La vida en Israel tras los golpes a Hezbolá: entre el trauma, la esperanza y la fuerza de luchar
Muchos esperan que ese singular operativo sea parte de un programa más amplio destinado a asestar un golpe que desequilibre y debilite seriamente a la organización terrorista libanesa
Dentro de poco se cumple un año desde la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre en el sur de Israel, en la que fueron asesinadas más de 1.200 personas, la mayoría civiles, y aproximadamente 250 fueron secuestradas. El comentario más común del israelí promedio es: «Nunca creíamos que a esta altura todavía estaríamos en guerra y que aún habría rehenes en manos de los terroristas en Gaza».
Los sucesos de esta semana en el Líbano, con el enorme ataque de los aparatos 'buscas' y otros dispositivos usados por Hezbolá –que Israel no reivindicó aunque le fue atribuido– fue visto por muchos como una señal de que a pesar de las enormes fallas de seguridad del pasado 7 de octubre, está claro que Israel mantiene su capacidad e ingenio para combatir a sus enemigos.
Muchos esperan que ese singular operativo antiterrorista sea parte de un programa más amplio destinado a asestar un duro golpe que desequilibre y debilite seriamente a Hezbolá, para que deje de atacar diariamente el norte del país, tal cual lo hace desde el 8 de octubre.
Pero, de fondo, está siempre el gran trauma de la fecha que quedará indeleble por siempre en el calendario israelí: el 7 de octubre.
A los horrores de aquel día, que cambió para siempre la vida de tantos, se sumó el reclutamiento de unos 300.000 reservistas para luchar contra Hamás o para estar alerta en la frontera norte, lo cual alteró la vida de sus familias. Y por supuesto la caída de más de 700 soldados, tanto reservistas como jóvenes en servicio obligatorio, la evacuación de la población del sur de sus casas hasta nuevo aviso y la de unos 60.000 ciudadanos del norte por el fuego constante de Hezbolá.
La angustia por el cúmulo de desafíos, la incertidumbre acerca de las soluciones en el horizonte, los variados problemas que derivan de todo esto a distintos niveles, inciden directamente en la ciudadanía. Aunque, en la vida diaria, quien no está en una zona que es blanco de cohetes puede no tener ni idea de que hay guerra en el país. Esto es así, hasta que hablas con la gente, porque cada uno lleva consigo una carga.
Stella Melnitzer (35 años), directora de proyectos en telemedicina en Tel Aviv, casada y madre de dos niños de tres y cinco años, lo deja muy en claro. «La sensación más fuerte que tengo es que resulta imposible separar la vida personal de todos los días de la situación general. Haga lo que haga, sea ir a entrenar, encontrarme con una amiga, salir a comprar ropa o a comer algo, ir al trabajo, disfrutar con mis hijos en el parque o limpiar bien la casa, todo va acompañado siempre del pensamiento de fondo en los secuestrados y sus familias, en el hecho que ellos no pueden hacer nada de eso desde hace casi un año».
Alon (26), estudiante de Ingeniería Mecánica que vive en Modi'ín, se concentra en un aspecto de la situación política. «Veo la división, la sociedad fragmentada, dos lados que cuando salen a manifestar llevan la misma bandera, la bandera de Israel, pero están separados. Me preocupa».
Veo la división, la sociedad fragmentada, dos lados que cuando salen a manifestar llevan la misma banderaEstudiante de Ingeniería Mecánica
Yael Nemirovski (49), profesora de inglés, educación física y zumba, casada y madre de dos niñas, residente desde hace años en el kibutz Gaaton, en Galilea, ha tenido que entrar algunas veces a la habitación blindada de su casa por las alarmas que detonan los misiles de Hezbolá, pero el lugar donde vive no ha requerido evacuación.
«Ya distinguimos entre los estruendos de disparos nuestros de proyectiles contra Hezbolá y los de los cohetes que ellos nos tiran a nosotros. Si no suenan las alarmas en casa, uno ya se acostumbra y no presta atención, no hay alternativa». Y agrega: «Tratamos de no mirar demasiado los informativos con noticias duras porque es demasiado complejo para seguir con la vida diaria».
Su esposo Alejandro, aclarando que a pesar de los ataques del otro lado de la frontera se siente seguro en su kibutz, tiene un profundo enojo. No cuenta qué piensa sobre la forma en que el Gobierno israelí maneja la situación, que muchos critican, y pide concentrarse en lo que considera es una incomprensión total de las cosas por parte del mundo exterior.
«Hamás oprime a su pueblo en Gaza y el que lo critica desaparece. Lo mismo con Hezbolá en Líbano y con el régimen de los ayatolás en Irán. Realmente no entiendo cómo puede ser que veamos al mundo tan comprensivo o inclusive apoyando a estos terroristas, en lugar de al único país democrático de la región. Hasta en la selección nacional de fútbol se ve lo que es Israel, con jugadores judíos, musulmanes y cristianos que llevan la misma camiseta», recalca. «Nosotros queremos vivir en paz y estamos defendiendo nuestro hogar. Pero no sólo a Israel, sino a todo el mundo libre, al combatir el terrorismo. ¡Despierten de una vez!», clama entre la angustia y el enfado.
Tratamos de no mirar demasiado los informativos con noticias duras porque es demasiado complejo para seguir con la vida diariaProfesora de Inglés, Educación Física y Zumba
Pero todo esto, la presión sobre el pecho de la que muchos hablan, aunque las tragedias no les haya tocado directamente en lo personal, va de la mano de una gran resiliencia, de un espíritu de lucha generalizado y de la convicción que tiene sentido esforzarse por seguir adelante.
Stela Melnitzer, que no cree vaya a recuperar la confianza en el Gobierno de Benjamin Netanyahu, abriga la esperanza de «que lo bueno está en nuestro interior, en el espíritu de lucha y de entrega en los corazones de nuestro pueblo, lograrán derrotar al mal». Melnitzer está segura de que tiene sentido apostar por la vida y el desarrollo y resume: «Espero que nuestras capacidades como pueblo logren traer el cambio».
Yael Nemirovski cuenta, sobre la clase semanal de zumba, que da a mujeres, también de tercera edad, evacuadas de la localidad de Shlomi y ahora residentes en Naharía, aunque también allí hay alarmas. «Van a sacar energía, al liberarse un poco de la tensión», relata. Y da como ejemplo de la luz, la escuela de sus hijas en la que todas las semanas eligen una canción cuyo tema es la esperanza, y en boca de los niños se transmite como mensaje central.
Sarai Guliak (35), diseñadora gráfica, madre de tres niños de tres, cuatro y siete años, tiene ejemplos muy personales sobre lo que significa lidiar con la situación actual. Su esposo Pavel, que era director de un hotel en Tel Aviv, está reclutado a la reserva desde hace muchos meses y a ella se la ve agotada, aunque no pierde la sonrisa.
Además de la permanente esperanza de que Pavel vuelva sano y salvo, está la luz que la rodea. Los grupos voluntarios, tanto de padres de la escuela de sus hijos como de los vecinos de su edificio, que se organizan para ayudarla a ella en ausencia de su esposo. La invitan a cenar, le llevan comida, vienen a sacar al perro y llevan alguna golosina a sus hijos todos los viernes, antes del fin de semana. Y siempre, en el pequeño paquete de dulces hay un papel: «Gracias a tu papá que nos está cuidando a todos».