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Juan Rodríguez Garat

La finta de Kursk, ¿una aventura descabellada de Ucrania?

Aunque fuerzas irregulares aliadas de Kiev hayan cruzado la frontera rusa en anteriores ocasiones, esta es la primera vez que lo hace el Ejército ucraniano

Un grupo de soldados ucranianos incursionaron en territorio ruso en la región de KurskUkinform.ua

Hay buenas razones para pensar que, entre la montaña rusa de emociones que cada día nos traen los juegos olímpicos y las payasadas del inefable Puigdemont, no serán muchos los españoles que tengan interés en lo que ocurre en la guerra de Ucrania durante este caluroso mes de agosto. Yo mismo, a pesar de mi condición de militar retirado y mi afición a la historia, también preferiría escribir sobre el regreso a España del delirante líder independentista. Sin embargo, no cederé a la tentación. Tengo bien presente aquello de «zapatero a tus zapatos», sabio consejo que algún expresidente bien podría seguir en lugar de irse a Venezuela a poner en ridículo a quienes no hace tantos años fueron sus votantes.

Con todo, lo que ocurre estos días en Kursk y en Cataluña tiene algunas cosas en común. El Ejército ucraniano, a la defensiva en toda la línea del frente, ha sacudido el espacio informativo ruso, ya resignado a una guerra larga y carente de toda brillantez, con una incursión en la región fronteriza con Ucrania. Las primeras noticias muestran avances de hasta diez kilómetros en un terreno sin valor estratégico —por ahí no se va a ningún sitio— pero de particular importancia para el sentimiento nacional ruso porque en él se libró la batalla del saliente de Kursk, quizá la más importante victoria estratégica del Ejército Rojo sobre los nazis después de Stalingrado.

¿Una aventura descabellada?

¿Es la incursión ucraniana una aventura tan descabellada como la vuelta a España del expresidente de la Generalidad? Muchos creerán que sí, pero ¿Qué hay de acertado en esa valoración? Sin ir más lejos, ¿es realmente descabellada la pantomima de Puigdemont o solo lo parece? Ambas acciones, frívolas en apariencia, hay que entenderlas de forma parecida. No se esperan de ellas resultados prácticos. Ucrania no quiere ni puede conquistar la región fronteriza rusa, y probablemente Puigdemont —aunque de lo que piensa tan disparatado personaje nunca se puede estar seguro— no aspira realmente a liderar un levantamiento popular que le devuelva la presidencia.

Sin embargo, las dos aventuras tienen objetivos claros en el entorno de la información. Por si no bastara la palabra «fastidiar» —hay otra más descriptiva que no emplearé por respeto a los lectores— añadiré que ambas aspiran a erosionar la credibilidad de las instituciones —la primera las rusas y la segunda las españolas— y persiguen la movilización de los partidarios de las causas que —con toda la razón en el caso de la invadida Ucrania y con ninguna en el caso del independentismo catalán— cada uno defiende.

La perspectiva ucraniana

Vaya por delante que, aunque fuerzas irregulares aliadas de Kiev hayan cruzado la frontera rusa en anteriores ocasiones, esta es la primera vez que lo hace el Ejército ucraniano. No es, sin embargo, la primera ocasión en la que Kiev ordena realizar incursiones que no tienen sentido aparente desde el punto de vista táctico. Todas las cabezas de playa que sus tropas crearon en la margen oriental del Dniéper, probablemente para obligar a Rusia a distraer fuerzas para la defensa del Jersón ocupado, han tenido que ser abandonadas. Era, desde luego, previsible. ¿Mereció la pena? Bajo la niebla de la guerra, es imposible asegurarlo. El esfuerzo militar y, en particular, las vidas perdidas en esa finta son todavía objeto de discusión en los medios ucranianos.

¿Es diferente lo que ocurre en Kursk? En parte sí, porque además de la posible finalidad táctica de distraer fuerzas rusas de los frentes más activos, la entrada del Ejército ucraniano en Rusia, después de las recientes declaraciones de Putin exagerando los daños sufridos por su enemigo en los últimos meses, puede contribuir a reforzar la moral del pueblo invadido y al descrédito del dictador ruso. Recuerdo que, en los primeros meses de la guerra, el Kremlin fue muy criticado en las redes sociales por los ataques de helicópteros que sufrió Belgorod poco después de que se hubiera anunciado la destrucción total de las fuerzas aéreas de Kiev.

Con todo, y a la hora de valorar los resultados de esta incursión, Kiev tendría que darse cuenta de que el espacio informativo ruso ya no es el que era en los comienzos de la guerra. Las sucesivas leyes contra la libertad de expresión y las condenas a largas penas de cárcel por criticar ya no la guerra sino la forma de conducirla, han ido acercando a Rusia a las prácticas amordazadoras de la URSS y la Alemania nazi. Puede que haya quien piense que Putin es un bocazas, pero nadie se atreverá a decirlo en voz alta.

La perspectiva rusa

Cualesquiera que sean los objetivos de Kiev, conviene recordar que ha sido Putin quien primero nos ha informado de la incursión del Ejército ucraniano. Mientras Zelenski guardaba silencio, la elaborada puesta en escena en Moscú —basta ver las fotografías del gabinete de crisis publicadas en los medios rusos— parece indicar que el golpe, insisto que irrelevante desde el punto de vista militar, le ha dolido al dictador.

Para Putin, la incursión ucraniana es una «provocación en gran escala». No deja de sorprenderme que, en cambio, la invasión de Ucrania no le parezca provocadora. Es, por supuesto, otro de los milagros de los nacionalismos llevados al extremo. Tanto el ruso como el catalán existen para reivindicar que lo que para ellos son derechos que no tienen aplicación a los demás pueblos. No todos podemos ser rusos o catalanes ¡qué le vamos a hacer! Lo malo es que esa asimétrica forma de ver las cosas, a la larga, solo puede conducir a la aplicación de la ley del más fuerte. Y, por ahora, no parece que Rusia esté en condiciones de imponerla.

Unas líneas de relleno

Cuando acabe la guerra —para lo que no me canso de repetir que habrá que esperar bastantes años— la incursión ucraniana en Kursk apenas ocupará algunas líneas de relleno en los textos de historia. Los éxitos militares en el espacio informativo pueden ser rentables a corto plazo, y por eso atraen a los políticos. Pero sus efectos se disipan muy pronto. Dentro de pocos días, Putin volverá a asegurar que el Ejército ucraniano ha perdido toda su capacidad de combate. Y, bajo la amenaza de la cárcel, ¿quién va a decir en Rusia lo contrario?

Es verdad que, si nos centramos en la perspectiva militar, los argumentos tienden a ser más sólidos. Pero la escala de la incursión —no más de un millar de soldados, según el Kremlin— no permite soñar con que Kiev recupere la iniciativa que perdió hace casi un año. Es cierto que el Ejército ruso se verá obligado a desplazar tropas para expulsar al enemigo del suelo propio, aceptando además un coste adicional porque Putin exigirá que se haga más deprisa de lo razonable. También es cierto que, de cara al futuro, el Kremlin se verá obligado a emplear algo más que inexpertos reclutas en la defensa de sus fronteras.

Desde la perspectiva de Kiev, ¿justificarán ambas ventajas el coste de la incursión? Dependerá de que sus mandos militares sepan replegar sus tropas en el momento oportuno, antes de que la presión de las fuerzas rusas provoque un alto número de bajas en la operación de retirada, siempre delicada cuando se hace bajo el fuego enemigo. Y dependerá también de las defensas que Zelenski haya preparado en la región de Sumy, donde sus fuerzas deberán atrincherarse y frenar a sus enemigos cuando se dé por finalizada la incursión.

La dinámica de la guerra

Zelenski ha vuelto a demostrar que no teme a Putin, y eso está bien. Pero lo que no cabe esperar, por el momento, es que cambie la dinámica de la guerra. Hoy por hoy, Rusia goza de superioridad numérica en el frente. Una superioridad que, a la vista está, no es suficiente para romper las líneas enemigas y que no durará para siempre.

Las fotografías de los satélites nos demuestran que los almacenes de armas de origen soviético, muchos de ellos al aire libre, van disminuyendo rápidamente. Mientras, los medios oficiales rusos nos confirman que las primas de reclutamiento que se ofrecen a los voluntarios van aumentando y que se redoblan las presiones a los inmigrantes para que sirvan en el Ejército. A la vista de ambas tendencias, que Putin conocerá mejor que nosotros, el dictador tendría motivos para estar preocupado… si no fuera porque, como él mismo dice, el Ejercito de Kiev ha sido destruido en su práctica totalidad y el pueblo ucraniano ya está agotado.

Es probable que ya sean muchos los rusos que creen que es una lástima que el único argumento que tenga el dictador para dar credibilidad a sus declaraciones sea la amenaza de la cárcel. Cuando los que se atrevan a decirlo en público sean más que los que caben en las prisiones del régimen, habrá llegado el final de la guerra.