México
Desaire histórico en la toma de posesión de Sheinbaum: el pasado colonial como arma política contra la madre patria española
La crisis diplomática abierta entre México y España a cuenta del veto a la asistencia del Rey Felipe VI a la toma de posesión de la que este martes se convertirá en la primera mujer en asumir la Presidencia de la República mexicana, supone todo un aviso a navegantes, por el gesto político disruptivo elegido por Claudia Sheinbaum en su estreno iberoamericano e internacional.
¿Se trata meramente de la continuación de la reclamación de perdón a la Corona española hecha por el presidente saliente Andrés Manuel López Obrador, AMLO, o una maniobra de tintes populistas que va mucho más allá al poner en la picota el debate decolonial, nada menos que afrentando a la considerada hasta no hace mucho la «madre patria» española? Lo que está claro es que el debate está servido.
Cuando lo interno es externo
Pese al cierre de filas en torno a la cuestión de no enviar representación oficial española a la toma de posesión por parte de los dos principales partidos —aunque formaciones aliadas del Ejecutivo sí lo harán—, este nuevo episodio diplomático viene a sumarse al rosario de vicisitudes que han situado a España como blanco de desaires o protagonista de acontecimientos internacionales convertidos en candente agenda interna.
Francisco Parra, director del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, capítulo México, interpreta para El Debate la decisión de Sheinbaum como la continuación del posicionamiento de López Obrador, quien desde hace cinco años ha exigido «un perdón histórico a España por su pasado colonial».
Este profesor universitario mexicano y doctor en Ciencia Política residente en España desde hace décadas observa que ese «revisionismo» del que echa mano Sheinbaum, «no es exclusivo de México ni de Hispanoamérica», sino que está en línea con la tendencia global: «Esto se había hecho en EE.UU. respecto a las comunidades nativas indígenas, después en Inglaterra con sus colonias en El Caribe, y también en Francia tras la Segunda Guerra Mundial».
El fenómeno advierte el especialista, se relaciona con la ola de movimientos identitarios como el feminismo, que exigen reconocimiento y disculpas públicas al Estado por agravios históricos.
Se trata de una corriente que desde la esfera académica se enmarca en los postulados decoloniales, que aspiran a desvincular las epistemologías de jerarquías de conocimiento eurocéntricas, pero que, a su vez, ha permeado sino emanado desde el sentir popular hispanoamericano. Es decir, que tiene un recorrido bidireccional, de arriba abajo y viceversa.
Parra considera que con su famosa carta, López Obrador se embarcó en 2019 en la misma travesía que «antes había escuchado de una manera u otra en países andinos de Sudamérica que exigían perdón no solamente a España, sino también al Vaticano».
El Papa Francisco respondió a una similar misiva presidencial mediante el arzobispo Rogelio Cabrera López asegurando: «Tanto mis antecesores como yo mismo, hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización».
Y a renglón seguido apuntó que «tampoco se pueden ignorar las acciones que, en tiempos más recientes, se cometieron contra el sentimiento religioso cristiano de gran parte del Pueblo mexicano, provocando con ello profundo sufrimiento».
Pero Sheinbaum ha situado esa exigencia al Monarca como argumentario de partida en la relación bilateral con España, cuyo Gobierno respondió días después de recibir la carta que, «la llegada, hace quinientos años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas».
Marta González Isidoro, analista de política internacional, recuerda que tradicionalmente es el jefe del Estado el que acude a las tomas de posesión de los presidentes en Hispanoamérica.
La decisión de no invitar al Rey Felipe VI indica la deriva ideológica de unas élites profundamente ignorantes de su propia historiaAnalista de política internacional
Concretamente, Felipe VI ha asistido a 17, la primera de ellas, la de López Obrador en 2018, cumpliendo con la función constitucional que le confiere la más alta representación del Estado español en el ámbito internacional.
«La decisión de no invitar a S.M. el Rey Felipe VI por supuestos agravios relativos a la época del Descubrimiento, indica la debilidad de los liderazgos hispanoamericanos y la deriva ideológica de unas élites profundamente ignorantes de su propia historia», consideró González Isidoro.
Por otra parte, descartó que la decisión vaya a tener repercusión a nivel diplomático o que llegue a enturbiar las relaciones entre España y México.
Coincide con ella Parra, quien no cree que el ruido diplomático vaya a afectar a las relaciones económicas de los dos países, siendo España el segundo país que más invierte en México después de Estados Unidos.
Precursor venezolano y relaciones líquidas
En un mundo cada vez más multipolar caracterizado por tejidos relacionales líquidos, crisis internacionales y una volatilidad inusitada, los gestos diplomáticos y sus interpretaciones están poniendo a prueba los consensos que prevalecían, al menos, en el espacio iberoamericano.
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Pareciera que los cimientos del idioma y de la historia compartida de 500 años ya no sirven como sostenedores de una relación que se quiere revisar.
Las crisis diplomáticas entre España con la Argentina de Javier Milei y más recientemente con el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, a propósito de la salida de Edmundo González Urrutia gestionada en la Embajada de España en Caracas, evidencian esto.
Pero México tampoco está exenta de crisis con países «hermanos» como el cese de relaciones con Ecuador o con Perú, a los que tampoco ha invitado a su investidura. Con el primero, rompió relaciones en abril tras la irrupción policial en su Embajada en Quito, que albergaba al exvicepresidente ecuatoriano.
Y Perú cortó relaciones diplomáticas con México debido a la «injerencia» del presidente López Obrador en sus asuntos internos al defender a Pedro Castillo y no reconocer a Dina Boluarte.
Parra vincula la postura de Sheinbaum con el precedente de Venezuela: «El reciente affair en la Embajada de España en Venezuela, por tanto, con el Gobierno español y el exilio de Edmundo González, da para que otros países como México puedan aprovechar esa confusión para fijar una posición».
Al mismo tiempo, el hecho de que otros países europeos hayan mostrado su desinterés en asistir a la toma de posesión de Sheinbaum, resulta «extraño», «es relevante» y sugiere «un trasfondo más profundo en juego».
Al margen de la mofa o la incredulidad que generan en España los reclamos que buscan resarcir agravios pasados atribuidos a la Conquista, lo que evidencia la decisión de México es una radicalización política que fractura el concierto iberoamericano.
Parra concluye que este conflicto es más bien un «fuego de artificio», en un contexto global de cambios sociales donde los líderes políticos utilizan narrativas revisionistas para conectar con preocupaciones populares, eludiendo asuntos más acuciantes como el de la seguridad o la sanidad en México.
Lo que deja claro Sheinbaum antes de iniciar su andadura es que quiere «decolonizar» la relación con España. La pregunta no es si lo hace con fines internos populistas para desviar el foco de los titánicos retos que tiene por delante, o externos como posicionamiento internacional, sino a qué precio.