Francia ya no es lo que era ni lo que fue. Emmanuel Macron ha convertido el país de la V República en una parodia de sí mismo. La decisión de convocar elecciones legislativas anticipadas, tras su batacazo en las europeas, ha puesto patas arriba la Asamblea Nacional, a su vulnerable gobierno y su presidencia.
El triunfo de Jean-Luc Mélenchon, sin tener mayoría absoluta, simboliza la decadencia de un país ingobernable. Las primeras palabras del líder de la Francia Insumisa advierten del caos que se podría armar si lograra, misión prácticamente imposible, formar gobierno. El resultado le ha «empoderado» y se siente con la suficiente fuerza para exigir que se aplique en exclusiva su programa y reclamar el nombramiento, por decreto, de un hombre suyo como primer ministro.
Mélenchon se siente dueño del Nuevo Frente Popular pese a que éste es una alianza variopinta de partidos de izquierdas, de corte socialista, comunistas y verdes. Por las bravas, ha decidido canibalizarlo, pero hay que tener mucho estómago para digerir ese atracón y el postre que demanda de quedarse con todo. Además, no le dan las cuentas.
La Cámara Baja, a falta de conocer el escrutinio oficial que arroje el reparto exacto de escaños, es una torre de Babel sin una voz que pueda alzarse para poner orden. Marie Le Pen y Jordan Bardella duplicaron el número de diputados, pero no lograron alcanzar el sueño que pronosticaban las encuestas hace quince días. Es un fracaso a medias.
El rotundo, el demoledor, es el de Macron. Mientras Gabriel Attal no ha dudado en anunciar su dimisión que hará oficial hoy lunes, el todavía primer ministro se retira a los cuarteles de invierno, en pleno verano, para analizar la situación y tomar una decisión. Pedro Sánchez hablaría de días de reflexión, pero el francés, por las filtraciones del Eliseo, se tomará el tiempo que necesite una vez que tenga los resultados a la vista y una vez que decida qué hacer en este escenario.
Gabriel Albiac habla en su columna de hoy en El Debate del fin de la V República y Zoe Valdés resume en dos palabras el cataclismo: «Francia, hundida». La selección nacional francesa de fútbol que lleva días atizando a Agrupación Nacional festejó el gol en propia puerta de Macron, algo insólito. Ahora sólo falta esperar que pasen las horas o los días y ver hacía donde chuta el todavía primer ministro. Sus opciones son pocas, pero quizás, la más potable sea dejar que Mélenchon intente formar gobierno, dejarlo a su suerte y cuando pinche, convocar en simultáneo elecciones presidenciales y legislativas y entonces, que sea lo que Francia decida. Total, él no tiene nada que perder, porque ya lo ha perdido todo.