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Alex Fergusson
AnálisisAlex FergussonEl Debate en América

Venezuela: el fin de los políticos y de los partidos tradicionales

No se trata, entonces, de un debate entre izquierdas o derechas, ni tampoco de escoger entre socialismo o capitalismo, a lo que se enfrenta el país es a una mazmorra ideológica

Actualizada 04:30

Imagen de la manifestación convocada por la oposición en Caracas, Venezuela

Imagen de la manifestación convocada por la oposición en Caracas, VenezuelaAFP

Lo que está ocurriendo en Venezuela no es solo un colapso de la democracia que tuvimos o del deterioro de su calidad; se trata de que todos los aspectos de nuestra vida como sociedad, incluyendo la institucionalidad, han dejado de funcionar democráticamente.

Ante esta situación, ¿queda todavía en Venezuela, espacio para pensar en la democracia, tras 25 años de un régimen que se dice democrático, pero que decidió mantenerse en el poder desconociendo la realidad, secuestrando los resultados de la expresión popular que los adversó y derrotó, y con la magnitud y complejidad de la crisis económica, social y cultural que ha desatado desde hace 20 años?

Aunque tales colapsos han sido comunes en la región, la autocratización no lo había sido tanto, pero hoy, Venezuela, junto con Nicaragua y Cuba, son casos emblemáticos y sin rivales en esta desgracia.

Una de las ideas-fuerza que ha caracterizado este proceso de autocratización, y cuya comprensión puede ayudarnos a entender ¿cómo fue que llegamos hasta aquí?, es la del particularismo; ese fenómeno psicológico y patológicamente fragmentador en la política, en el cual «las partes del todo comienzan a vivir como… todos aparte», es decir, como una dispersión e incapacidad para trabajar por una causa común o un bien mayor compartido.

El particularismo fragmentador comenzó a ser visible en la Venezuela de los años 80, en el seno de los sectores en el poder y sus partidos políticos, hoy opositores, y más tarde, a raíz de la muerte del comandante Hugo Chávez, en el seno del propio gobierno y su partido.

El particularismo fragmentador comenzó a ser visible en la Venezuela de los años 80

Este fenómeno se nos reveló, entonces, como un quiste socio-patológico que ha estado allí desde siempre, especialmente en la comunidad política, dejando pocos espacios sanos.

El particularismo potenció las tensiones y obstaculizó, sistemáticamente, los esfuerzos por la convivencia, pues exacerbó las incomodidades naturales que supone compartir con los otros.

Fue conformándose así, entre los políticos tradicionales y sus partidos, una disposición de la mente y el corazón que sobredimensionaba sus capacidades, una actitud de espíritus soberbios que terminaron creyéndose destinados a la victoria, y se autorreconocen como llamados a avanzar por su cuenta hacia el éxito que creen merecer.

Del particularismo derivan otras dos ideas-fuerza: la acción directa, que los hace creer que no tienen por qué contar con los demás, pues en realidad no los necesitan; así, el pensamiento y las acciones que de él derivaron, estuvieron y sigue estando dominadas por tres sentimientos: resentimiento, venganza y envidia.

Para esos políticos, los de antes y algunos de los de ahora incluyendo a los del Gobierno, las vías institucionales, el sacrificio por el bien del pueblo, los difíciles caminos al consenso, al diálogo y la obligatoria paciencia, la flexibilidad y tolerancia exigidos por la entrega a un proyecto común, se convirtieron en obstáculos indeseables que los separan de su «grandioso propósito».

En sus mentes, particularmente la de los líderes oficialistas, ninguna organización preexistente es merecedora de sus capacidades y solo una institucionalidad hecha a la medida de sus ambiciones puede llevarlos a «la gloria a la que están destinados», tal como está ocurriendo ahora.

Dentro de esta lógica, toda acción que emprenden para lograr sus metas, está plenamente justificada y es legítima. Luego se ocuparán de que también sea legal o aceptada socialmente, «por las buenas» (la propaganda) o «por las malas» (la represión, la imposición de su voluntad o el secuestro de las instituciones y la ley).

No se trata, entonces, de un debate entre izquierdas o derechas, ni tampoco de escoger entre socialismo o capitalismo.

Lo que ahora enfrentamos es una mazmorra ideológica y no un pensamiento Político (con mayúsculas). «No enfrentamos un proyecto de país alternativo, sino la furia babosa de odio y frustraciones personales. Ya no se trata de interactuar con formaciones antagonistas, gente que piensa distinto, sino de lidiar con patologías psico políticas irrecuperables».

Lo que ahora enfrentamos es una mazmorra ideológica

La otra idea-fuerza es el funcionamiento sobre la base del concepto de compartimientos estancos. Estos son componentes independientes y desarticulados que pueden compartir espacios y tiempos, incluso algunas aspiraciones nobles, pero que no funcionan como un sistema y, en consecuencia, no tienen capacidad para unir esfuerzos, pues hasta los aliados son prescindibles cuando las circunstancias lo requieran.

Eso ha convertido a Venezuela en una sociedad archipiélago, conformada por islas conectadas solo ocasionalmente: las instituciones públicas, las empresas privadas, los partidos políticos, las mafias de funcionarios corruptos, los grupos económicos beneficiarios de la corrupción, los narcotraficantes, las mega banda criminales, la policía, los órganos de seguridad, los militares y los paramilitares.

Todos ellos motivados por sus propios intereses, los cuales apuntan frecuentemente a «ponerle la mano a la caja fuerte más cercana o a disfrutar de los privilegios del poder», y que se perciben o bien como víctimas de un poder externo, o se sobrevaloran a sí mismos creyendo falsamente que pueden hacerlo todo.

Mientras tanto, la acumulación de problemas estructurales no resueltos, y sus acciones recientes han contribuido, grandemente, a minar la eficacia, la legitimidad y la legalidad del régimen; pero como estamos viendo, eso no es suficiente para que ocurra una transformación hacia la democracia y para detener el proceso de disolución del país al que asistimos.

Y aunque a los políticos oficialistas les ha ido de mal a peor, el proceso trajo como beneficio el surgimiento de un liderazgo opositor que parece haber sido capaz de adquirir conciencia de los porqués, los para qué y los cómo de nuestra historia política reciente y, en consecuencia, estar produciendo cambios rápidos y masivos en el sentido y la práctica de la política, que marcan la diferencia.

Asistimos, pues, al fin de los políticos y los partidos tradicionales.

Para finalizar, y aunque lo dicho se refiere básicamente a Venezuela, lo cierto es que muchos de sus elementos pueden ser útiles para dar cuenta de la situación surgida en España, con la proliferación de pequeños partidos no tradicionales, de los cuales está dependiendo el presente y el futuro del país; también pueden ayudar a explicar la debilidad, casi obsolescencia, de los conceptos de izquierdas y derechas, y la desaparición de la forma conocida de hacer política y de los políticos conocidos.

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