Francia
Caos en el Gobierno de Barnier por las desavenencias entre ministros
Un ministro que arremete preventivamente contra Le Pen sin venir a cuento o las discrepancias públicas entre los titulares de Interior y Justicia entorpecen los inicios del Ejecutivo
Couac —pronúnciese cuac— es el término utilizado en la jerga política francesa para describir los desajustes que empañan la comunicación gubernamental. Por ejemplo, cuando un miembro del Gobierno anuncia públicamente una medida o hace declaraciones que contravienen la estrategia política, antes de ser desautorizado, casi inmediatamente, por el primer ministro. También se da cuando dos ministros exhiben públicamente sus desavenencias.
Pues bien, en apenas una semana de existencia, varios ministros han protagonizado diversos cuacs. Inauguró la lista, y por partida doble, el titular de Economía y Finanzas, Antoine Armand. Durante la ceremonia de traspaso de poderes con su antecesor, Bruno Le Maire, estimó oportuno dedicar encendidos elogios a este último, que ha ocupado el cargo durante siete años, periodo en el que la deuda pública francesa ha aumentado en más de mil billones de euros.
Una declaración inoportuna si se tiene en cuenta que, a lo largo de octubre, Moody’s emitirá su dictamen sobre Francia. Pour mémoire, Le Maire era uno de los ministros más impopulares del anterior Gobierno, al que la opinión pública responsabilizaba de la desastrosa situación financiera. Armand tampoco se paró en barras al declarar a bombo y platillo en una televisión que la Agrupación Nacional (RN), encabezada por Marine Le Pen, seguía «sin formar parte del arco republicano». Es decir, que seguía excluida del grupo de partidos democráticamente «respetables» llamados a gobernar el país.
Igual se le había olvidado que pertenece a un Gobierno que debe, en parte, su existencia a la benevolencia de Le Pen —ya se verá por cuánto tiempo— ante la intención de la izquierda, incluida su ala más moderada por voz el antiguo presidente y nuevo diputado François Hollande, de presentar en cuanto pueda una moción de censura para intentar derrocar a Michel Barnier. Solo Le Pen y sus diputados disponen de la capacidad numérica para frustrar semejante hipótesis. Ante el peligro generado por las palabras de Armand, Barnier le ha obligado a desdecirse mediante un comunicado antes de llamar por teléfono a la jefa de la derecha populista para tranquilizarla.
El número de Le Pen no es el único que se ha visto obligado a teclear urgentemente Barnier en los últimos días. También ha llamado al alcalde de Cannes y voz influyente de la derecha a nivel nacional, David Lisnard, a raíz de las fuertes tormentas que han asolado a la ciudad que acoge el Festival de Cine más famoso del mundo. Los aguaceros llegaron a alcanzar un volumen de 50 milímetros en media hora. «Tampoco es que sean las cataratas del Niágara», ironizó la nueva ministra de Transición ecológica, Agnès Pannier-Runacher, a sabiendas de que el temporal se había llevado por delante automóviles y elementos del mobiliario urbano. «Crasa incompetencia», replicó Lisnard a la histórica figura del macronismo. Hasta que llegó Barnier a apaciguar la tensión surgida entre ambos.
Peor aún es cuando afloran las rencillas entre los titulares de carteras estratégicas del Gobierno. El ministro del Interior, Bruno Retailleau, omnipresente en los medios durante su primera semana en el cargo, abogó por «romper con el pasado en materia de política penal para garantizar a los franceses penas firmes y rápidas». A continuación, citó el ejemplo de los Países Bajos, «que han optado por penas de prisión cortas para los primeros delitos». Una intromisión en el ámbito de competencia del ministro de Justicia, Didier Migaud, que le contestó casi de inmediato: Retailleau, «debería saber que la justicia es independiente en nuestro país». Retailleau es el exponente del ala más derechista del Gobierno, mientras que Migaud, uno de los últimos «mitterrandistas» todavía en activo es el «aval de izquierdas» de un Ejecutivo al que le cuesta aunar culturas políticas tan alejadas.