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Paul Kagame en Kigali emitiendo su voto

Paul Kagame en Kigali emitiendo su votoAFP

Elecciones presidenciales en África

Kagame, el sátrapa de Ruanda reconvertido en aliado de Occidente en África

Reelegido por cuarta vez, ha sabido usar el prestigio logrado al poner fin al genocidio de 1994 para implantar un régimen de terror sostenido, hasta la fecha, por el crecimiento económico

Paul Kagame ha sido reelegido, por cuarta vez desde 2003 presidente de Ruanda con el 99.18% de los votos, con un 0.39% más que en los comicios anteriores, celebrados en 2017. Sólo otros dos candidatos pudieron medirse al gran jefe: Frank Habineza, líder del único partido de la oposición autorizado -el Partido Democrático Verde- y el independiente Philippe Mpayimana, que obtuvieron el 0,50% y el 0,32% respectivamente. Pero otros no pudieron hacerlo. Es el caso de Victoire Ingabire, la opositora más conocida, a la que Kagame mantuvo presa durante cinco años y que aún no ha visto restaurados sus derechos cívicos. Ese es el motivo por el que su candidatura ha sido rechazada.

Lo que parecería una noticia (tristemente) banal de la actualidad política africana, adquiere, en el caso del tutsi Kagame, unas variantes específicas. La primera, el prestigio adquirido por haber derrocado, hace ya treinta años, a los hutus genocidas: 800.000 muertos en tres meses llevaban en el trágico contador. La segunda, continuación de la anterior, es su habilidad para labrarse, ante el Occidente democrático, una imagen de salvador y elemento estabilizador de su país.

La operación le ha salido redonda: ayudas e inversiones foráneas siguen lloviendo sobre Ruanda. Valga como ejemplo que Volkswagen ha elegido ese país para instalar una planta. Kagame, además, se ha ganado los favores de influyentes actores de la escena internacional como la Fundación Gates o el Foro Económico Mundial. Según The New York Times, «los donantes occidentales financian la friolera del 70% del presupuesto nacional de Ruanda». El resultado ha sido un crecimiento económico espectacular y sostenido (7,2% de media entre 2012 y 2022), que ha ido acompañado del desarrollo de las infraestructuras y de avances en los ámbitos de la educación y la sanidad.

Datos al respecto no faltan: en octubre de 2023, un informe de «Human Rights Watch» señalaba, además de ofrecer un detallado elenco de las numerosas violaciones de derechos humanos imputables a Kagame y a su régimen, que «quizá lo más insidioso sea que las autoridades ruandesas intimidan a los ruandeses en el extranjero persiguiendo a sus familiares en Ruanda. Incluso cuando una persona vive en un país más libre -incluso cuando esa persona quizás buscó vivir en ese país precisamente por su mayor libertad- mantiene la boca cerrada, por miedo a ver a sus familiares torturados, asesinados o desaparecidos».

El informe concluía: «por increíble que parezca, las autoridades de los países en los que viven ruandeses [en el extranjero] son conscientes de esta represión en su seno, pero no hacen gran cosa al respecto. A veces, incluso parecen estar ayudando a la represión». Ayudando, si se entiende como colaboración activa con la represión, tal vez la palabra sea exagerada. Mas lo indiscutible es que la alianza de Kagame con Occidente es más sólida que nunca. Y cuando surge algún escollo, como la reciente suspensión, decidida por sir Keir Starmer de tomar posesión, del acuerdo migratorio con el Reino Unido -mediante el cual Londres deportaría a Ruanda a sus migrantes ilegales- parece un detalle sin importancia.

Es más: Kagame se ha permitido el lujo de frenar la pérdida de influencia de Francia en África al potenciar la presencia de empresas galas y hacer del francés el idioma de referencia, pese a que él mismo solo lo chapurrea. La deferencia, siguiendo una de las leyes de hierro de las relaciones internacionales, tenía una humillante contrapartida: el reconocimiento, por parte de Francia, de su «abrumadora responsabilidad» en los antecedentes del genocidio de 1994. Emmanuel Macron pasó por el aro durante su visita a Kigali en 2021.

De momento, Kagame puede seguir con esa dinámica, pues habiendo alcanzado el límite de dos mandatos de siete años, pudo presentarse de nuevo en 2017, gracias a una polémica enmienda constitucional de 2015 que introducía un mandato de cinco años, manteniendo un máximo de dos mandatos, pero empezando desde cero. Esta reforma le permitirá permanecer en el poder hasta 2034. Hay Kagame para rato.

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