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Una mujer afgana vestida con burka camina por una calle en el distrito de Fayzābād, provincia de BadajshánAFP

Las afganas se rebelan contra la 'ley del silencio' de los talibanes: «Han convertido la vida en una prisión»

Dos jóvenes cuentan a El Debate cómo es la vida en Afganistán bajo el yugo del régimen fundamentalista, cuya última medida ha sido prohibir la voz femenina en espacios públicos

«Si los talibanes nos cortan la voz, lucharemos con nuestras manos y nuestros pies, nuestros pensamientos, nuestra ciencia y nuestros conocimientos», asevera tajante la joven Gulsoom Efat, de 24 años y natural de la provincia de Badajshán, situada en el noreste de Afganistán. Las afganas están solas, la comunidad internacional las abandonó hace ya demasiado tiempo, dejándolas a merced de los talibanes.

Occidente quiso creerse todas las mentiras que los fundamentalistas vertieron, para no sentirse culpables por abandonar el país cómo lo hicieron, por la puerta de atrás. Entre las muchas promesas vacías, los talibanes se comprometieron a integrar a las mujeres en la sociedad. Sin embargo, tres años después de la llegada de los radicales al poder, el colectivo femenino, en palabras de Naciones Unidas (ONU), sufre un apartheid de género.

La última ocurrencia de los talibanes, y que se suma a una ya de por sí extensa lista de agravios, es la prohibición de la voz de las mujeres en los espacios públicos, lo cual incluye actividades como cantar, recitar o hablar frente a un micrófono. Pero las afganas, a pesar de todos los agravios, resisten y, en esta ocasión, han retado a las autoridades del Emirato Islámico a través de las redes sociales, imitando a las valientes iraníes que a través de una pantalla también se rebelaron contra el régimen de los ayatolás y su código de vestimenta islámico. Miles de afganas han colgado vídeos cantando y mostrando su rostro para protestar contra la 'ley del silencio' talibán.

Efat es una de ellas. La joven es miembro de movimiento de Mujeres por la Justicia y fue de las primeras en sumarse a esta protesta en redes sociales. «En el momento de grabar tenía miedo de que los talibanes o algún miembro de este grupo me encontraran en esta zona, porque este vídeo se grabó dentro de Afganistán», confiesa por mensajes de WhatsApp. Pero, a pesar de este temor racional, Efat sabe que es una afortunada ya que trabaja para una empresa de consultoría e investigación, a diferencia de la mayoría de las mujeres del país asiático que están relegadas a las tareas del hogar. Por eso lo tiene claro: «Ningún grupo ni ningún miedo pueden apartarnos de la lucha».

Si la vida en el Afganistán de los talibanes para este colectivo ya era imposible antes, con las nuevas prohibiciones se les ha condenado a la muerte en vida. «Se nos ha arrebatado el derecho a la educación y el derecho al trabajo, debilita la moral y hace que la vida sea como una prisión para las mujeres afganas», explica también por mensaje Zahul Najmi, de 22 años y residente en la provincia de Kabul.

La joven ha sido víctima en sus propias carnes del odio que profesan los fundamentalistas hacia las mujeres. Najmi relata a El Debate cómo un día como otro cualquiera, los talibanes la pegaron con un látigo por el simple hecho de ir hablando por el móvil en la calle. «Fuera de casa, los talibanes acosan y amenazan a las mujeres diciéndoles que encarcelarán a su marido, o a su hermano, o a su padre», denuncia.

Las mujeres afganas tenían sueños y ambiciones, con la llegada de los islamistas al poder todos sus anhelos se desvanecieron. «Quería ser médico y servir a mi país, el régimen talibán me lo impidió», cuenta Najmi. No hay esperanza para este colectivo, porque, como ellas mismas explican, «se puede esperar cualquier cosa de este régimen y seguramente impongan leyes aún peores». Ante esta alarmante situación, las afganas piden a la comunidad internacional que no reconozca a los talibanes como Gobierno y sistema y que «no conviertan el destino de las mujeres afganas en un juguete en manos del ignorante régimen islámico».