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El delirante relevo de Gobierno en México: la primera mujer presidenta bajo la sombra de López Obrador

Claudia Sheinbaum ha jurado y perjurado que ella será la «continuidad» del legado de López Obrador. Dicho así, el delirio continuará. Pobre México

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y la presidenta electa de México, Claudia SheinbaumEFE

Este 1 de octubre concluye el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) quien «entregará» la estafeta gubernamental a su «sucesora» en el cargo Claudia Sheinbaum Pardo.

Los entrecomillados en el párrafo anterior tiene su sentido porque el suscrito sostiene que más que un relevo gubernamental, estamos ante la simulación y la extensión plena del Gobierno de AMLO. A partir de ahora, Sheinbaum Pardo será la voz y la acción de AMLO (cual muñeco de ventrílocuo). Al tiempo.

Este sexenio que concluye ha sido delirante y existen razonables dudas de que el que inicia vaya a ser diferente, toda vez que López Obrador ha deteriorado –buscando impunidad– los pilares de todo Estado democrático (Estado de derecho, instituciones sólidas y rendición de cuentas).

El Gobierno de AMLO ha sido una inmensa conferencia de prensa que duró seis años. Miles de horas de una incontinencia verbal –de lunes a viernes– para criticar, señalar, dividir e insultar. Ni Hugo Chávez en Venezuela (en la emisiones dominicales de su Aló Presidente) habló tanto como López Obrador. Fue el «sexenio de la verborrea» y del culto a la personalidad del presidente, en una idolatría al mandatario que ya empieza a parecerse a la que se observa en Corea del Norte. El reparto –a diestra y siniestra– de dádivas económicas entre la población pobre de México produce ese efecto de gratitud e idolatría a los tiranos. Sin duda, ese reparto monetario influyó en más de 36 millones de electores que votaron por Sheinbaum.

En estos seis años, López Obrador militarizó brutalmente al país (hecho al que se oponía cuando era opositor) y entregó a las Fuerzas Armadas diversas tareas ajenas a sus responsabilidades castrenses, dándoles un poder y una capacidad financiera que los militares nunca imaginaron.  Los altos mandos militares tienen –paradójicamente– un presupuesto multimillonario, superior al destinado a la educación, gracias a lo cual la fidelidad de la jerarquía militar mexicana no es con la nación, sino con AMLO.

Durante este Gobierno, la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) se dedicó a construir absurdas obras faraónicas, como aeropuertos y ferrocarriles (sin ninguna rendición de cuentas), a controlar aduanas o a restablecer absurdamente una línea aérea (Mexicana de Aviación). El control militar absoluto que López Obrador implantó en aeropuertos, carreteras y puertos, así como en el espacio aéreo, ha resultado benéfico a los grandes grupos criminales al facilitar el tránsito de drogas hacia Estados Unidos. Esas mismas Fuerzas Armadas (a las que AMLO anexó la Guardia Nacional) han dejado en estado de indefensión a 130 millones de mexicanos frente al violento crimen organizado. Los 198.000 homicidios dolosos (uno cada 15 minutos), los diez feminicidios cada día y los 47 periodistas asesinados, dan cuenta de la pesadilla que viven los mexicanos, quienes padecen además de los delitos de extorsión, secuestro y «cobro de piso»,  multimillonarios negocios con la permisividad o la asociación gubernamental.

En salud, López Obrador pregonó hasta el hartazgo «primero los pobres» y presumió un sistema de salud «mejor que el de Dinamarca». El resultado fue de más de 300 mil muertos en la pandemia (por una cínica ineptitud gubernamental). Además, miles de mexicanos murieron cada año por falta de hospitales, de seguro médico y por un irresponsable desabasto nacional de medicamentos.

En materia de política exterior, López Obrador alejó a México del mundo, toda vez que rechazó participar en toda una gama de eventos globales o de representar al país en el extranjero. Para él, las reuniones del G-20 o el Foro de Davos son deleznables «eventos de neoliberales». La exacerbación nacionalista por la que pregona que «el mal siempre viene de fuera», hizo que las relaciones internacionales de México fuesen vistas con desdén por un presidente aldeano, que sólo mantiene cercanía afectiva con regímenes totalitarios como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Rusia. Los pleitos de AMLO con otras naciones ha sido una constante (como con España). Hoy, la relación con EE.UU pasa por su peor momento, toda vez que los norteamericanos están hartos de las mentiras de AMLO en materia de seguridad y narcotráfico, dado que el fentanilo proveniente de México ha costado la vida de decenas de miles de estadounidenses.

Los vínculos entre España y México también se han visto gravemente dañados estos últimos días tras la negativa, por parte de Sheinbaum, de invitar al Rey Felipe VI a su toma de posesión lo que provocó que Madrid no enviara representación oficial al acto de este martes, aunque sí asistirán miembros de Bildu, Podemos, Sumar y BNG. El profundo antihispanismo que AMLO ha implantado en su política exterior se ha contagiado a la nueva presidenta. Sheinbaum insistió en que España debe pedir «perdón» por la Conquista. Una petición que la Corona española ya ignoró en 2019.

En el aspecto económico, López Obrador deja un preocupante nivel de deuda. La construcción del Tren Maya, del Tren Interoceánico, del Aeropuerto Felipe Ángeles o de la Refinería de Dos Bocas, implicaron multimillonarios sobrecostes respecto de sus presupuestos iniciales, cuya información ha sido «reservada»  como «secreto de seguridad nacional» lo que produce una válida sospecha de corrupción gubernamental.

AMLO y ahora Sheinbaum (o ambos) seguirán al mando de México por la vía de un autoritarismo brutal, sin contrapeso de poderes, sin Estado de derecho, sin controles ni rendición de cuentas, sin procesos democráticos transparentes y confiables, con manipulación clientelar de los pobres.

Andrés Manuel López Obrador no está loco, pero me recuerda al paciente del hospital psiquiátrico, ese que no tiene dudas y que está seguro de que es Napoleón. AMLO no tiene duda alguna de sus personales convicciones y siempre señala que todos los demás estamos equivocados.

Claudia ha jurado y perjurado que ella será la «continuidad» del legado de López Obrador. Dicho así, el delirio continuará. Pobre México.