El origen «moral» e histórico del terrorismo
La consecuencia de la demonización facilita la eliminación del contrario al cual se ha deshumanizado a través de la propaganda
El intento de asesinato de Donald Trump ha recordado el del candidato demócrata Bob Kennedy que fue asesinado para evitar la intensa reforma que los hermanos Kennedy estaban realizando. Las promesas políticas de Trump puede que hayan alimentado apetencias de eliminarlo, pero lo que está claro es que la demonización del expresidente ha provocado intensos apoyos, pero también odios que encuentran en la violencia terrorista la justificación moral para asesinar a un contrincante enemigo.
El terrorismo se ha convertido en nuestro tiempo en uno de los fenómenos que más pavor causa a una sociedad estable y segura en su bienestar, por las consecuencias que provoca el uso del terror. Tenemos que acercarnos al siglo XIX para tener un fuerte protagonismo del terrorismo en el grupo ruso Narodnaya Volya (Voluntad del Pueblo), una organización nihilista surgida en el año 1879 que quería acabar con el imperio zarista a través de la violencia armada. El asesinato del zar Alejandro II en 1881 y los posteriores intentos de acabar con su hijo, Alejandro III, los llevará a la fama internacional.
La Ochrana (policía política rusa) será una de las primeras que tuvo que enfrentarse a la lucha contra el terrorismo, con infiltrados y lucha cultural, aunque al final los terroristas se convirtieron en los guardianes de un nuevo estado ruso en 1917.
Sin embargo, en el resto de Europa el terrorismo tomará forma a finales del siglo XIX en los ambientes anarquistas, destruyendo la sociedad con atentados de alto grado mediático, especializándose en magnicidios. La eliminación de un jefe de Estado podía provocar la desestabilización necesaria para crear el contexto de un estallido revolucionario que favoreciese la lucha de clases.
Será la Segunda Guerra Mundial la que fomentó el terrorismo como uso subversivo y moral contra la ocupación nazi
No obstante, será la Segunda Guerra Mundial la que fomentó el terrorismo como uso subversivo y moral contra la ocupación nazi de gran parte de Europa, eliminando a sus funcionarios y a quienes colaboraban con ellos. Aunque el contexto era muy diferente y en el entorno de una guerra, los usos de la resistencia serán visto como el modelo y escusa perfecto de los terroristas del tiempo reciente para intentar obtener por parte de la población el reconocimiento moral como el que tuvieron los héroes de la resistencia.
Después de los años de plomo de la guerra fría, los protagonistas grupos revolucionarios financiados y entrenados por servicios de inteligencia del antiguo bloque comunista que los utilizaron como proxy en su lucha clandestina contra la logística de los países occidentales. Brigadas Rojas (Italia), Acción Directa (Francia) o FRAP y GRAPO (España) usaron un lenguaje en el que justificaban el asesinato de «fascistas» donde integraban a todos los que se oponían a sus mandatos. Del mismo modo actuaron los etnoterroristas como ETA, aunque con un origen social y apoyos extranjeros diferentes, aunque compartan discurso revolucionario.
Marine Le Pen recordaba cuando su casa familiar fue volada con una bomba en 1976
El fin de la Guerra Fría trajo su final, pero de sus cenizas apareció el terrorismo antifa, inicialmente de baja intensidad, pero que mantiene un discurso donde defiende la necesidad de matar para defender una libertad circunscrita a sus mandatos políticos. En las últimas elecciones generales francesas, Marine Le Pen recordaba cuando su casa familiar fue volada con una bomba en 1976, escapando ella y sus hermanas por poco de una muerte segura.
Tres años antes se había incendiado la casa de Mario Mattei, responsable del MSI en un barrio obrero de Roma, pudiendo salir su esposa y cuatro hijos, pero pereciendo abrasados dos de los pequeños. El derecho a asesinar se vio en los Países Bajos cuando el profesor y político Pim Fortuyn, activista antiislámico y prolgtbi fue asesinado por un antifa en 2002, y dos años después el cineasta holandés Theo Van Gogh. El terror de Robespierre siempre ha tenido sus seguidores, es uno de los padres de una democracia que abole los valores, cuando sin ellos no es posible la democracia.
Silencio y miedo
La radicalización de la política, y la demonización únicamente de las posturas de derechas ha favorecido una presión violenta en la calle que ha llevado en las elecciones de los últimos años en Alemania y en Francia a ataques violentos a candidatos derechistas y a impedirles su presentación en ciertos barrios. Una manera muy semejante a la actuación que el brazo político de ETA siempre tiene en el País Vasco, creando un espacio de silencio y miedo.
El éxito de su medida de imposición mafiosa ha creado un modelo a seguir en Europa por otros grupos que no se ven combatidos por las fuerzas políticas, las cuales aplican el cordón sanitario contra los movimientos de derecha o extrema derecha, pero nunca contra extremismos de otras ideologías.
La consecuencia de la demonización facilita la eliminación del contrario al cual se ha deshumanizado a través de la propaganda. El 15 de mayo de 2024, el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, recibió varios disparos por parte de un activista de la oposición que no estaba de acuerdo con la vía soberanista del premier socialista. El atentado contra Donald Trump ha sido después de una campaña feroz contra su persona a través de medios, e incluso algunos jueces que han favorecido una imagen que llega a convencer que hay personas que no deberían existir.