Se ha sabido que al día siguiente del anuncio de la disolución estuvo tentado de dimitir. Sin embargo, tal y como ha contado El Debate, ha aceptado tomar las riendas de la campaña electoral.
Eso sí, poniendo sus condiciones: sin ir más lejos, las propuestas programáticas con las que Renacimiento concurre a estos comicios han sido elaboradas en Matignon –sede del Gobierno– y no en el Elíseo. El primer ministro, sabedor del creciente rechazo que causa la figura de Macron en la opinión pública y en las filas de Renacimiento, ha optado por actuar en consecuencia. Por eso, el pasado jueves declaró que «el 9 de enero, el presidente de la República me nombró [primer ministro]. El 30 de junio, me gustaría que el pueblo francés me eligiera [diputado]», dando a entender que su legitimidad y su futuro político podrían no estar vinculados al jefe del Estado.
A los casos de Attal y Braun-Pivet se suman las arremetidas, públicas, del ministro de Economía, Bruno Le Maire, contra los asesores del Elíseo y la conclusión demoledora del antiguo primer ministro –durante los primeros años, triunfales, del macronismo– y actual alcalde de Le Havre, Édouard Philippe: «Macron ha matado a su mayoría parlamentaria». Más claro, el agua.